Dos mil veinte fue para Matías Mateus a todas luces consagratorio. Dos de los galardones más prestigiosos de la literatura nacional cayeron en sus manos casi que simultáneamente: el Premio Juan Carlos Onetti, por La inmortal del siglo XX, y el Premio Nacional de Literatura, por La danza del invicto. Lo que, para algunos, fue una rutilante sorpresa, para otros, aquellos quienes siguen desde hace varios años los pasos del autor, resultó una mera expresión de la justicia. A pesar de su juventud, Mateus reúne en su haber diversos premios nacionales e internacionales, tanto en poesía como en narrativa, pero es en este último género donde se observa un mayor desarrollo y afianzamiento. Desde la lejana Paraíso y después (2014) hasta la prepandémica Otro retorno al vacío (2019), Mateus solo ha delineado ascensos; con La inmortal… y, especialmente con La danza del invicto, ha merodeado alguna cumbre.
En esta nueva novela, Mateus reafirma su obsesión por las estructuras aparentemente rígidas que, posteriormente, presentan un mayor nivel de complejidad en su interior. Recordemos Una hora de eternidad, donde la trama se desarrolla en secciones que representan los 60 minutos y, lo que es más interesante, fueron pensadas para ser leídas en un espacio de tiempo similar, o en Hotel White, donde la lectura no nos lleva de la mano por los capítulos, sino por el interior grotesco de las distintas habitaciones de un hotel de alta rotatividad. En la novela que requiere nuestra atención, Mateus plantea una estructura macroorganizada en cinco rounds de una pelea de boxeo, pero en el universo de cada round/capítulo se encadenan múltiples momentos de una misma historia, apenas separados por párrafos que el lector atento deberá advertir si no quiere perderse en el constante juego de analepsis y prolepsis propuesto por el narrador. El trabajo literario de Mateus, tal como sugería Roland Barthes en sus Ensayos Críticos, exige del lector no solo un consumo (entiéndase lectura pasiva), sino una producción, un «hacer con» la lectura, capaz de propiciar la expresión más plena y acabada de la obra.
En La danza del invicto asistimos al caótico relato vital de Marcellus Dundee, excampeón mundial de los pesos pesados, que se encuentra –en compañía de Johanna, su pareja–recuperándose de un accidente de tránsito: «Pocas semanas después del accidente podía caminar con la ayuda de los fisioterapeutas, hacer mis necesidades y manipular cubiertos sin asistencia. De todas formas, decidieron mantenerme en observación. Debían determinar la gravedad de las lesiones en el área de Broca que produjeron mi afasia y si esta era irreversible…». La semiparalización de Marcellus y su afectada oralidad favorecerán, quizás por primera vez en su agitada existencia, la introspección y su materialización externa a partir de la escritura, pues el acto de escribir cobra una fuerza inusitada con la anulación del habla. En Marcellus, el silencio despierta los demonios enquistados en su pasado, el cúmulo de tragedias experimentadas se agolpa en su mente repiqueteando con un «clap, clap, clap» constante que tiene variadas, pero siempre nefastas, connotaciones: «Las pesadillas habían regresado. La descarga de munición de ametralladora volvió a reclamar su lugar en mis noches. El infierno de La Isla seguía allí…».
La Isla, geografía imaginaria, pero asimilable a ciertas zonas de Latinoamérica donde campea la violencia, marca el origen de Dundee. Allí, los grupos armados se disputan las tierras y esclavizan a los habitantes. El escape al «Continente» solo puede ser a un costo desgarrador (abandono de la familia), y los nuevos sitios de acogida (como el monasterio donde se ocultan abusos sexuales o el astillero donde las peleas clandestinas son manejadas por los mafiosos de turno) solo parecen confirmar que el infierno se encuentra en todas partes.
Una de las líneas temáticas que Mateus trabaja con sutil profundidad refiere a la dicotomía centro/periferia. Las enseñanzas de Gus Amatto, «la Biblia del boxeo», revelan una elocuente sabiduría: «El centro es la posición más ventajosa. En la periferia del cuadrilátero los movimientos son más largos, conectar requiere un esfuerzo mayor y, luego, al alejarte, las cuerdas están ahí cortándote el paso». Marcellus Dundee entiende perfectamente las palabras de su mentor, como habitante de la periferia conoce de márgenes y limitantes, de falsos intermediarios y exigencias desmedidas. El combate vital se lleva adelante minuto a minuto, en cada golpe de sus puños, en cada línea de sus apéndices. Lo que está en juego desde siempre no es nada más ni nada menos que la dignidad.