La noche del viernes, los vacacionantes congestionaban la rambla rumbo al este. No era un viernes como cualquier otro. Convoyes de ambulancias, motos, patrulleros, camionetas y autos de alta gama cargados de dignatarios atravesaban a toda velocidad el tránsito, que se abría deferente. Por la Rambla Sur, se veían cañones y, en el río, barcos de guerra. Helicópteros y aviones inusuales se avistaban en el blanco cielo. Afinando el oído, casi se podía escuchar la rosca de los cientos de reuniones políticas que se multiplicaban por la ciudad.
El año había empezado lento, atrasado por lo tarde que cayó Carnaval, pero finalmente el día había llegado. Entre las familias y los grupos de WhatsApp frenteamplistas, se comentaban ansiosamente las noticias sobre el clima. El auditorio del Sodre era el plan B anticlimático por si la lluvia obligaba a abandonar el megaescenario de la plaza Independencia. Al final, los pronósticos laudaron y en la tarde del viernes se supo que el ritual se haría donde siempre. Todo estaba listo para que la larga transición llegara a su fin.
A media mañana, los militantes empezaron a llegar de a poco hasta las vallas ubicadas al final de la Avenida del Libertador. La trasmisión de televisión empezó la previa repasando los mejores momentos de los traspasos de mando anteriores y cantando las loas de la democracia. A muchos uruguayos nos conmueven este tipo de cosas.
Puntualmente, los jefes de Estado ingresaban al Palacio Legislativo. Siguiendo una delicada coreografía, hacían una breve pausa luego de salir de sus autos para a continuación subir las escaleras, recibir (si las hubiere) las arengas del público y ser bienvenidos por los presidentes de las cámaras y, luego, por una delegación multipartidaria de parlamentarios. Siguiendo la alfombra roja, los distinguidos invitados cruzaban el Salón de los Pasos Perdidos para instalarse en los palcos del hemiciclo de la Cámara de Diputados, donde sesionaba la Asamblea General.
El clima en la sala era festivo y cordial. La trasmisión televisiva destacaba la pacífica convivencia de la élite política uruguaya. El símbolo de esto eran Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle (padre) y José Mujica, sentados, cada uno con su bastón, en primera fila. Los ancianos estadistas, uno de cada uno de los grandes partidos uruguayos, eran la viva encarnación de la democracia y cumplían informalmente la función que en una monarquía constitucional podría cumplir un rey.
Cuando todos estaban en sus lugares, llegaron Carolina Cosse y Yamandú Orsi. Se abrazaron y entraron a la cámara escoltados por la delegación. Allí fueron recibidos por los aplausos. Cundieron los abrazos, y se destacó el que se dieron Orsi y Álvaro Delgado, su rival en las elecciones. De a poco, todos iban tomando sus lugares. En el último instante llegó, forzando a retrasar unos segundos la ceremonia y quitando el aliento a los presentes, el presidente de Brasil. Lula –la leyenda viviente de la lucha por la democracia en los ochenta, que perdió tres elecciones en los noventa, fue protagonista del giro a la izquierda sudamericano de los dos mil, cayó preso en una causa judicial armada y hoy preside sobre una frágil alianza entre la izquierda y el establishment centroderechista contra el fascismo– se hizo presente con su pelo finito y su cuerpo enflaquecido.
EL DISCURSO
Luego de que se tomaran los juramentos laicos, Cosse dijo sus primeras palabras como presidenta de la Asamblea. Calificó lo que estaba sucediendo como «un evento trascendente en el que una vez más, como cada cinco años, Uruguay demuestra al mundo y a nosotras y nosotros mismos la salud de nuestra ejemplar democracia». Cosse cedió enseguida la palabra al recién investido presidente. Orsi comenzó reconociendo y aplaudiendo a los expresidentes y destacando «el período más largo de vida democrática en la historia de nuestro país».
Deploró a la dictadura como un período «marcado por la persecución política y la crueldad como método de gobierno y por el saqueo económico como parte central de ese proyecto político», y reivindicó la necesidad de «mantener intacto el compromiso con la libertad, la verdad y la justicia», en el primero de varios gestos hacia la memoria histórica, quizás dirigidos a disipar las dudas que, tantas veces, han sembrado los dirigentes históricos de su sector.
«Este es un país de partidos políticos», continuó el presidente. Les agradeció que hicieron de Uruguay «una amalgama plural de convivencia que aún despierta asombro en el mundo» y celebró que «los uruguayos siguen votando por referencias partidarias más que por candidatos individuales». En ese ánimo conciliador, remarcó que no buscará imponer su agenda, rechazó la polarización y los «muros ideológicos», y avisó que «no llegamos con el afán de cobrar cuenta alguna» ni con espíritu refundacional.
Luego de esa introducción, Orsi repasó los puntos centrales de su agenda de gobierno. Comenzó por plantear el eje de su agenda económica: recuperar la senda del crecimiento, en búsqueda de una intensificación de la inversión y el uso del conocimiento, para lograr mayor cantidad y calidad de puestos de trabajo y mejorar así el salario y la distribución del ingreso. Enseguida, advirtió sobre la necesidad de enfrentar el «evidente cambio climático» y mencionó los «límites de la naturaleza», para, en la misma frase, llamar a ampliar la producción «de carne, de arroz, de soja, de madera y celulosa», consolidando «el agronegocio a la vez que se fortalece la producción familiar y se protegen adecuadamente la granja y la lechería».
Repasó brevemente otros temas que priorizará: la lucha contra el crimen organizado, el narcotráfico y el lavado (polemizando moderadamente con la demagogia punitiva); la pobreza infantil, la educación y la salud mental, y delineó una agenda internacional en círculos concéntricos: «El avance de las acciones y acuerdos del Mercosur, el reforzamiento de la CELAC [Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños], la participación cada vez más activa en la OEA [Organización de los Estados Americanos], la profundización de la cooperación Sur-Sur, la multiplicación de los acuerdos con los grandes países de referencia de nuestro mundo en forma bilateral y multilateral».
En el punto culminante del discurso, Orsi reflexionó: «Sobrevuela un concepto de libertad ultraindividualista que predica el predominio del más fuerte. Nunca será esta nuestra noción de libertad. La libertad individual en la que creemos es en clave de convivencia e igualdad de oportunidades en los aspectos esenciales de la vida. ¿Cuánta libertad puede ejercer o gozar un compatriota que tiene que peregrinar semanas por un centro de salud para conseguir sus medicamentos? ¿Cuán libre es quien padece serios problemas de vivienda o de trabajo? ¿Cuánto las mujeres que se sienten violentadas en la calle o puertas adentro de su hogar? ¿Qué libertad individual plena puede ejercerse en medio de la desigualdad colectiva?». Y remató: «Ya la historia comprobó el error (u horror) de sacrificar la libertad en aras de una supuesta igualdad. No incurramos en la falacia contraria».
En polémica con el discurso que dio Luis Lacalle Pou en el mismo lugar cinco años antes, Orsi agregó calificaciones y correcciones al leitmotiv del gobierno de su predecesor. Si Lacalle hablaba de libertad, ahora se va a hablar de democracia y libertad. Si Lacalle levantaba la idea de libertad como guiño a una cruzada antiizquierdista autoritaria global, Orsi toma la idea, pero busca enmarcarla y disciplinarla en un marco democrático e igualitario. No era un mensaje de quiebre, sino de continuidad con ajustes. El nuevo logo de la institución Presidencia de la República remarca la misma idea: no se vuelve al sol de los 15 años frenteamplistas, sino que se continúa con el escudo nacional estilizado, solo que agregándole color. No hay vuelta a la era progresista, sino una subsunción de esta en una más larga era democrática, en la que corresponde agradecer a todos los gobiernos desde el 85 por su larga «acumulación positiva», el mantenimiento de reglas estables y estabilidad macroeconómica, la vocación de paz y de ser «una tierra fraterna y hospitalaria con los migrantes de todas las latitudes». En esta línea, el discurso terminó con el deseo de «larga vida a la república, larga vida a la democracia, larga vida a los partidos políticos que garantizan el pluralismo y la libertad», y de que «nuestro país sea un faro de convivencia, de respeto y de desarrollo para todos los uruguayos y uruguayas».
La ceremonia, incluido el discurso del presidente, por momentos hizo olvidar que lo que estaba sucediendo era una trasmisión de mando presidencial y no meramente una conmemoración de los 40 años del retorno del gobierno civil en 1985. Pocas veces una idea fue tan machacada como la defensa de la democracia el 1.º de marzo. ¿Cómo interpretar esto?
Orsi parece estar extendiendo a los partidos (no a la coalición multicolor, no a los legisladores) la oferta de un pacto de élite. Vienen tiempos revueltos y necesitamos que el país esté compacto, que valore sus logros, proteja sus instituciones y llegue a puerto. No es momento de conflictos exagerados ni inestabilidades. Con la amplitud y la sobriedad de su discurso, busca atar simbólicamente la controversia, que en la mayor parte de Occidente está crispada al máximo.
Una vieja idea de la filosofía china dice algo así: cuando se habla mucho de una virtud, es porque esta está hace mucho tiempo en declive. Se habla de lo que ya no se tiene. Si necesitamos defender algo, es porque está bajo ataque. Quienes necesitan exagerar hasta el extremo la idea de que la democracia está fuerte lo hacen porque ven venir los problemas.
Efectivamente, conviene poner las barbas en remojo. Ecuador vive su campaña electoral bajo estado de excepción y cortes de luz. Venezuela lleva años de colapso social. En Brasil hubo hace dos años un intento de golpe de Estado. En Argentina un fanático desquiciado está desmantelando las instituciones más elementales. La guerra y el colapso ambiental se sienten por todo el mundo. Ante esto, el gobierno uruguayo entrante elige el camino de la sobriedad, el balance y los acuerdos.
Para tener éxito, va a necesitar que su agenda económica y su plan de gobierno funcionen, que la oposición encuentre algo atractivo en el pacto y que su base social no lo deje solo cuando vea las concesiones ofrecidas a la derecha. No es evidente que sea posible intensificar la producción rural y mantener los contratos (de Arazatí o de las petroleras instaladas en el mar territorial) respetando los límites de la naturaleza, ni es evidente que sea posible mantener al mismo tiempo el salario, la protección social y la competitividad.
Ante este panorama, el gobierno parece estar queriendo enlentecer el tiempo. Al contrario de las estrategias liberales, que buscan el shock de la velocidad, inundando el espacio público de sorpresas y barbaridades, Orsi propone al sistema político una estrategia que necesita ganar tiempo. Es posible que lo logre, aunque el mundo siempre termina llegando. La pregunta para todos nosotros, entonces, es qué vamos a hacer con ese tiempo.
LA LLEGADA
Los carteles publicitarios de las paradas de ómnibus estaban decorados con afiches blancos y azules que conmemoraban los 40 años de democracia, pero el público que llenaba las veredas impuso el tricolor con sus banderas de Otorgués. Era una fiesta frenteamplista.
El baño de multitudes fue largo y emotivo. Desde el punto de vista del público, primero venía una nerviosa espera que se mitigaba mirando por celular la trasmisión televisiva. Luego, la euforia al pasar Orsi y Cosse. Pero desde el punto de vista de ellos debió verse una euforia permanente y creciente. Detrás de ellos caminaba una fila de policías a la que le respiraba en la nuca la gente que abría las vallas y se agolpaba para seguir, en procesión, a su presidente. La militancia frenteamplista estaba ansiosa por llegar hasta la sede del gobierno.
Bajo la estatua de Artigas, el presidente saliente le puso la banda al entrante. Se abrazaron y aplaudieron mutuamente. Luego, una a una, las personas que asumían las principales responsabilidades del gobierno subieron al estrado a firmar las actas de sus designaciones. Solamente en Uruguay una multitud puede vibrar mientras ve, en pantallas gigantes mal colocadas, actos notariales a cielo abierto.
Los abundantes gestos de concordia entre la dirigencia política no impidieron que, al aparecer Lacalle Pou, la multitud cantara «que se vaya/ que se vaya», ni que al momento del desfile militar gritara «nunca más/ nunca más». Un rato después, desde las redes, la base de la derecha salía a atacar la humana emoción de la celebración de Laura Alonsopérez, la esposa de Orsi, haciendo que la palabra ordinaria sea tendencia en la ex-Twitter. La unidad por arriba no anula que, por abajo, la sociedad esté atravesada por amargos antagonismos.
Terminadas las formalidades, Orsi habló al público. Se puso el traje de profesor de Historia y adelantó que estos cinco años van a ser una celebración del nacimiento de nuestro país, a dos siglos de los cinco años que pasaron entre la declaratoria de la independencia y la promulgación de la Constitución. Si en el pico de la era progresista se celebraba el bicentenario del artiguismo, buscando los ecos de un proceso revolucionario de alcance continental, hoy toca conmemorar la entreverada y trabajosa construcción de un pequeño Estado en tiempos de fragmentación e incertidumbre.
El presidente convoca a «repensarnos en un mundo tan impredecible» y a «tener mucha memoria y ser capaces de agradecer y de poner a quienes nos crearon en el valor que corresponde, porque no fue fácil». Agradeció una vez más a los expresidentes y a los partidos políticos, y llamó a cuidar «ese frágil cristal que es nuestra democracia». Cerró diciendo que el pueblo tiene muchas expectativas y que hay mucho trabajo para hacer, y auguró que «el futuro será muy venturoso». Enseguida subió, junto con su familia y Cosse, a saludar. El público cantaba «si esto no es el pueblo/ ¿el pueblo dónde está?».
Los actos protocolares siguieron un rato más. Al caer la noche, el acto público cerró con el grupo Guitarras Orientales, acompañado por Hugo Fattoruso en el bandoneón y las cantantes Rossana Taddei, Maia Castro, Florencia Núñez y Luana Persíncula. Combinando tango, folclore y canto popular, repasaron un repertorio de clásicos uruguayos cantado en voz de mujeres. Entre el público ya corrían el vino y la cerveza. La noche cerró con «A Don José». La princesita de la plena, personificando a la república con un vestido blanco con un sol en el pecho, se plantó para cantar a viva voz «si la patria me llama/ aquí estoy yo». Todos juntos cantaron el final de la canción.