La expresión “filme maldito” debió acuñarse para este caso. Hacia 1951, año de producción de una película que hoy alguien quizás conozca como El gran carnaval pero que, al menos en el Río de la Plata, primero se llamó Cadenas de roca, Billy Wilder era un hombre feliz que se estaba acostumbrando a saborear las mieles del éxito. Nacido en 1906 en el seno de una familia judía de clase media de algún pueblito del imperio austrohúngaro y criado entre los oropeles culturales de Viena y Berlín, ya tenía cierto prestigio como periodista, autor teatral y libretista de cine, cuando para anticiparse a las peores consecuencias del nazismo huyó a Francia. Pocos meses después recaló en Hollywood, donde en 1934 ya estaba escribiendo libretos en inglés, un idioma que entonces conocía poco y que nunca dej...
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