Flanagan en el Subte: El agua que teje - Semanario Brecha
Flanagan en el Subte

El agua que teje

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Lo primero que salta a la vista en esta exposición antológica de Florencia Flanagan (Montevideo, 1968), que abarca cuatro décadas de producción artística (1984-2024), es la enorme variedad de técnicas y lenguajes expresivos: dibujos, collages, historietas, instalaciones, performances, objetos intervenidos, videos, textiles, pinturas. Lo segundo, la presencia del cuerpo humano, de la representación del cuerpo como territorio de disputa en el que se juegan pautas de dominio, de violencia, de sometimiento individual y colectivo, pero también de sensibilidades y afectos. En tercer lugar, una idea de lo textil, de urdimbres y tramas, de ramificaciones que aparecen como un mar de fondo detrás de todos los conceptos planteados y de los medios utilizados. Tal vez esa textura se identifique con el agua, a la que no le importa que sea viernes (como expresa el título de la muestra, Al agua no le importa que sea viernes), agua como un saber inconsciente, como una respiración que hilvana los tiempos y que subyace al desarrollo creativo de Flanagan.

Pero, volviendo al primer punto, el de la disparidad de formas y formatos, no hay demasiados ejemplos en el medio local que se ofrezcan con tanta intensidad. Acaso solo la producción de Gustavo Tabares se le asemeja en esta inquietud constante y de bruscos golpes de timón. Y no es casual que ambos pertenezcan a la misma generación, esa que pasó la niñez y la adolescencia en la dictadura cívico-militar, pues de algún modo surgen como respuesta a la opresión. Sin embargo, la relación de ambos, por ejemplo, con la cultura popular –muñecas y muñecos, cromos, superhéroes, el cómic, lo pulp y lo camp– es muy diferente.

Florencia presenta una preocupación más definida por la resolución formal de las obras –los pasajes por los talleres de Nelson Ramos y los Badaró (Quique y Nená) no pueden serle indiferentes–, advertible, por ejemplo, en Montevideo (1995), una potente serie de cartas intervenidas con tintas, lápiz y fibra, y la expresiva serie Doble personalidad (1996), que incluye tintas, óleo, pastel y acrílico. A la postre, la comparación solo sirve para situar a la artista en un contexto de época, nada nos dice de sus búsquedas más personales.

Los feminismos tienen en Flanagan una exponente precoz y decidida. Su vertiginoso ascenso como artista en los años noventa, tiempos de neoliberalismo rampante, de fragmentación social y políticas represivas, la encuentran desarrollando una obra gráfica de corte afectivo y social –es importante su pasaje por la revista Guambia– para decantar, premio Cézanne mediante, en una especie de saga en la que las Barbies son sometidas a todo tipo de violencias sintomáticas, símbolos del cuerpo femenino y las crudezas de los estereotipos asociados.

La exposición no está organizada de manera cronológica. La curaduría de Claudia del Río y Santiago Villanueva presenta la obra de Flanagan en cinco núcleos temáticos: cuerpo, sexualidad y violencia (bocetos y libretas), el primero; «la quirúrgica del goce y el deseo vinculado al cuerpo» (muñecas), el segundo; la identidad, los lugares y la cartografía (videos e instalaciones), el tercero; el cuarto, vinculado a la obra gráfica, y el quinto comprende la producción reciente vinculada a «prácticas físicas y filosóficas» (yoga) sumada a su experiencia como tallerista. La amplitud de tal propuesta curatorial no ahorra, por cierto, esfuerzos intelectivos a visitantes que deben enfrentarse de lleno a las complejidades y las variantes expuestas por Flanagan. Tal vez sea mejor así, para que no haya forma de librarse del impacto emocional que suscita una obra nacida «desde las tripas». No obstante, interesa destacar un vuelco de Flanagan hacia zonas más sosegadas –pero no sumisas– de la creación, en las que la práctica del yoga, el descubrimiento –o la interiorización– de los procesos rizomáticos de los vegetales (cañas tacuara) y el deslumbramiento por los textiles determinan un reposicionamiento como artista: «La textilidad me llega como una flecha entre dos acontecimientos definitivos y sucesivos de mi vida, recordé que la tela es nuestra segunda piel que me contacta con las mujeres de mi familia y con las mujeres artistas». Fruto de esta asunción es la gran pieza «Tejer el manto» (2011-2014), en la que participaron un centenar «de mujeres y disidencias de distintas procedencias sociales y etarias». La sensación que domina al recorrer la exposición es que hay artista para rato y que en cualquier momento Flanagan se destapa con una nueva y apremiante apuesta creativa.

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