El barco de Eva - Semanario Brecha

El barco de Eva

Tres pintoras, Museo Gurvich.

Tres pintoras, Museo Gurvich.

No hace mucho, desde las páginas de este semanario, escribíamos sobre la exposición Cuatro artistas rebeldes –María Freire, Hilda López, Amalia Nieto y Amalia Polleri–, artistas que se habían destacado por el compromiso social y por haberse expresado en una variada gama de disciplinas. La muestra que hoy nos ocupa1 también presenta la obra de tres pintoras valientes, alumnas de José Gurvich, dos de ellas muy activas, Linda Kohen (Milán, 1924) y Angelina de la Quintana (Montevideo, 1935). La tercera, Eva Olivetti (Berlín, 1924-Montevideo, 2013), homenajeada por las dos primeras, fallecida, está presente con algunos cuadros reveladores. Y si bien De la Quintana también ha incursionado en la enseñanza, las tres se caracterizan por ser, en esencia, pintoras: corajudas, perseverantes y talentosas. Su maestría se concentra en ese campo del arte que no deja resquicios a la observación indagadora, que se brinda como una ventana donde todo está por y para verse.

Linda Kohen, quien el año pasado fue celebrada con una exposición en el Espacio de Arte Contemporáneo y la denominación con su nombre del Premio Nacional de Artes Visuales 2018, no ha parado de pintar desde principios de los años cuarenta. Coincidió con Angelina y con Eva en el taller de Gurvich en la década siguiente, aunque con Eva la unía, además, una relación familiar que se volvió amistad entrañable. La energía y el deseo de pintar de Linda no conoce ningún símil en nuestro medio (bueno, tal vez con el escultor Octavio “Toto” Podestá, que cumple en estos días sus juveniles 90 años, compartan el mismo idioma: ambas personas son en extremo amables, modestas e igual de trabajadoras). Las pinturas de Linda Kohen que se exhiben dan cuenta de la última etapa de su producción, desde 2014 al presente. Es una pintura emotiva y conceptual a la vez: le interesa la posibilidad de comunicación con el otro o su imposibilidad, la soledad y la enajenación del ser humano. Aunque intemporal en la problemática que recoge, es por definición una pintora del siglo XX, alguien que padeció la guerra, la persecución y la opresión en distintas formas. Linda ha ido depurando su paleta y simplificando su composición. Las personitas anónimas se acercan a la figura del hombre universal de Joaquín Torres García, son poco más que un contorno o desaparecen definitivamente, como en el notable óleo “La niebla bajó a la ciudad”, de 2015.

Angelina de la Quintana, que se fue del país en 1973 y vive actualmente en Viena, es una de las sorpresas que nos sigue legando José Gurvich: sus obras, al igual que las de sus compañeras en esta exposición, no poseen una estética similar a la del maestro, en absoluto. Sólo que Gurvich supo despertar en cada una de ellas el camino que les convenía. Así, las pinturas de Angelina, muy recientes, tratan el tema de la migración por vía marítima, asunto de terrible vigencia en Europa. Y lo hace sin dramatismos ni golpes bajos, con una expresión contenida. Logra el equilibrio justo mediante una estructura signada por la regla áurea y una paleta baja, bien entonada. Las masas humanas se compactan, son un solo dolor, un solo cuerpo que desciende y sube a los barcos, dispuestos a un viaje sin término. “Horizonte” y “Luces”, de 2004, ambos paisajes marinos nocturnos, son de una belleza lúgubre.

Eva Olivetti, desde el pasado, convoca a sus dos amigas con una antología mínima, en acertada selección de la curadora Sarah Guerra. Inclasificable, la pintura de Eva conoce una frescura que sólo algunos artistas autodidactas consiguen, pero que en ella es fruto de una observación pausada, interior, y de un despojamiento de los medios expresivos. La serie de paisajes de ciudades atravesados por enramadas, muros y rejas, como texturas entrelazadas a pincel seco, comparten con las obras de Linda y de Angelina cierta aprensión por el destino humano. No son las obras más felices y luminosas de Eva; se trata, más bien, de una pintura invernal u otoñal, concebida en las décadas del 70 y del 80, y que en sala establece un franco diálogo con las preocupaciones plásticas de sus compañeras. Se podría decir que las tres están inmersas en el mismo viaje, o en el mismo mar: el de la pintura sin concesiones ni respuestas fáciles.

1. Tres pintoras, Museo Gurvich.

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