Ni el australiano Gerald Murnane, ni la china Can Xue, ni la mexicana Cristina Rivera Garza, ni el español Enrique Vila-Matas, que sonaban previamente en la prensa y cotizaban alto en las casas de apuestas como candidatos al galardón, recibieron finalmente la llamada de Estocolmo. Por otro año, tampoco fueron bendecidos el japonés Haruki Murakami, la canadiense Anne Carson, el británico Salman Rushdie, el rumano Mircea Cărtărescu ni el argentino César Aira, varios de cuyos seguidores protagonizaron una esperpéntica vigilia en una cafetería del barrio porteño de Flores.
El ganador del Premio Nobel 2025 también formaba parte de los precandidatos, justo es decirlo, pero su obra poco conocida en estas tolderías no lo volvía un nombre a tener en mayor consideración.
Con el diario del lunes, los datos parecían estar todos a la vista para el lector entre líneas, la misma evidencia que permite comprender que la obtención del Nobel para László Krasznahorkai no constituye un fenómeno aislado: en 2004 recibió el Premio Kossuth, entregado por el gobierno de Hungría, uno de los galardones más prestigiosos de aquel país, por el conjunto de toda su obra publicada hasta el momento; 11 años después obtuvo el Man Booker International; en 2021 le entregaron el Premio Austríaco de Literatura Europea, y, para rematar, el año pasado le llegó el Premio Formentor de las Letras.
La solvencia de una obra compleja, que no le facilita las cosas al lector y que constituye, por eso mismo, un desafío a la inteligencia que atraviesa la hechura de todo fenómeno artístico, propició múltiples traducciones, y Krasznahorkai llegó a nuestra lengua mayoritariamente de la mano del preciosista sello español Acantilado, que ha dado a imprenta títulos como Melancolía de la resistencia (2001), Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (2005), Guerra y guerra(2009), Ha llegado Isaías (2009), Y Seiobo descendió a la Tierra (2015), Tango satánico(2017), Relaciones misericordiosas (2023) y El barón Wenckheim vuelve a casa (2024).
EL PRIMER DÍA
Nacido en la ciudad de Gyula, al sureste de Hungría, cerca de la frontera con Rumania, el 5 de enero de 1954, Krasznahorkai se estableció con 19 años en Szeged para estudiar Derecho, se licenció cuatro años después y fijó residencia en Budapest, donde continuó formándose en diversas disciplinas al tiempo que comenzó a labrarse un nombre como autor de ficción. Hábil gestor de becas, un estímulo más que necesario para evadir el yugo de las ocho horas en una labor ajena a la creación literaria y dedicarse con holgura a escribir, Krasznahorkai publicó su primera novela en 1985. Viajero incansable, el flamante premio nobel recorrió China y Mongolia, y residió durante largos períodos en países tan diversos como Bosnia, Japón y Alemania.
Aunque en estas horas muchos reseñistas subrayan la tendencia al exceso en la escritura de Krasznahorkai, factor que puede ejemplificarse con su novela Herscht 07769 (2021), sin traducción al español, que consiste en una única oración que se desarrolla durante 400 páginas, apenas entrecortada por algún punto y coma, el escritor húngaro se ha revelado como un fino maestro en el arte de trabajar sobre el extrañamiento («El arte reside en el misterio», le dijo a Matías Serra Bradford en una entrevista, una semana atrás), tal como ilustra el primer párrafo de su primera novela, Tango satánico, publicada en 1985 (llevada al cine por Béla Tarr en 1994, cuyo metraje de poco más de siete horas contó con la participación como coguionista del propio Krasznahorkai) y que sigue las desventuras de un grupo de aldeanos en una remota región rural de Hungría ante el regreso de un coterráneo al que habían dado por muerto. La cita, en traducción de Adan Kovacsics, dice: «Una mañana de finales de octubre, poco antes de que las primeras gotas de un otoño largo e implacable cayeran sobre la tierra reseca y agrietada en la zona occidental de la explotación (para que luego un mar de barro hediondo volviera impracticables los caminos e inalcanzable la ciudad hasta la aparición de las primeras heladas), Futaki se despertó al oír unas campanadas. A unos cuatro quilómetros en dirección suroeste, en lo que fueron los antiguos terrenos de los Hochmeiss, se alzaba una ermita solitaria, pero ahí no quedaba campana alguna, es más, la torre se había derrumbado en la época de la guerra; y la ciudad se hallaba demasiado lejos para que de allí llegara sonido alguno».
Ayer, cuando la cadena sueca Sveriges Radio llamó a Krasznahorkai a su casa en la región rural de Baranya –donde vive recluido desde hace años, lo más lejos posible del mundanal ruido– para tener sus primeras impresiones sobre el galardón, el húngaro de 71 años, el segundo autor en recibir la distinción en su país luego de Imre Kertész en 2002, dijo sentirse tranquilo y nervioso al mismo tiempo. Y agregó con algo de sorna: «Es mi primer día como ganador del Premio Nobel». Ahora vendrán las entrevistas, las reediciones, las reimpresiones, las nuevas traducciones (con gran olfato y el proverbial buen gusto en su catálogo, la editorial argentina Sigilo acaba de lanzar una edición de Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río,en la misma traducción de Adan Kovacsics que publicara Acantilado en 2005 y que continúa la senda iniciada con la aparición el año pasado de El último lobo, también en traducción de Kovacsics). Y las gigantografías en las vidrieras, las montañas de ejemplares en las librerías conviviendo con las novedades del mes, las reseñas, los debates, los foros, los infaltables reels y los suplementos literarios especiales. Hasta el próximo octubre.Con su tendencia a engarzar en los fallos, año tras año, las generalidades con los lugares comunes, la Academia Sueca anunció ayer el Premio Nobel de Literatura para el húngaro László «por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte». Debajo de esa frase vacía, reproducida por estas horas hasta el hartazgo, late una obra personalísima, copiosamente traducida al español, pero, como es habitual, poco leída en estas latitudes.