El hermano más hermano de Artigas - Semanario Brecha
En el centenario del nacimiento de Raúl Sendic

El hermano más hermano de Artigas

Raúl y su hija Carolina Gentileza de Carolina Sendic

Eduardo Galeano conoció a Raúl Sendic cuando era un pibe que entraba al mundo del periodismo por la puerta de las caricaturas políticas desde las páginas de El Sol. Sendic –que supo ser el Bebe mucho antes de ser tupamaro– visitaba asiduamente la pieza de la Casa del Pueblo, donde funcionaba la redacción del semanario. Era un escenario informal propicio para retomar los tiroteos verbales durante las sesiones del Ejecutivo del Partido Socialista, que él integraba, que terminaban por sacar de las casillas al secretario general Emilio Frugoni, quien también oficiaba de director del semanario. Frugoni no sabía cómo lidiar con aquel canario mordaz que despreciaba convertirse en abogado porque le bastaba con ser procurador y cuya irreverencia lo perseguía sin piedad por la casona de la calle Soriano.

Como después supieron comprobar sus compañeros en las direcciones sucesivas del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, Sendic no tenía paciencia para soportar prolongadas discusiones políticas; simplemente se «borraba», conducta que Frugoni no admitía en un dirigente del partido. Poco antes de abandonar Montevideo y sentar sus reales en Paysandú (donde comenzaría a crecer su fama de vengador de injusticias como representante de empleados, peones y obreros), Sendic y Galeano fueron tejiendo una particular amistad. En sus incursiones por la redacción de El Sol, el Bebe se demoraba mirando por encima del hombro de Galeano para seguir los trazos del dibujo aún incierto y solo aventuraba opinión sobre los detalles políticos del personaje o la situación que sería caricaturizada. El dibujante agradecía la filosa ironía del observador; había un tácito acuerdo en que la tarea estaba terminada cuando se estampaba la firma: GIUS, una especie de reproche por el origen anglosajón del apellido paterno, Hughes.

De alguna manera, Eduardo Hughes se fue convirtiendo en Eduardo Galeano a medida que las vicisitudes de un continente mestizo, una y otra vez colonizado, iban resignificando los saberes y orientando las intuiciones, y cuando el Uruguay se «latinoamericanizaba» aceleradamente. En los albores de los años sesenta, del Uruguay profundo emergían nuevas montoneras de peludos, en los tambos del sur, en los arrozales del este, en el litoral que plantaba remolacha, en los cañaverales del norte. El diálogo entre el caricaturista y el procurador, en un ambiente preñado por el socialismo de Vivian Trías (su mapa de la oligarquía, su propuesta de reforma agraria) y la práctica sindical de María Julia Alcoba, Manuel Toledo, Orosmín Leguizamón y Jorgelino Dutra, cimentaría un conocimiento mutuo que induciría a Galeano a formular una insólita síntesis: «Raúl Sendic es el hermano más hermano de Artigas que conozco».

La afirmación no era una lisonja, una simple etiqueta para adular. Era un resumen genuinamente sentido para definir una vida vivida con autenticidad y sin claudicaciones que el escritor acuñó cuando Sendic ya ingresaba en el cono del silencio histórico, años después de su muerte.

Ese es uno de los puntos compartidos por las dos figuras: si el silencio fue el instrumento de los porteños unitarios para eludir el republicanismo social de aquel tupamaro, gaucho desastrado y anarquista, el mismo recurso facilitó a los partidos políticos 150 años después ignorar al «terrorista» que encarnaba a los olvidados de la tierra. El sistema que convirtió a la Banda Oriental en un país redujo a Artigas al papel de un general de bronce, y el mismo sistema redujo a Sendic al papel de un guerrillero testarudo.

A las generaciones protagonistas de este siglo XXI les robaron las aristas esenciales de la trayectoria de estos dos «hermanos». Los negros libres, los zambos de toda clase, los indios, los criollos pobres y las viudas con hijos, todos orientales que recibieron las suertes de estancias de los malos europeos y peores americanos (y que después les fueron arrebatadas por los «uruguayos decentes»), encarnaron en los peludos que reclamaban tierra para quien la trabaja, gastando sus alpargatas bigotudas entre Itacumbú y Montevideo. Los montes de Itacumbú, donde los peludos de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas planificaron la toma del ingenio de Cainsa y donde el Bebe dormía sobre una frazada, bien podrían haber sido el cuartel de Purificación donde Artigas dormía sobre un cuero de buey y planificaba la acción de los corsarios contra los barcos mercantes europeos.

Hay un paralelismo estrecho en la concepción social del reglamento de 1815 y la propuesta de Sendic de 1987, cuando planteó una solución para las tierras en manos del Estado como garantía de préstamos impagables e incobrables. Con una gran agudeza y sentido político, Sendic adelantó una propuesta que evitaba el aspecto más problemático de una reforma agraria: la expropiación de tierras. La solución del Bebe fue original y astuta: cerca de 1.000 millones de dólares integraban la deuda interna agropecuaria. Un porcentaje significativo estaba en manos del Banco República; el banco era el terrateniente más formidable del país, administrador de un latifundio inmenso pero absolutamente improductivo. La propuesta de Sendic de simplemente traspasar las propiedades agropecuarias embargadas al Instituto Nacional de Colonización mereció el rechazo del presidente Julio María Sanguinetti y la indiferencia de todo el sistema político, que perdió una oportunidad inigualable de democratizar el principal sector productivo del país.

La visión estratégica de Sendic, complementada con un original pragmatismo, se había revelado aun antes de ser liberado, en sus «Apuntes desde la prisión. Reflexiones sobre política económica», un extraordinario ejercicio intelectual entre las cuatro paredes de una celda que lo llevó a ser el primero en formular la conclusión de que la deuda externa era impagable e incobrable y que, por lo tanto, había que buscar caminos alternativos para sacudir ese peso que caía sobre las espaldas de los pueblos latinoamericanos. En su condena ética del neoliberalismo salvaje, Sendic se hermanaba con la inclaudicable oposición de Artigas al libre comercio de los porteños unitarios. En ambos, la intransigencia supuso el ostracismo político. Y podría aumentarse el paralelismo de las dos vidas: de la que sobresale, en una, la increíble capacidad para extraer, del funcionamiento de los cabildos indianos, el concepto de democracia y de republicanismo que sustentaría la confederación de los pueblos libres, y, en otra, una lúcida crítica del centralismo democrático.

Ambos, Artigas y Sendic, estaban fuera de su tiempo. Si el Bebe, en el centenario de su nacimiento, sigue siendo el hermano más hermano de Artigas, ¿quién será el hermano más hermano de Sendic que está por venir? 

(Este texto fue incorporado a la nueva edición de Sendic, de próxima aparición, con motivo del centenario del nacimiento del Bebe y a cargo de Ediciones del Berretín.)

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