Disenso y democracia - Semanario Brecha

Disenso y democracia

El disenso, entendido como divergencia de opiniones, tiene un rol dinamizador tanto de la democracia, como de los partidos políticos que le dan vida. La cuestión es que desde hace un tiempo, buena parte de las máximas autoridades del Frente Amplio parecen inmunizadas contra todo tipo de disenso, y eso se ha visto en forma muy clara en la resolución del Plenario Nacional del 5 de marzo pasado.

El disenso contribuye a la democracia porque opera como una exigencia para la justificación que hacen los ciudadanos de sus posiciones, y por ello oficia como un dinamizador de la discusión pública. Lo contrario del disenso es el comportamiento conformista, es decir, aquel que justifica los estados de cosas imperantes y asume posiciones en forma acrítica. Este tipo de comportamiento tiene como consecuencia el retacear información a quienes toman parte en los procesos de deliberación, ya que los actores involucrados tienden a silenciarse al pensar que otros deben estar en lo correcto o al evitar la desaprobación del colectivo. Esto es un verdadero bloqueo a la deliberación, y por ello la democracia debe garantizar la exposición de un amplio abanico de posiciones. Sin embargo, para que el disenso pueda cumplir con la función de disparar procesos reflexivos que rompan el círculo vicioso de la conformidad, es preciso asumir que el error está dentro de nuestro universo de posibilidades. Es decir, que somos falibles y podemos equivocarnos, o podemos no tener suficiente información, o no ver todas las perspectivas, y por eso es que es necesario que otros, a través del intercambio de razones, puedan iluminar nuestra posición.

Los partidos políticos que dan vida a la democracia necesitan de este disenso. Un comportamiento conformista que bloquee la diferencia, que solamente preste atención a quienes piensan de la misma forma, no solamente es conformista sino conservador. En el Frente Amplio esa parece ser la tónica que mueve a sus autoridades, que se cierran ante los hechos, se inhiben de exigir justificaciones y no respaldan sus posiciones con razones mínimamente aceptables. Para muchos parece que el FA hubiese entrado en una especie de suicidio político.

¿Cómo puede explicarse esto? ¿Por qué le sucede tal cosa al Frente Amplio?

 

DINÁMICA PATOLÓGICA. La respuesta que quiero ensayar conduce a una explicación en términos de un tipo de fenómenos que son denominados patologías sociales y que afectan a las sociedades capitalistas contemporáneas.1 Las patologías sociales son el resultado de la imposición de un tipo de racionalidad social, especialmente la económica, en espacios sociales regulados por otra. Esto puede verse, por ejemplo, en cómo ese tipo de racionalidad regida por la eficiencia es progresivamente impuesta en la educación, la salud y las políticas sociales. Este tipo de fenómenos generan como efecto una creciente pérdida del ejercicio reflexivo por parte de quienes son afectados y una sistemática transformación de los medios en fines y viceversa. Esta lógica que afecta a toda la sociedad también incide en la política, llevándola a ser crecientemente el objeto del cálculo y la competencia, reduciendo este espacio a una lógica de mercado donde los partidos son equiparables a agentes económicos que disputan los votos de los electores. Cuando esta tendencia se impone en las sociedades contemporáneas, la preocupación central de la política es ganar votos, es decir, obtener una porción creciente de ese mercado en disputa, de tal forma de poder quedarse con los cargos electivos que estén en juego. Así, el político se ajusta a las preferencias del ciudadano como una empresa al mercado en el que hay preferencias preestablecidas, y por lo tanto pierde capacidad de incidir en la modelación, transformación o reconfiguración de esas preferencias. El político deja de cumplir con un rol ilustrador de la ciudadanía, para ser un mero articulador de sus preferencias.

Para algunos políticos esto no reviste mayor problema; aceptan este hecho y hasta lo celebran, se ajustan al modelo del mercado y operan en función de él. Para otros es perturbador porque entienden la lógica subyacente a la política como algo más que una lógica de mercado, ya que implica la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos intercambiando argumentos y razones, así como también el control  de los procesos democráticos. Siguiendo una metáfora de Jon Elster, para los primeros la política es equiparable al mercado, mientras que para los segundos lo es al foro.

El FA históricamente se ha colocado dentro del segundo grupo; su preocupación no solamente ha estado en que los ciudadanos puedan participar en los procesos de deliberación y toma de decisiones, sino que incluso su propia estructura fue diseñada a partir de estos procesos donde las bases siempre han tenido un rol activo. Sin embargo, esas dinámicas sociales que imponen el modelo del mercado en la política también han incidido en el interior del Frente Amplio. ¿Por qué el FA iba a ser inmune a ello? Si todos los espacios sociales pueden ser afectados por las patologías sociales, ¿por qué el FA iba a estar ajeno?

Dentro de los rasgos que se han ido asentando en esta transformación del Frente, probablemente el que más destaca es que lo importante ha pasado a ser la porción de votos que se obtienen en las elecciones antes que las razones que se esgrimen para obtenerlos. Por supuesto que los votos han sido y son muy importantes para llevar adelante un programa político, pero lo que ha sucedido es que en la práctica política el rol instrumental de los votos se ha ido transformando en un fin en sí mismo. Como consecuencia de esto, la discusión de temas sustanciales ha quedado absolutamente marginada porque lo relevante es el cálculo estratégico para perpetuarse en las porciones de poder que se han ido adquiriendo. Ya nadie se atreve a plantear transformaciones sustantivas de la sociedad por miedo a perder votos, claramente hay temas que son verdaderos tabúes, como el de la propiedad, y probablemente lo que mayor dolor genera en votantes y militantes es que la ética se ha licuado en la “protección” a “los nuestros”. En esta dinámica que se ha devorado al FA, el protagonismo lo tiene la lucha por porciones de poder que puedan incidir en la distribución de cargos en el Estado. Lo que era un medio se ha convertido en el fin que guía toda acción política y, para lograrlo, los fines que el FA reconoce como conformadores de su identidad política han pasado a ser instrumentales o prescindibles. Probablemente éste sea el rasgo más importante que permite calificar a la actual situación del FA como consecuencia de los efectos de lo que he denominado como patologías sociales. No solamente el sucumbir a la lógica del mercado en el ejercicio de la política, sino muy especialmente el transformar fines en medios y viceversa.

¿Por qué el FA fue incapaz de percibir que esto podría pasarle?

La respuesta inmediata es la soberbia, y ella ha surgido como  un subproducto del éxito electoral. El FA se ha sentido todopoderoso a partir de ganar tres elecciones nacionales consecutivas con mayoría parlamentaria; ese hecho probablemente contribuyó a la creencia de que las respuestas a todas las dificultades estaban en el núcleo duro dirigencial. Tal creencia excluye a todos los que no coincidan con ese núcleo, y en consecuencia lo vuelve altamente refractario a opiniones externas, y muy especialmente a la de los académicos e intelectuales. El FA se ha dado el lujo de romper una alianza histórica de la izquierda con los intelectuales, envidiable para cualquier partido político del mundo, pero como consecuencia de su ceguera ha excluido progresiva y sistemáticamente a intelectuales y académicos de su entorno de voces a consultar. Esto sin duda tuvo su mayor expresión en la actitud de Mujica durante su presidencia, quien alimentó el desprecio y el resentimiento hacia ese colectivo.

¿Cuál puede ser la cura a la patología?

 

CONTRA LA MAQUINARIA. Esta situación en la que se ha dado una fuerte trasvaloración en el FA ¿puede ser contrarrestada? ¿Pueden los presidenciables transformar esta situación? La respuesta es que probablemente no; los presidenciables por sí mismos no pueden modificar una tendencia que se ha instalado en el corazón mismo del FA. Si toda la maquinaria está “ajustada” a funcionar para optimizar su perpetuación en el poder, poco o muy poco puede hacer un presidente al que los sectores no respetarán y le impondrán su dinámica. Pensar otra cosa es autoengañarse, negar la realidad y seguir pecando de soberbia, es decir, sería considerar que el mal que aqueja al FA es tan inocuo que con un nuevo presidente sería suficiente para corregir el rumbo.

La respuesta es bastante difícil de articular y no puede ser más que una contribución parcial. Al inicio hablé del disenso y creo que en él, en tanto disparador de la reflexión interna en el FA, reside uno de los posibles caminos de salida. Sin embargo, ese disenso debe ser un proceso externo a la dinámica partidaria, ya que difícilmente pueda sobrevivir a una estructura que funciona para anularlo. Pero si ese disenso viene de la sociedad civil, entonces puede llegar a tener cierto impacto. Aquí el rol de los votantes del FA es crucial, y también el de los intelectuales, artistas, y viejos militantes desencantados. El FA necesita ciudadanos virtuosos, aquellos que son capaces de enfrentarse a la maquinaria partidaria, los que tienen suficiente convicción como para discrepar públicamente, los que son capaces de introducir la duda, los que nos exigen mejores y mayores justificaciones para defender nuestras posiciones y muy especialmente los que se convierten en un ejemplo a imitar. El FA necesita de este tipo de ciudadanos para que puedan oficiar de instancias públicas de control, para que guarden los principios y alerten cuando éstos sean violados; ciudadanos que sean capaces de proponer nuevas transformaciones y que no teman enfrentarse al poder de las estructuras. Esto perfila una forma de entender la democracia mucho más cercana al modelo del foro, caracterizado por la participación ciudadana, que al modelo del mercado. La gran diferencia reside en que en la situación actual las posiciones discrepantes deben presentarse en el foro público, porque si lo son en la estructura, simplemente son absorbidas, anuladas o silenciadas.

Un ejemplo reciente puede ilustrar esto. Ante la resolución del Plenario que respaldó al vicepresidente Sendic, un grupo de frenteamplistas, entre los que me incluyo, ha manifestado públicamente su disenso a través de una carta que se publicó en change.org. En esa carta se manifiesta la vergüenza que sentimos los redactores de la petición como frenteamplistas y se hace un cuestionamiento en términos de ética apelando al ejemplo y la conducta de las grandes personalidades de la historia de la izquierda uruguaya. Probablemente esta voz disonante animó a otras que luego se sumaron, y poco a poco fuimos testigos del distanciamiento que muchos dirigentes tomaron con respecto a la resolución. Esta dinámica generada a partir del disenso puso en el escrutinio público nuevas posiciones que operaron como un llamado de alerta y condujeron a una evaluación más mesurada de la situación.

Ese disenso es el que los votantes deben ejercer sin pedirle permiso a nadie. Esa es probablemente una de las pocas formas de contrarrestar la dinámica patológica que ha ido devorando al FA y llevándolo crecientemente a operar bajo la dinámica del mercado en lugar de la del foro. Poco espacio queda para recuperar al FA, pero lo poco que queda debe ser aprovechado. El FA es de los ciudadanos, no de un grupo de dirigentes obsesionados por espacios de poder en el Estado y en el aparato partidario.

 

*    Gustavo Pereira. Profesor titular de la Cátedra de Filosofía de la Práctica (Facultad de Humanidades, Udelar).  Doctor en Filosofía por el programa Ética y Democracia de la Universidad de Valencia (España). Autor de Elements of a Critical Theory of Justice, Palgrave-Macmillan, 2013 y Las voces de la igualdad, Proteus, 2010.

 

  1. Este fenómeno ha sido conceptualizado por la teoría crítica en sus diferentes generaciones y tiene como uno de sus antecedentes más influyentes el concepto de “reificación” de Lukács y el de “fetichismo de la mercancía” de Marx.

 

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