“Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos.” Con su pelo amostazado, su orgullo y su seguridad, Donald lanzó su frase lapidaria. Corrían los últimos días de enero de 2016 y el magnate se había subido a su podio en Iowa garantizando que, con su verba inflamada, triunfaría en las elecciones primarias del Partido Republicano. Aquel señor al que no tomábamos en absoluto en serio (ya muchos analistas nos habían advertido que no podría pasar la nominación) parecía dispuesto a todo. Nos lo imaginamos con un revólver. Nos lo imaginamos en el honorable Senado tomando un rifle a lo Charlton Heston para amenazar a la clase política. Nos lo imaginamos como un John Wayne. Pero no nos imaginábamos que su munición verbal, su discurso entre demencial y ególatra, lo llevaría hasta a...
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