El gestor adoptivo - Semanario Brecha

El gestor adoptivo

Un porteño que inicia su luna de miel dentro de la Biblioteca Nacional descoloca un poco. Si a eso añadimos que desde 2011 dirige el Museo de Arte Precolombino e Indígena, al que reconfiguró como centro cultural crítico y viajero, convendremos en que los títulos de Facundo de Almeida son apostillas a sus destrezas de gestor cultural.

¿Por qué te radicaste en Montevideo?

—Queríamos, con mi esposa, cambiar de aire laboral y cultural. En Buenos Aires vivíamos a una cuadra del Congreso y una de nuestras ventanas daba a la sede del Ministerio de Trabajo; imaginate, manifestaciones y percutir de bombos de la mañana a la noche. Una de nuestras hijas, a poco de instalarnos, comentó que aquí no había “pum, pum, pum”. Veníamos a pasear seguido, y todas las veces decíamos “tenemos que vivir acá”. De hecho, el primer día de nuestra luna de miel, repartida entre Montevideo y Punta del Este, lo pasé encerrado en la Biblioteca Nacional, buscando material sobre Cortázar para una exposición.
¿Allá trabajabas como docente?
—Empecé a trabajar en cultura cuando terminé la secundaria, y pasé por áreas culturales de varias instituciones públicas y privadas, desde el Ministerio de Relaciones Exteriores hasta las cárceles. El último trabajo largo que tuve fue coordinando un plan cultural en prisiones.
¿Estatal?
—Sí, el gobierno nacional lleva adelante un programa de educación, cultura y deporte en las cárceles. Y la Universidad de Buenos Aires tiene un espacio propio en la cárcel de mujeres de Ezeiza, y otro en la de hombres, en Devoto, donde realiza talleres y otras actividades de extensión. El servicio penitenciario no entra a esos ámbitos.
Un par de islas.
—Sí, en la cárcel de mujeres había un taller de estampas, coordinado por artistas, al que las reclusas concurrían ocho horas diarias y percibían un salario por su producción. Sus trabajos llegaron a integrar un envío argentino a la Bienal de La Habana. Después, lamentablemente, lo cerraron.

AL GRAN PUEBLO URUGUAYO SALUD
El enamoramiento porteño con Montevideo tiene ribetes míticos, igual que el nuestro por Buenos Aires.
—Ahora que vivo acá entiendo por qué nos pasa eso a ambos. Yo también, ahora, extraño a Buenos Aires como turista, no como habitante. El problema es vivir en ella: el caos, el frenesí, el hacinamiento en el transporte, la agresividad en la calle.
Nada distinto a lo que aquí padecemos.
—La intensidad que alcanza allá es incomparable. Otra enorme virtud de Uruguay es que, a nivel de gestión, las cosas funcionan.
¿Ejemplos?
—El primer impacto, en ese sentido, lo recibí de la intendenta Ana Olivera, cuando optó por conocerme un sábado a la mañana, en el Mapi, y concluida la reunión se retiró en un auto particular, sin custodia. Cuando le comenté, estupefacto, a la amiga que nos presentó, que se iba apenas con un chofer y sin seguridad, sonrió antes de responderme: “No es un chofer, es un amigo que la trajo”. Dirijo un museo modesto, pero si quiero hablar con un jerarca municipal, o con el líder de una empresa de gran porte, me basta con levantar el teléfono, no tengo que superar un muro de filtros. Los automovilistas, acá, paran en las cebras, y Uruguay es el país de los concursos, de todo tipo y color, que entre otras cosas han permitido al Mapi financiar buena parte de su desarrollo. Montevideo, además, tiene una vida cultural riquísima, buen teatro, buenos museos, exposiciones, ballet, espectáculos, ópera. Es cierto que algunas exposiciones que llegan a Buenos Aires no cruzan hasta aquí, pero aquí también podemos enorgullecernos de algunas, como la de maestros del arte popular mexicano que el Mapi actualmente exhibe.1
¿Cómo llegaste a dirigirlo?
—La amiga que antes mencioné, con la cual trabajamos juntos en Argentina, es la ex directora de Artes y Ciencias del municipio, Ana Knobel. Antes de asumir ese cargo, enterada de que estaba buscando nuevos destinos laborales, me comentó que la dirección del Mapi iba a quedar vacante y me sugirió que presentara un proyecto, por su intermedio, a Ana Olivera. Lo hice y algunos meses después me pidió que viajara a Montevideo porque la intendenta quería conocerme, y nos reunimos, con Ana Olivera y la Fundación Mapi, en esta edificación (estamos en la tercera planta del museo, en una oficina “sonsacada” a un entorno en remodelación que planea sobre la mansa bahía), declarada monumento histórico.
¿Qué planteabas en el proyecto presentado a Olivera?
—Desacralizar el museo, incentivar su apropiación popular, lograr que fuera un vector de manifestaciones culturales no necesariamente vinculadas a la exhibición.
¿Lo conseguiste?
—Es una tarea diaria, siempre perfectible. Alguien me acusó, una vez, de haber transformado este sitio en un centro cultural, y yo lo sentí como uno de los mayores elogios que me han hecho.

QUÉ PUEDE SABERSE
¿Cuál era, en el momento de asumir el cargo, tu conocimiento sobre las culturas precolombinas e indígenas?
—Escaso.
¿Hiciste un cursillo veloz?
—Comienzo a responderte por mi historia familiar. Tengo un hermano adoptivo mapuche y artesano; organicé varias exposiciones de sus obras. Por supuesto que hay que conocer la materia que uno manejará, pero no es condición sine qua non para una gestión cultural idónea. La responsable del Mapi, para todos los temas científicos, es la arqueóloga Carmen Curbelo, que por otra parte no trabaja sola, sino con un equipo de estudiantes avanzados de la disciplina, algunos ya recibidos.
La ausencia de saber específico es un flanco de alta vulnerabilidad ante los disparos.
—Por supuesto, los gestores culturales somos tan ubicuos como “antibalas”. Creo que podría ser director de cualquier espacio cultural en tanto lo que se espere de mí sea que lo gestione con éxito, no que me vuelva experto en las manifestaciones que involucra. Es obvio que hay que poseer sensibilidad, cultura general –que por suerte no me falta– e información sobre el contexto en el que vas a operar, pero la tarea básica es lograr que el sitio que te confían funcione y crezca. Y ojo, esto tampoco significa que un buen gestor cultural esté capacitado para orientar un hipódromo, por decir algo. En un panel que compartimos el año pasado con Daniel Sosa, del Centro Municipal de Fotografía, Daniela Bouret, del teatro Solís, y María José Santacreu, de Cinemateca Uruguaya, alguien opinó que yo podía ser administrador del Hospital de Clínicas, o del Estadio Centenario, y respondí enfáticamente que no. Primero porque no sé nada de fútbol y menos de autos (risas), y segundo porque para conducir un hospital no basta con ser su mejor cirujano, hay que saber de administración hospitalaria. Es el problema, a veces, de poner a artistas –esto lo digo, por favor, sin intención de ofender a ningún artista– al frente de instituciones culturales. Algunos lo harán bien, por predisposición natural; otros no. Si lleváramos a un extremo la asociación entre conocimiento y función tendríamos que poner enfermos en la dirección de los hospitales, quién duda de que son los que más saben de enfermedades.
Desde que asumiste, el Mapi expuso en El Vaticano, Hamburgo, próximamente en Valencia, y es el primer museo uruguayo en ingresar a la plataforma Google Art Project, ¿son frutos de tu inspiración?
—La exposición Uruguay en guaraní, que aún está itinerando por esos destinos europeos, fue la primera muestra arqueológica en salir de Uruguay. Y lo de Google responde a un requisito del buen gestor: las antenas deben estar siempre activas. Leí en un diario, o en la web, que Google Art Project inauguraba su oficina en América Latina y comenzaría a incorporar museos, y dije: “Tenemos que estar”. No tenía idea de cómo, si era gratuito –lo era–, pero desconté que en la presente aldea global nos convenía trepar a ese tren. Luego de un año de trabajo para cumplir con los requisitos técnicos que nos exigieron conseguimos entrar, y multiplicamos por miles las visitas a nuestra página web.2

1. La muestra Grandes maestros del arte popular mexicano ofrece 600 obras realizadas por destacados artistas contemporáneos, beneficiarios del Programa de Apoyo al Arte Popular creado en 1996 para preservar tradiciones artísticas en peligro de extinción. Puede visitarse en el Mapi, 25 de Mayo 279, de lunes a viernes de 11.30 a 17.30, y sábados de 10 a 16 horas, a un costo de 65 pesos para extranjeros y 30 para uruguayos; menores de 6 años ingresan gratis.
2. www.mapi.uy

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Facundo de Almeida nació en Buenos Aires el 1 de noviembre de 1974. Es licenciado en relaciones internacionales por la Universidad del Salvador, magíster en gestión cultural por la Universidad de Alcalá de Henares y magíster en museología por el Instituto Iberoamericano de Museología. Combina la dirección del Mapi con la docencia en el posgrado en gestión del patrimonio cultural de la Universidad Torcuato di Tella, de Buenos Aires, y el cargo de profesor adjunto, grado 3, en la Tecnicatura en Gestión de Bienes Culturales de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. También es docente referente en el diploma en gestión cultural del Espacio Interdisciplinario de la Universidad de la República, y en el máster en museología del Instituto Iberoamericano de Museología de Madrid.

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