El ambiguo «proceso de paz» para Ucrania - Semanario Brecha
Una escalada que no se detiene

El ambiguo «proceso de paz» para Ucrania

Las victorias rusas en el terreno han llevado a Estados Unidos a acelerar la búsqueda de un cese de los combates, pero los europeos siguen apostando a prolongar la guerra.

Volodímir Zelenski y Donald Trump, en la Casa Blanca, en Washington D. C., el 18 de agosto. AFP, Andrew Caballero-Reynolds.

El lunes 1 el presidente del comité militar de la OTAN, almirante Giuseppe Cavo Dragone, declaró al Financial Times que la Alianza Atlántica estudia actuar de forma «más agresiva» contra Rusia. Un «ataque preventivo» contra Moscú «podría considerarse una acción defensiva», dijo. Pocos días antes dos cargueros con destino a Rusia, el Kairós y el Veirat, fueron atacados con drones marítimos ucranianos en aguas turcas del mar Negro y un tercero, el Mersin, sufrió otro ataque frente a las costas de Senegal. Según el influyente y bien informado diputado ruso Konstantin Zatulin, los ataques a barcos con carga rusa, de los que ha habido más de una docena en los últimos meses en diversos lugares del mundo, los planifican militares británicos destacados en el «Centro de operaciones marítimas 73» de la ciudad ribereña ucraniana de Ochákov. Zatulin dice que las operaciones las dirige un almirante británico y que en el lugar hay fuerzas especiales inglesas.

El martes 2 el presidente ruso Vladímir Putin fue preguntado por estos ataques. Dijo que los europeos continúan viviendo «en la ilusión de infringir una derrota estratégica a Rusia» y, aunque saben que eso no es posible, no están dispuestos a admitirlo y se dedican a obstaculizar las conversaciones con Donald Trump para una paz negociada.

Evidentemente, Trump no es un mediador. Al igual que en Gaza, donde es un protagonista del genocidio, en Ucrania preside la potencia que maneja el conflicto contra Rusia utilizando al gobierno de Kiev y, por supuesto, el propio conflicto de este con Rusia. Pero Trump negocia porque quiere economizar sus recursos transfiriendo la contención de Rusia a los europeos, y ganar de paso dinero vendiéndoles las armas, para recolocar el grueso de sus fuerzas en Asia, en el frente contra China (el «pivot to Asia» iniciado ya por el demócrata Barack Obama). Esta genuina reconversión imperial causa tensiones y diferencias en el establishment de Estados Unidos, con manifiestas divisiones en el interior de la propia administración de Trump.

EQUÍVOCOS

El martes 2, horas antes del inicio de unas conversaciones sobre Ucrania mantenidas en el Kremlin entre Putin y los enviados de Trump, Steve Witkoff y Jared Kushner, otro carguero ruso, el Midvolga2, cargado de girasol para Georgia, fue atacado con drones marítimos ucranianos en el mar Negro. Trump envió a Moscú a sus hombres de confianza, su amigo Witkoff y su yerno ultrasionista Kushner, y no al secretario de Estado y consejero de seguridad nacional Marco Rubio, que es más inflexible hacia Rusia. Trump hizo lo mismo la semana pasada cuando envió a Kiev a otro emisario para apretarle los tornillos a Volodímir Zelenski y obligarle a aceptar algo, después de haber despedido al general Keith Kellogg, demasiado amigo de Zelenski, y organizarle un escándalo de corrupción a través de la agencia anticorrupción ucraniana NABU, muy controlada por la CIA. Washington se deshizo así de la mano derecha de Zelenski, Andriy Yermak. Trump no envió a extorsionar a Zelenski al secretario de Guerra, Peter Hegseth, sino al más pragmático Dan Driscoll, al mando del Ejército de tierra.

La salsa de las tensiones internas estadounidenses de este culebrón fueron las noticias sobre la salud de Trump y su presunta mermada capacidad cognitiva, la filtración de supuestos consejos de Witkoff a Putin sobre la manera de camelar a Trump y el informe del Financial Times acerca de la ambición de Driscoll por desplazar a Hegseth del Departamento de Guerra. Todo eso, más lo que desconocemos, que suele ser mucho más, forma parte del esfuerzo por impedir la negociación. En cualquier caso, este ambiguo y equívoco «proceso de paz» ucraniano, con conversaciones y negociaciones en curso, pero envueltas en conspiraciones para hacerlas zozobrar, nunca habría sido posible si el Ejército ruso no estuviera avanzando y ganando en el campo de batalla. Eso es lo que determina todo.

Al mismo tiempo, hay que decir que, aunque aquellos iniciales 28 puntos del «plan de paz» (cesión del Donbás, no pertenencia de Ucrania a la OTAN, límite de 600 mil hombres para las fuerzas armadas ucranianas, 100.000 millones de dólares en activos rusos para la reconstrucción de Ucrania, la ridícula «readmisión» de Rusia en un G7 hacia el que Moscú ha perdido todo interés) no fueron consensuados con Rusia, Putin los considera una «base de discusión».

Las últimas sanciones petroleras contra empresas rusas parecen haber hecho daño en Moscú. Según Bloomberg, hace cinco semanas que Rusia exporta medio millón de barriles de crudo menos al día, aunque Goldman Sachs asegura que se ha encontrado remedio… El mensaje del Kremlin es que Rusia no está interesada en proseguir la guerra y Putin lo dejó bien claro el martes en una declaración que muchos malos informadores españoles presentan como mera «amenaza».

«CON EUROPA SERÍA DIFERENTE»

«No vamos a entrar en guerra con Europa, ya lo he dicho cien veces», dijo Putin. «Pero si Europa de repente quiere entrar en guerra con nosotros y lo hace, estamos preparados ahora mismo. Europa no es Ucrania. Con Ucrania actuamos de forma quirúrgica, con cuidado. No es una guerra en el sentido directo y moderno de la palabra.» Con Europa sería diferente, dijo Putin, sugiriendo que una cosa es luchar contra los parientes ucranianos y otra muy distinta contra quienes han invadido el país en cuatro ocasiones en los últimos tres siglos, dos de ellas con propósito aniquilador.

A continuación, Putin fue preguntado sobre cómo responder a los ataques a los barcos con carga rusa, cuyo tránsito los medios occidentales pretenden criminalizar sin el menor fundamento con la denominación flota fantasma: «Ampliaremos la gama de nuestros ataques contra las instalaciones portuarias y los barcos que entran en los puertos ucranianos, eso en primer lugar. En segundo lugar, si esto continúa, consideraremos la posibilidad, no digo que lo vayamos a hacer, pero consideraremos la posibilidad de tomar medidas de respuesta contra los buques de los países que ayudan a Ucrania a llevar a cabo estas acciones piratas». Y a continuación Putin añadió lo más importante: «La forma más radical», dijo, «sería cortar el acceso de Ucrania al mar». Eso significa extender la conquista militar rusa de Ucrania a las regiones de Nikolaiev y Odesa, y convertir Ucrania en un reducido enclave terrestre sin apenas relevancia geopolítica, cortando por lo sano la ambición británica de una presencia naval en el mar Negro. Hasta ahora varios expertos rusos consideraban militarmente irreal completar la conquista de toda la franja marítima de Ucrania, pero si el ejército de ese país colapsa y los europeos siguen hostigando, nada puede excluirse. Sea como sea, últimamente Putin ha comparecido varias veces de uniforme, algo nuevo, y diciendo a sus generales «estamos preparados para ir más allá de la Operación Militar Especial», que es como se llama oficialmente en Rusia a la guerra de Ucrania.

LA GUERRA COMO OPCIÓN

El «plan de paz» ni está consensuado con Rusia ni tiene consenso en Estados Unidos –ni siquiera en la administración de Trump– ni es aceptado por los europeos. El proyecto europeo es «la perpetuación de la guerra por procuración contra Rusia durante por lo menos otros dos o tres años, desplegando tropas alemanas en el Báltico, rearme masivo y preparativos para una guerra relámpago preventiva contra Kaliningrado», lo que indica que la guerra contra Rusia está destinada a realizarse, dice la analista alemana Almut Rochowanski.

En este blog ya adelantábamos en julio de hace dos años que Ucrania perdía la guerra, pero que probablemente eso no significaría una verdadera victoria rusa. Hoy la hipótesis de un mal cierre de esta guerra tiene muchos más partidarios y el principal mérito para su cumplimiento, de momento, es europeo.

Los dirigentes europeos no pueden considerar la paz como opción. Como apunta el analista italiano Andrea Zhok, «para gente como [Ursula] von der Leyen y [Kaja] Kallas se aplica el lema de aquella película de Alberto Sordi Mientras haya guerra, hay esperanza: mientras siga viva la descabellada narrativa de “hay un agresor y un agredido, no teníamos otra opción”, toda la catastrófica conducta de las clases dirigentes europeas puede evitar llegar a rendir cuentas. Por esta razón, la perspectiva que nos espera es la de una guerra híbrida permanente, en la que los paramilitares ucranianos proporcionarán parte de la mano de obra y Europa proporcionará los medios tecnológicos y económicos».

El pacifismo de Trump para Ucrania tiene la misma sustancia que el «plan de paz» de Gaza, que nunca funcionará porque ha sido diseñado para perpetuar la masacre israelí sin alto el fuego, manteniendo la ocupación, el bloqueo de ayuda y alimentos, y los bombardeos, también contra Siria y Líbano. La negociación de Trump con Putin no cancela, sino que mantiene y refuerza la presión para rodear a Rusia y debilitarla en su periferia, como muestra la política mantenida hacia Georgia, Armenia, Moldavia y la última iniciativa de Trump con los autócratas de Asia central. Y no solo con Rusia. El impulso hacia China es idéntico.

PROVOCACIONES POR INTERPÓSITOS PAÍSES

Los intentos de Trump de sancionar comercialmente a China se derrumbaron cuando Pekín anunció su respuesta de cortar toda exportación de tierras raras, un recurso del que, hoy por hoy, dispone casi en solitario y que actuaría como un verdadero leñazo para la potencia económica y militar americana. Washington ha reculado, pero ha impulsado a Japón para debilitar a China de la misma forma en que lo ha hecho con Ucrania hacia Rusia. Ese es el contexto de las declaraciones de la primera ministra japonesa Sanae Takaichi de que Taiwán es estratégicamente relevante para Japón y que su país desplegará misiles cerca de su territorio. Japón no tiene mala imagen en Taiwán –isla que ocupó durante medio siglo hasta 1945–, al punto de que, a diferencia de los coreanos, algunos taiwaneses no solo no odian a Japón, sino que se consideran próximos. Es un recurso ideal para provocar a Pekín y fomentar la confrontación militar allá.

Como dice Laura Hein, una historiadora especialista en Japón, aunque a menudo hablamos de la guerra en términos de vencedores y vencidos, olvidamos la lógica intrínseca de la guerra que apunta hacia una devastación cada vez mayor. Una vez comenzada, todas las presiones se dirigen hacia una mayor destrucción. Los grandes conflictos pueden empezar casi sin quererlo, pero una vez iniciados la lógica de escalada hace que sea mucho más difícil detenerlos que iniciarlos. Tal es el implacable impulso de la guerra en sí misma.

(Tomado del blog del autor.)

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