En 2014 hubo en Montevideo dos eventos significativos vinculados a la historia de su patrimonio cultural y, más precisamente, a la de su acervo arquitectónico moderno. En el verano de ese año la arquitectura industrial de la ciudad sufrió una de las pérdidas más sentidas por los montevideanos. La empresa Tiendas Montevideo demolió la antigua fábrica de alfombras La Indígena, del empresario Manuel Assimakos, sobre Avenida Italia, para construir uno de los galpones a los que esa arteria de la ciudad ha debido acostumbrarse.
En ese caluroso y quieto enero las redes sociales ardieron con reclamos y la pregunta de por qué la Intendencia no protegió ese singular edificio del arquitecto Jorge Caprario (1896-1997). Se trataba de una obra moderna pero amenizada por un singular juego de volúmenes –con una llamativa cúpula– y la inclusión de una ornamentación característica que servía para promover la marca industrial, basada en un calado que se aprecia en otras obras del autor, como el edificio El Indio, en Villa Biarritz. Estas particularidades hacían que el edificio fuera una obra arquitectónica inolvidable y un referente urbano. Las autoridades se excusaron afirmando que el inmueble no tenía protección legal y recordaron que el edificio nunca fue incluido por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) en la lista de obras dignas de ser catalogadas como de interés departamental. La academia hizo un mea culpa por no haber estimado el valor de esa obra de Caprario, y algunos especialistas confesaron, incluso, que el hecho mostró la dificultad de estimar la significancia de edificios que no se ajustan a una estética «pura».
Ese mismo año tuvo lugar otro acontecimiento impactante para la arquitectura industrial de la ciudad, pero que funciona como contracara de la situación anterior. Un joven emprendedor belga, Maxime Degroote, adquirió el local que en 1928 construyó la firma comercial e industrial Pablo Ferrando sobre la calle Chaná entre Joaquín de Salterain y Pablo de María. Era un padrón de dimensiones considerables (unos 1.800 metros cuadrados), con entrada por dos calles, con un inmueble que a lo largo de los años sufrió fuertes alteraciones, ya que pasó de fábrica de muebles a taller de carpintería, depósito y service de electrodomésticos importados. En principio, era una construcción con escaso valor arquitectónico y, obviamente, carecía de protección legal. Aun así, sin otro incentivo que sus ojos, Degroote se propuso recuperar el local de Pablo Ferrando, por considerar que se trataba de una obra de una considerable calidad formal, con detalles estructurales destacables, que ameritaba ser recuperada y puesta en valor para crear un nuevo emprendimiento empresarial.
En noviembre de 2017 se inauguró allí el Mercado Ferrando, un centro comercial, gastronómico y cultural que se ha constituido en uno de los lugares de encuentro de referencia en la ciudad. Se trata de la apuesta más significativa hecha en lo que aquí llamamos eje Pablo de María. Esta calle de Cordón sur ha sido testigo del surgimiento de un conjunto de emprendimientos comerciales y culturales que han logrado conciliar los intereses empresariales con la preservación y el reacondicionamiento de obras arquitectónicas que, pese a carecer de protección legal, han sido estimadas por su valor patrimonial, tanto edilicio como urbanístico, dado el sentido y la identidad que aportan al barrio donde se encuentran.
PODER IMAGINARTE CÓMO ERA ANTES…
El inmueble que enamoró a Degroote fue la segunda gran obra arquitectónica que Pablo Ferrando aportó al patrimonio de Montevideo, luego del edificio de la óptica, ubicado en Sarandí y Bacacay. Lo que de él llama la atención es que, pese a haber tenido un destino industrial, sin atención al público, presenta una gran calidad formal. La fachada impacta por el diseño con escalonamiento, el remate triangular que se reproduce en los vanos y anuncia un techo a dos aguas, y la original tipografía moderna en rojo, que presenta la firma industrial y comercial y el local destinado a ser la «primera fábrica nacional de muebles asépticos».1
«Cuando vine a ver el local por primera vez, entré por Salterain. Al ingresar a la parte donde funcionó la fábrica y ver la cercha, me dije: “¡Qué belleza!”. Esas cerchas tan bien ejecutadas, el diseño de los remaches y los tirantes de hierro, con unas formas tan cuidadas, me parecieron muy interesantes. Lo que más llamó mi atención fue el espacio que está detrás de la fachada, en el primer piso, con ese vano triangular y esa luz que ingresa. Ese espacio es mi lugar favorito. Próximamente lo vamos a inaugurar como una sala para eventos, talleres y diversas propuestas culturales. Curiosamente, lo último que vi fue la fachada. Desde el principio me propuse recuperar el edificio. Nunca se me ocurrió demolerlo. Y no fue un cálculo económico, sino más bien una ideología, aunque no sea un idealista. Para mí, es muy lindo entrar a un lugar que tenía otro destino y todavía preserva rastros o huellas de ese otro uso, e imaginarme cómo era antes. Me parece que es algo interesante, que no se puede simular. Yo valoro mucho ese tipo de emprendimientos y sé que hay gente que también lo valora», contó Degroote a Brecha.
El emprendedor supervisó directamente las obras de recuperación y reacondicionamiento. Se suprimieron agregados, se restauró la fachada (para lo cual debieron quitarse las ventanas de aluminio y recuperarse las de hierro originales) y se respetaron ciertos elementos originales, como el riel que atraviesa el local, que recuerda que allí funcionó una fundidora. «No hay un símbolo más fuerte que un riel en el piso de un edificio industrial. Es uno de los detalles únicos que tiene el lugar. Ese riel cuenta algo, y todo el que viene se pregunta de dónde a dónde va, qué transportaba. Es como las huellas del tranvía en algunas calles de la ciudad», reflexionó. Para Degroote, fue importante que los agregados (fundamentalmente las instalaciones técnicas vinculadas a la necesidad de aislación, iluminación y ventilación) se diferenciaran de la estructura preexistente, de tal modo que quedara claro qué era lo nuevo y qué era lo original, sin tapar ni imitar. Hay una honestidad y un sentido documental interesantes en sus palabras.
Con el nombre del nuevo emprendimiento y el diseño del logo se buscó mantener la memoria del lugar, y son un gesto en honor al antiguo propietario: «Todo lo que ha construido Pablo Ferrando lo ha hecho con mucho cuidado. Se ve que elegía bien a sus arquitectos y tenía un criterio estético bien marcado. Él no tenía por qué hacer sus locales como los hizo. El estilo de la fachada acá no se compara con ningún otro edificio de la zona: es único. Él quiso hacer edificios únicos. No es casualidad que haya construido ese bellísimo edificio para la óptica y este local fabril, que no recibía público y, sin embargo, tiene detalles importantes».
Antes de que el Mercado Ferrando abriera sus puertas, ya funcionaba en la zona un emprendimiento que tenía un espíritu similar. En mayo de 2016 surgió, a pocas cuadras de allí, la librería y café Escaramuza. Este emprendimiento comercial y cultural se ubicó en una antigua casona construida en 1907, de acuerdo a la tipología de la casa estándar propia de la arquitectura familiar que en las primeras décadas del siglo XX marcó la fisonomía de los barrios Cordón y Parque Rodó. A partir de la década del 90 esta tipología residencial sufrió intervenciones de diverso tipo y resultó, las más de las veces, víctima de la especulación inmobiliaria (reciclajes para vivienda colectiva de cuestionable calidad formal y funcional). Pero esa no fue la suerte de la casa ubicada en Pablo de María esquina Charrúa, donde se instaló Escaramuza, emprendimiento que procuró cuidar y preservar la belleza original de la casa y, al mismo tiempo, adecuarla a nuevos usos.
La elección de la casa llevó un tiempo: los emprendedores visitaron decenas hasta dar con la mencionada, que, además de tener las dimensiones adecuadas para el proyecto (385 metros cuadrados), estaba en buen estado de conservación y mantenía detalles destacables en los materiales y la decoración, como los relieves de la fachada, el diseño del pavimento, los pisos de pinotea, los vitrales y un aprovechable patio abierto en el fondo. La obra, de los arquitectos Fabrizio Devoto y Emilio Magnone, incluyó una intervención en el área del restaurante, así como la restauración y la reconstrucción de algunos elementos siguiendo los diseños originales (paños vidriados, claraboyas…). Finalmente se hizo una propuesta decorativa que combinaba distintos lenguajes y se valía de tres componentes vinculados a la semántica del lugar: la madera, los libros y las plantas.
PRINCIPIO DE CONTINUIDAD
Otro caso emblemático es el de Magnolio Media Group, inaugurado en 2019 en Pablo de María 1015. Se trata de un proyecto ambicioso que comenzó como una construcción para estudios de radio, al que luego se le agregaron un restaurante y, finalmente, una sala de teatro. Se construyó en un padrón muy amplio (que entonces funcionaba como estacionamiento y taller de reparación de autos), frente al cual había una casa de principios del siglo XX bastante afectada en su interior, pero que mantenía un aspecto original de cierto valor –con referencias modernistas en la fachada y los detalles de herrería– y marcaba un elemento de identidad en relación con el barrio. Por eso se decidió preservar la casa (pese a que no tenía protección) y el gran árbol ubicado en el retiro lateral que servía de acceso: un magnolio (que no sólo se mantuvo, sino que, además, terminó dándole nombre al proyecto).
El responsable de la obra fue el arquitecto Pedro Livni (hijo de José Luis Livni, también arquitecto, quien en 1995 creó el Día del Patrimonio). Según explicó, el desafío era realizar un programa de casi 1.000 metros cuadrados construidos nuevos que se relacionara con unos 250 metros cuadrados preexistentes (la casa), respetara ambas construcciones –sin que ninguna se subordinara a la otra– y creara una nueva unidad.2 Siguió, entonces, el principio de continuidad, formulado por el famoso arquitecto italiano Aldo Rossi para definir aquella arquitectura que, distanciándose de una modernidad radical y deshistorizante, procura un equilibrio en el cual la nueva construcción respeta y aprovecha la materialidad y el contexto heredados, y crea nuevos usos y sentidos.
En la parte posterior del predio se hizo una operación muy radical: se creó una construcción elevada (destinada a los estudios de radio) a partir de grandes vigas, que permitió liberar parte del suelo para la circulación y funciona como foyer de la sala de teatro que se encuentra en el fondo del padrón. La casa fue destinada al restaurante y se construyó un subsuelo para resolver las necesidades del servicio (depósito y cámaras de frío). De este modo, desde la vereda se aprecia la casa y el gran magnolio, pero no el gran volumen elevado, que tiene la virtud de ser prácticamente imperceptible, por lo que no distorsiona ni la escala ni la estética barrial. La demolición –a fines de 2019, por los mismos emprendedores– de dos casonas históricas ubicadas frente a Magnolio –una de ellas, con referencias islámicas– hizo que algunos lamentaran que el principio de continuidad no fuera seguido también allí, al menos para mantener las fachadas. La respuesta ha sido que el estado sumamente precario de esas preexistencias no hacía viable su preservación. En su lugar, el terreno fue limpiado y hoy alberga provisoriamente un estacionamiento tarifado.
A Escaramuza, el Mercado Ferrando y Magnolio les siguieron otros proyectos más recientes, como el bazar y café Casa Pastora, que abrió en este adverso 2020 y también se nutre de una construcción estimable en sus valores arquitectónicos y urbanísticos, estos últimos potenciados por la ubicación: en la proa de Maldonado, Bulevar España y Pablo de María. Una recorrida por el eje mencionado permite ver otras apuestas en ciernes –más en el plano de la vivienda– que parecen seguir esta misma lógica de renovación y continuidad (piénsese en la feliz preservación de la casona de dos plantas ubicada en la esquina de Gonzalo Ramírez y Pablo de María), lo que da la pauta de un efecto multiplicador y retroalimentador (cada nuevo emprendimiento se apoya en los anteriores), un contagio a todas luces provechoso, si se me permite, en estos tiempos de pandemia, la metáfora.
1. El arquitecto a cargo fue un joven pero ya reconocido Jorge Herrán (1897-1969), autor de una obra pionera de la arquitectura moderna de la ciudad: la Dirección Nacional de Aduanas, sobre la rambla 25 de Agosto, proyecto que obtuvo por concurso en 1923, cuando tenía apenas 26 años. En este «taller para el Sr. Pablo Ferrando», como figura en el plano de la fachada, trabajó junto con un familiar suyo, Teófilo Herrán, recién egresado de la Facultad de Arquitectura.
2. Teleconferencia «Principio de continuidad», realizada por Pedro Livni el jueves 30 de abril de 2020 para el taller Soler, de la FADU de la Universidad de Buenos Aires. Disponible en: https://youtu.be/_hvuCtY_vIA.