Después de tres años de ausencia en el mostrador de novedades, Buceo Invisible terminó el 2018 con nada menos que dos discos editados a través del trabajo colectivo. En octubre lanzaron Canción de vida, el disco póstumo de Álvaro Bassi, uno de los miembros fundadores de la agrupación, que falleció en el año 2006 dejando un extenso repertorio de canciones inéditas. Los responsables de este lanzamiento describen la obra como “canciones despojadas que abrazan, rayos de dura belleza”.
Un mes más tarde, en noviembre, salió a la calle Luz marginal, el quinto disco de Buceo Invisible. Para aquellos que, distraídos, recién escuchan de su existencia, lo que deben saber es que, lejos de ser una banda común y corriente, se trata de un colectivo de artistas de distintas disciplinas: músicos, poetas, artistas plásticos, que ponen a dialogar sus obras en espectáculos o muestras que realizan en diferentes espacios. El resultado más fácilmente perceptible de este trabajo son las canciones. Siempre fueron nostálgicas, pero nunca presentadas como una apología de la pena, sino tal vez como una forma de reciclar la oscuridad que brilla tras volverse canción.
El sonido de Luz marginal recuerda un poco al indie rock europeo, a la melancolía de Leonard Cohen, y también a la dulzura criolla de Darnauchans. La mezcla responde a la misma lógica de colectivo del conjunto. No aparecen elementos con volúmenes que se destaquen ante otros, ni hay despliegues enormes de virtuosismo vocal o solos eternos. La poesía de las canciones es sencilla y única. Letras escritas con palabras comunes, pero describiendo imágenes extraordinarias. Todas las artes involucradas comparten el espacio en partes iguales.
El disco empieza con la voz a capela de Diego Presa cantando las primeras palabras de “La extranjera”, una canción acerca de una mujer que se encuentra en un lugar ajeno sin reconocer su entorno. En el estribillo el poeta promete que ese malestar se transformará en algo mejor, y esas palabras, junto con los arreglos de teclado y de cuerdas, tienen como resultado un sonido que, aunque nostálgico, es esperanzador, y el resto del disco responde en su mayoría a esa lógica. “El cowboy” habla sobre un cuidacoches quijotesco que cree ser un vaquero; guitarras distorsionadas y un bajo profundo. Esta canción es rock. Después suena “Ey, rata, topo”, el primer corte de Luz marginal, que describe con imágenes a un personaje nocturno y superficial. En “La vida violenta”, cuya poesía es más abstracta que en las canciones anteriores, quien canta es Marcos Barcellos, y su forma de decir es más parecida a la de un poeta que a la de un cantante. “Carretera” empieza con aires de banda sonora de una road movie. “Cruzamos el país/ buscando la belleza/ y nos reconocimos/ en la carretera”, le dice la voz a alguien después de describir su viaje por rutas uruguayas, todo con sencillez y al mismo tiempo una originalidad notable. “Montevideo, 1903” es como la imagen de un instante en la que un hombre ve una foto antigua de unos niños. “El rosal” tiene una poesía menos evidente, y un cambio rítmico fuerte entre las estrofas y el estribillo. En “El silencio del patio” es Santiago Barcellos quien recita la letra, que parece describir un momento de claridad tras una temporada de tristeza. “Televisión” es una canción rockera y de amor. En “Dejarse ir” aparece el origen de Buceo Invisible, más parecido al estilo de los primeros dos discos. “El fin del mundo” está como sacada de una película de Gaspar Noé, con esa oscuridad enorme y atractiva. El disco termina con “Felicidad”, la canción de un hombre que la siente como algo a lo que no está acostumbrado, y le da un poco de vergüenza.
Este disco es como la hora mágica en un día con el corazón sensible, tiñe con el dorado que emociona más. Es como la emoción verdadera, la alegría después de la pena, el pecho contento con un cosquilleo raro entre las costillas. Las emociones son complejas y esta gente lo entiende y lo representa muy bien.
Luz marginal, Buceo Invisible, Bizarro, 2018.