Yik Yak, una aplicación para dispositivos móviles, ha causado revuelo el último año y supone una preocupación para muchos. ¿En qué consiste? Básicamente no se diferencia demasiado de Twitter, pero trae consigo dos singularidades: la localización y el anonimato. Utiliza la geolocalización para compartir mensajes sólo en un radio de dos quilómetros, es decir que los mensajes se difunden solamente dentro de un área específica, propiciando así una experiencia más íntima y de contenidos quizás más relevantes para los usuarios. Pero lo más importante es que quienes escriben los mensajes lo hacen desde un anonimato absoluto. No es necesario registrarse para acceder a la aplicación ni para ver las publicaciones que circulan en ella. Esa es su “gracia” principal, todo lo que allí se publica proviene de usuarios anónimos.
Los que conocen mínimamente el funcionamiento de las redes sociales saben lo que significa esto. El anonimato se presta para obscenidades de todo tipo y color y es pasto de cultivo para trolls. Es por eso que a los pocos meses de difundirse la aplicación surgieron los problemas. Lejos de circunscribirse a los ámbitos universitarios para los que fue pensada originalmente, fue un éxito y rápidamente comenzó a utilizarse también en los liceos. Allí los comentarios del tipo “fulana es puta” o “mengano es maricón” (por poner ejemplos suaves) comenzaron a ser moneda corriente. Pero en lo que se diferencian estos insultos diseminados mediante la aplicación de los que puedan leerse en cualquier banco de clase o en la puerta de un baño es que los receptores, que seguramente conozcan al afectado por estar cerca de él, pueden ponerle “me gusta” a la ofensa. Si un insulto anónimo recibe muchos “me gusta” ya deja de ser un agravio más o menos inocuo y pasa a convertirse en hostigamiento.
A poco de existir, Yik Yak ya había despertado la indignación de padres que se dirigían a los institutos señalando que sus hijos habían sido objeto de humillaciones, intimidaciones y hasta de acosos sexuales, originados desde la aplicación y luego continuados en el trato directo. Todas las expresiones de la discriminación parecían hacerse eco en estos mensajes: racismo, machismo, homofobia, xenofobia y, de hecho, cualquier rasgo distintivo de una persona podía llegar a ser objeto de despiadadas burlas, con la implacable aleatoriedad propia del bullying. También algunos estudiantes fueron detenidos por falsas amenazas de bomba o de tiroteos en los colegios difundidos mediante la aplicación.
En una petición del sitio Change.org una estudiante víctima de este tipo de ensañamiento recolectó firmas para cerrar definitivamente Yik Yak. La chica, de 18 años, intentó suicidarse harta del acoso que sufría en los mensajes enviados mediante la aplicación, y señala que incluso cuando estaba recuperándose continuaba recibiendo mensajes en los que la instigaban a acabar con su vida. “Tras el escudo del anonimato los usuarios tienen cero responsabilidad en sus comentarios, y pueden propagar abiertamente rumores, enviar insultos hirientes, amenazas, o incluso decirle a alguien que debería suicidarse. Y todas estas cosas están sucediendo en este momento. Los creadores de la aplicación afirman que no está destinada a ser utilizada por personas menores de 17 años, pero no hay garantías para evitar que los usuarios más jóvenes la descarguen, y sé por experiencia personal lo popular que se ha vuelto entre los adolescentes más chicos”, escribió la damnificada. Su petición alcanzó estos días su tope de más de 78 mil adhesiones, y los desarrolladores de Yik Yak se entrevistaron con ella avisándole de cambios introducidos en la aplicación para evitar que continúen sucediendo estos infortunios.
La aplicación fue prohibida en varios colegios de Estados Unidos, y algunos incluso han comenzado a utilizar tecnología que la deshabilita dentro de sus territorios. De alguna manera, los mismos desarrolladores de Yik Yak admitieron su responsabilidad en lo sucedido, cambiando algunos detalles de su uso, quizá adelantándose a que alguien los obligara a deshabilitarlo. El episodio debería alertar más que nunca sobre los peligros del anonimato y de lo que éste promueve en los seres humanos, y parecería demostrar mejor que ninguno el acierto de la máxima de Marshall Mac Luhan de que “el medio es el mensaje”, de hecho, ya sería hora de que comenzara a responsabilizarse, con las regulaciones y legislaciones pertinentes, a quienes facilitan estos formatos.