Es un hecho que la muerte del cine está entretejida con la propia prosperidad del medio desde que el progenitor de los hermanos Lumière afirmó que el cinematógrafo era una invención sin viabilidad comercial, que solo se podía explotar desde la mera curiosidad científica. Si las transiciones tecnológicas llevaron a pensar que la televisión y el video doméstico podían desplazar el lugar del cine, la forma de exhibición que continúa esa confrontación es la sala virtual. Lo cíclico de los procesos históricos no hace más que insistir, y esta reiteración del miedo ante la extinción de las salas de cine se cristaliza para comprender los dilemas de los avances tecnológicos. Lo curioso es que este miedo se ha propiciado en la posibilidad de reproducir la experiencia de las salas desde la comodidad del hogar, cuando esta promesa de imitación no ha hecho más que clarificar lo irremplazable de la sala física, que implica una concepción de ritual en el aura que confiere a su experiencia, tanto por la aparición de la luz en la oscuridad como por la colectividad del pacto durante la proyección.
Lo cierto es que tenemos menos salas físicas que antes, pero aun en el momento en el que no pudimos sentarnos en las butacas debido a la pandemia logramos acceder a la filmografía internacional gracias a las plataformas digitales. Cada modo de visualización tiene una serie de propiedades y limitaciones irrevocables, ¿por qué habría que concebir un antagonismo entre estas múltiples formas de visionado, en lugar de pensarlas como herramientas complementarias? De todas maneras, si hay un problema político de los varios que tiene el cine uruguayo, es su difusión. Sobre esto, la coordinadora de Cinemateca María José Santacreu afirma: «Nosotros creemos que el streaming puede alargar la vida de las películas, en la medida en que van encontrando otras ventanas para ser vistas. Creemos que todo esto genera un ecosistema y que, siguiendo una lógica que lo respete, el cine puede pasar por las diferentes etapas de su exhibición». Santacreu también recuerda cuando Roma, la aclamada película de Cuarón, llenó las salas de Cinemateca aun cuando había aparecido en Netflix con una diferencia temporal mínima. Así que la respuesta institucional que ella y su equipo han encontrado a este problema de convivencia con las plataformas virtuales es una plataforma propia llamada +Cinemateca, que apareció en pandemia, pero sigue adelante. Dentro de +Cinemateca, la sala Félix Oliver es un emprendimiento virtual que facilita la accesibilidad del público a la filmografía nacional desde la modesta mensualidad de 120 pesos, disponiendo también de la posibilidad de que los usuarios no socios puedan pagar por el payperview de cualquier título particular.
La plataforma tiene un catálogo que despliega tanto como promete la expansión frecuente de una selección abarcativa, en una propuesta que postula un cuestionamiento: ¿cómo se define qué tipo de cine merece ser representado por esta curaduría? Esto se amplía con la pregunta que trajo Santacreu a nuestra conversación: «¿Qué vuelve uruguayo al cine uruguayo? […] Hay muchos directores que no se suscriben a la idea de una cinematografía nacional. ¿Existe, por ejemplo, un cine finlandés, español o italiano? Y si es así, ¿qué es lo que lo hace tal? Podríamos decir que al cine italiano lo hacen las películas emblemáticas de ese cine. Pero es un cine que se extiende por muchos estilos y clases de películas». ¿Así que podría representarse un cine nacional con fidelidad si el criterio de inclusión está sesgado por sus títulos más sonantes o por inclinaciones estéticas prefiguradas? ¿No sería una forma de eliminación negligente ante la complejidad del desafío? Santacreu remarca que no hay duda sobre la preservación de filmes como Whisky, que celebra sus 20 años con proyecciones cada miércoles de setiembre y que, seguramente, se seguirá viendo por 100 años más. ¿Pero qué pasa con todas aquellas que se escapan de la canonización oficial? «Es grave ignorar toda esa producción y es mucho más grave aún cuando es producción nacional y no queda en ningún lado porque no se conserva. Es una omisión que queremos ayudar a subsanar.» Así que, si el objetivo mantiene una idea plural de cine nacional, deben abrirse los límites de cómo lo concebimos. «Al momento de hacer una plataforma de cine uruguayo, lo que prima no es responder qué hace uruguaya a una película, sino decir qué es lo que se conoce como cine uruguayo y qué problemas tenemos para acceder a él; entonces, el criterio es amplio.»
El inicio para poder desafiar nuestros límites es, primero, la duda sobre qué denominamos como una película. El nombre de la plataforma invoca al realizador responsable de nuestro primer registro fílmico, Carrera de bicicletas en el velódromo de Arroyo Seco, lo que representa un gesto histórico que nos lleva a la expectativa de entender todo el cine nacional como cine desde sus orígenes –en la conferencia de prensa se mostró el avance de un documental sobre la vida de Oliver–. Pero la plataforma también incluye trabajos que tradicionalmente no cumplen con nuestra presunción de lo que es una película, sobre todo porque su inclusión es importante para la comprensión de los rastros de nuestra idiosincrasia. Hay una sección de archivo con piezas como el centenario del entierro en suelo uruguayo de los restos de Artigas, pero también una con los primeros cortometrajes de directores como Federico Veiroj o Pablo Dotta, lo que construye una genealogía de los grandes largometrajes de ficción de Uruguay. A su vez, están los cortometrajes de realizadores sin largometraje estrenado: cortometrajistas orgullosos y posibles largometrajistas del futuro. Se trata de materiales difíciles de proyectar en salas porque hay una expectativa económica en validar la inversión de una entrada de cine, ¿y cómo podría justificarse cobrar por un material de un minuto? Pero las salas requieren una circulación monetaria, y no siempre se puede generar un bloque de proyección de cortos, así que estos materiales se vuelven proclives al olvido por esa falta de exhibición. Sin embargo, «descartar el cortometraje sería como tirar todos los cuentos cortos y quedarnos con las novelas por ser más largas, descartando todo un género brillante».
Por supuesto, debemos tener cuidado con el optimismo utópico, ya que la completitud absoluta de la representación del cine uruguayo es imposible. Actualmente hay películas ausentes en la plataforma que, tal vez, nunca estarán presentes. Hay toda una dimensión de los derechos de distribución que impide cualquier ideal de una plataforma perfecta en la que se exponga todo nuestro cine. Aunque, por lo menos, para combatir lo impredecible de la permanencia en el streaming, Cinemateca promete que no irá restando títulos y que habrá una acumulación sostenida en el tiempo. Pero esto implica la dificultad que no existe, por ejemplo, en el video casero: la vida útil de la página depende del mantenimiento continuo de la web. Y no sería el primer perecimiento de una incursión de tales propiedades: si algo se descuida, se pierde el acceso a esas películas. Pero Santacreu comunica su voluntad en nombre de Cinemateca: «Es una reconstrucción que está por hacerse, por lo que, en este punto, estamos emprendiendo un proyecto que refleja un comienzo y una intención».