La prosperidad económica de China ha hecho que millones de sus habitantes reúnan cantidades exorbitantes de dinero: hay 109 millones de chinos con al menos 1,5 millones de dólares cada uno, y cerca de 67 mil personas realmente ricas tienen activos que superan los 15 millones per cápita. También hay 213 personas con más de 1.000 millones de dólares.
Los hijos de estos millonarios –muchos de ellos políticos y empresarios– son conocidos como “ricos de segunda generación”, o fuerdai. Su vida parece transcurrir exhibiéndose en las redes sociales, haciendo gala de su excentricidad y sus escándalos sexuales y mediáticos.
El pasado 30 de setiembre la revista estadounidense Bloomberg Businessweek publicó un artículo en el que el periodista Christopher Beam se sumerge en la vida de los fuerdai, el “grupo más odiado” del país asiático. El resultado de su investigación se resume en un sorprendente retrato sobre ese grupo de jóvenes que parece estar totalmente al margen de la realidad de su país.
En mayo, Wang Sicong, hijo del magnate e inversionista del Atlético de Madrid Wang Jianlin, compró dos relojes Apple de oro para su perro, y lo publicó en las redes sociales. Dos niños ricos se enfrentaron en un duelo mediático intentando establecer quién tiene más dinero: Guo Meimei, de 25 años de edad, quien estuvo condenada a prisión por dirigir un casino ilegal, publicó fotos de sí misma con fichas de casino por un valor de 5 millones de yuanes; su rival respondió con una captura de pantalla de su estado de cuenta bancario, que parecía mostrar 3,7 millones de yuanes.
En ocasiones estos “niños ricos” cuentan con la complicidad del gobierno para esconder sus errores, como en el accidente que involucró a Ling Gu, de 23 años, hijo de un funcionario de alto nivel del gobierno, quien murió tras perder el control de su Ferrari mientras practicaba juegos sexuales con dos mujeres. Tras el choque, la policía rodeó el auto ocultándolo de los curiosos y alteró la documentación correspondiente, falsificando el nombre del fallecido para evitar un escándalo. Además, la policía bloqueó las entradas de la red que vinculaban las palabras “accidente” y “Ferrari”. El padre de Gu, Ling Jihua, mano derecha del entonces presidente Hu Jintao, fue posteriormente arrestado y acusado de corrupción.
No sólo el resto de la población los mira con desaprobación; hasta el Partido Comunista parece considerarlos una amenaza económica, e incluso política. A principios de 2015 el presidente de China, Xi Jinping, se pronunció sobre el tema, instando a estos jóvenes a “pensar en la fuente de su riqueza y cómo comportarse después de convertirse en ricos”. En el caso de Wang Sicong, su padre declaró a la revista china Talents Magazine que legaría su fortuna a su hijo sólo si demuestra la seriedad y responsabilidad necesarias para continuar con su empresa, Wanda, el grupo más importante de la industria inmobiliaria china: “Si logra por sí mismo ser aceptado por todos en Wanda, me sucederá. Si no tiene esa capacidad, no lo hará”.
Un artículo publicado por el Departamento de Trabajo del Frente Unido, la agencia que gestiona las relaciones entre el partido y la elite apartidaria, advirtió: “Ellos saben sólo la forma de mostrar su riqueza, pero no saben cómo crearla”. Algunos gobiernos locales han tomado medidas para reeducar a su elite rica. En junio, según el Beijing Youth Daily, 70 herederos de grandes empresas chinas asistieron a conferencias sobre la piedad filial y el papel de los valores tradicionales en los negocios.
Si bien la campaña anticorrupción de Xi ha frenado algunos escándalos, la brecha entre ricos y pobres sigue siendo abismal. Mientras la economía se desacelera y el partido busca chivos expiatorios, los fuerdai están en la precaria posición de tener que justificar su existencia y demostrar que los futuros líderes de China no son los que prenden fuego al dinero, ni los vagos en Ferrari.