Tan sólo cincuenta años atrás este mar interior, de una extensión aproximada a los 68 mil quilómetros cuadrados y ubicado en territorio compartido por Kazajistán y Uzbekistán, era considerado el cuarto lago más grande del mundo; hoy día tan sólo queda en su lugar un desierto, ya que el 90 por ciento de su superficie se encuentra completamente seca. Estos estragos se deben a que los dos principales ríos que lo alimentaban, el Amu Daria y el Sir Daria, fueron desviados de su cauce original en la década del 60 por la Unión Soviética, con el objetivo de usar sus aguas para regar las plantaciones de algodón de las tierras aledañas. Se dice que en aquel entonces un militar de alto rango dictaminó que el Mar de Aral “debía morir como un soldado en batalla”; y así siguió pereciendo y languideciendo mucho después de que el gigante soviético cayera en desgracia.
Sumado a esto, los fertilizantes utilizados en las plantaciones de algodón, junto con los vertidos industriales no filtrados, convirtieron lo que queda del agua en una de las más polucionadas del planeta. Malformaciones y distintos tipos de cáncer y enfermedades pulmonares se han expandido producto de la utilización del agua contaminada del lago, y por las tormentas de polvo que arrastran los residuos nocivos que yacían en su fondo y que ahora han quedado expuestos a los vientos que los diseminan por las poblaciones cercanas.
Toda la actividad pesquera que habilitaba el anchuroso lago se extinguió casi por completo; ciudades enteras, como la de Muynak, principal población uzbeka que era bañada por sus aguas, se vieron privadas de una de sus principales actividades económicas. Los pobladores vieron cómo poco a poco esa gigantesca mancha azul se fue secando, hasta que un día no quedaron más que puertos inútiles y barcos encallados.
En la década del 80 el progresivo descenso del nivel del agua llevó a que el Mar de Aral se dividiera en dos porciones separadas, una norte y otra sur. Con la intención de revertir esto se intentó la creación de un canal que las conectara; finalmente este plan no funcionó ya que hacia 1999 ambas partes se habían dividido nuevamente.
El creciente deterioro llevó a que el gobierno de Kazajistán, financiado por el Banco Mundial, ordenara la creación de un dique, con el cual se pretendía frenar el descenso del nivel del agua y reducir su salinidad. Estos esfuerzos lograron que el nivel del agua hoy día se encuentre en un sostenido crecimiento, pero la construcción de este dique trajo consigo la terrible contrapartida del desecamiento definitivo del Mar de Aral sur, perteneciente a Uzbekistán, que fue abandonado a su suerte por falta de recursos.