El vigor mostrado por el movimiento cívico en demanda de un sufragio universal sin restricciones aventura la muerte del proyecto de Beijing, como ya ocurrió en 2003 y 2012 con otras iniciativas polémicas inspiradas por el gobierno central.
No parece que se vaya a desgastar fácilmente la protesta. Por el contrario, todo apunta a su solidifación. Pero es que, además, incluso podríamos dar por matemáticamente muerta la propuesta ya que sus partidarios no disponen de la mayoría de dos tercios exigida para validarla en el Consejo Legislativo. De optar por la intensificación de la represión, esto haría más improbable que los diputados de la oposición se sumen a la mayoría. Y necesitan cinco al menos. No hay otro escenario razonable que la negociación, y todos en Hong Kong lo saben. La cuestión estriba en que Beijing lo acepte.
Los ciudadanos de Hong Kong quieren elegir a su “jefe ejecutivo” por sufragio universal pero no con la fórmula ideada por el gobierno central, es decir, limitando el número de candidatos a dos o tres afines sin que haya auténtica alternativa. Según se desprende del Libro Blanco sobre el tema dado a conocer en junio último, los candidatos deben “amar a China y a Hong Kong”. Hasta ahora, el jefe ejecutivo era elegido por un comité de selección que se ha ido ampliando de los 400 miembros iniciales a los 1.200 actuales. El candidato a elegir por sufragio universal sería “examinado” previamente por el comité de nominación, debiendo contar con el apoyo de la mayoría, de modo que la oposición no tiene posibilidades de proyectar un candidato propio.
Cabe reseñar que tampoco durante los 156 años de dominio británico los hongkoneses pudieron elegir democráticamente a su gobernador. Esto era cosa de la reina madre. El interés por la democratización de Hong Kong sólo se manifestó en los años previos a la retrocesión (1997) de la mano de Chris Patten con un claro sentido oportunista. Si Londres hubiera democratizado a tiempo “su colonia”, haría más difícil su pura y simple supresión por parte de las autoridades chinas. Eso lo entendieron a la perfección en Taiwán, que ante la perspectiva de la reunificación promovió en los años noventa la democratización de la dictadura del Kuomintang. Si algún día Taiwán se convierte en parte administrativa de China, no abdicará de su régimen democrático y esto será condición sine qua non para aceptar cualquier hipotética reunificación. Londres, como Beijing ahora, pensó en satisfacer las necesidades de las elites económicas pero no de las mayorías sociales.
La magnitud de la crisis política evidencia el distanciamiento de importantes sectores de la sociedad hongkonesa, especialmente de la juventud, respecto de las bondades de la política continental. Por más que Beijing se haya involucrado en la estabilidad económica del antiguo enclave británico, sus instrumentos pueden cautivar a las elites empresariales con prebendas de diverso tipo, pero en los años transcurridos desde la retrocesión, la emergencia de un proceso de “indigenización”, frente a la avalancha que llega del continente, está manifestando consecuencias políticas de mayor alcance al inicialmente previsto.
De poco vale atribuir la crisis a la injerencia extranjera o invocar el patriotismo del sueño chino y la revitalización del país para desautorizar las reivindicaciones democráticas. Un refrán chino dice que “dos personas pueden dormir en la misma cama y no compartir el mismo sueño”. Todo indica que así es en el caso de Hong Kong, señalando el fracaso de aquella política que concede la primacía absoluta a la economía en detrimento de otras cuestiones. La subestimación de los anhelos democráticos, muy presentes en Hong Kong, puede desestabilizar las estrategias económicas.
El futuro político de Leung Chun-ying está en cuestión. La gravedad de la crisis y su persistencia pueden hacer insostenible su situación al frente de Hong Kong. Beijing puede aceptar su renuncia, pero difícilmente avenirse a las condiciones planteadas por los manifestantes. De no aceptarse su reforma, es más probable que las cosas sigan como están, a la espera de tiempos mejores.
Los impactos en el continente serán limitados no sólo por la censura extrema sino porque los tiempos políticos son simplemente diferentes. No obstante, una victoria del movimiento cívico en Hong Kong serviría tanto para reforzar las convicciones de la disidencia interna en el continente como para acentuar la represión por parte de las autoridades, confirmadas en su ímpetu para redoblar los controles.
En Hong Kong comprobamos de nuevo que China enfrenta desafíos políticos y territoriales muy serios. En marzo de este año, el Movimiento Girasol paralizó en Taipei la ratificación de un acuerdo económico con Beijing, importante para avanzar en la reunificación por la vía de hecho, que es su estrategia principal. Ahora es Hong Kong quien dice no, mientras en Xinjiang y Tíbet se agravan las tensiones. Las costuras del modelo político, incluyendo la fórmula “un país, dos sistemas”, empiezan a evidenciar sus notorias limitaciones frente a las aspiraciones, más ambiciosas, de una sociedad en plena evolución.
* Director del Observatorio de la Política China. En Uruguay exclusivo para Brecha.