—Uno de los misterios de Alberto Methol Ferré fue su zigzagueante trayectoria política. ¿Cómo la describirías?
—Methol es un intelectual que se forma en la juventud herrerista, un converso al catolicismo de finales de los años cuarenta; un catolicismo muy reaccionario. Es un Methol que se forma leyendo a Carl Schmitt, el jurista de la corona de Hitler, teórico de referencia de la extrema derecha católica fascista. Después, se transforma en un militante del ruralismo de Benito Nardone. Pero, ya durante el primer colegiado blanco, se va porque ve que la expectativa que él tenía de que la alianza herrero-ruralista supusiera un antimperialismo antiliberal no se hizo realidad.
Entonces, Methol va hacia el encuentro de la izquierda nacional en Uruguay y en Argentina. Ya tenía vínculos con el argentino Jorge Abelardo Ramos en Argentina y con Vivian Trías en Uruguay, y llegará a ser fundador del Frente Amplio (FA). Pero hacia la segunda mitad de los sesenta, con mucha turbulencia espiritual, se debate sobre si tiene que hacerse o no marxista, y termina resolviendo que no. Y a partir del Concilio Vaticano II su militancia católica ocupa un lugar creciente. En 1973 empezó a trabajar en el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) y se transforma en un batallador contra la teología de la liberación, bajo las órdenes de las más altas esferas de la Iglesia latinoamericana y del Vaticano.

En los ochenta, finalizada la dictadura, se reinserta en la política uruguaya, se va del FA, se pone bajo las órdenes de Wilson Ferreira y termina siendo asesor de Alberto Volonté. En esa época se transforma en un intelectual de la integración latinoamericana. Su última aparición política fue en 2009, cuando dio su apoyo a José Mujica en su disputa electoral contra Luis Lacalle Herrera.
Entonces, efectivamente se mueve dando grandes bandazos. Pero yo insisto en que no es inconsistente.
—Los uruguayos solemos castigar duramente esas infidelidades a la divisa. Pero, a pesar de eso, Methol es un tipo que, como su contemporáneo Enrique Iglesias, nunca dejó de formar parte de nuestro panteón intelectual. ¿Qué explica esa persistencia?
—Pero creo que su presencia en el panteón intelectual es medio fantasmática. No creo que su pensamiento ocupe un lugar protagónico en muchos planes de estudio. Hay, sí, metholianos, dispersos en muchas posiciones, pero no son los animadores del desarrollo de la ciencia social, la historia o la filosofía en Uruguay.
Después diría que tiene una obra muy impactante: El Uruguay como problema, que por sí mismo no pasa desapercibida en la historia intelectual del país.
Por otro lado, además, él no era solo un intelectual, sino un gran operador político. Un tipo que aparece como ideólogo de Nardone, como negociador entre Enrique Erro y Trías cuando forman la Unión Popular, como secretario del obispo Antonio Quarracino en el CELAM, como jefe de programa de Volonté, como una especie de viejo sabio en torno a la campaña de Mujica. Entonces, es una persona que sabía hacer política en las altas esferas.
—Al comienzo de El misterio…, advertís que el libro sigue un orden «vagamente cronológico». Al leer eso, me preocupé. Me dije: si Gabriel va a intentar presentar un pensamiento tan barroco y movedizo como el de Methol sin agarrarse fuerte a la cronología, no sé dónde irá a parar. Sin embargo, el método termina funcionando perfectamente y, además, permite que el libro sea también –entre otras cosas– una enciclopedia de cierta zona del pensamiento argentino y una síntesis de los debates de la teología católica desde fines del siglo XIX hasta ayer nomás. ¿Cómo lograste organizar esa riqueza para hacerla consistente y entendible?
—Diría que el libro funciona de la siguiente manera. La primera parte podría haber sido un estudio preliminar de El Uruguay como problema. En el sentido de que en ese libro Methol menciona a Luis Alberto de Herrera, la crisis del batllismo, a Nardone, a [Juan Domingo] Perón, el revisionismo histórico argentino, a José Enrique Rodó, a Carlos Quijano y a una idea de la nación hispánica. Y yo hago zoom sobre cada una de esas cosas y reconstruyo qué tuvo que haber pasado en el pensamiento y en el método, pero también en la historia, para que se produjera un ensayo como ese. Y la línea cronológica es sinuosa en el sentido de que cuando hablo de Rodó hablo de cosas que pasan antes de las que pasan cuando hablo de Perón.
En la segunda parte se rompe la línea cronológica, porque voy hacia su adolescencia. Voy ahí porque hay textos del momento de su conversión y de su nacimiento como intelectual que son importantes porque muestran que a los 19 está pensando las mismas cosas que planteará hasta el fin de su vida. En esa parte, que se llama «Angustias y fundamentos», intento exponer las bases más filosóficas pero también más emotivas de su pensamiento.

La tercera parte retoma la línea cronológica, a partir de mediados de los años setenta, cuando Methol ya es un militante católico, sobre todo en Argentina, porque, como digo ahí, si bien es uruguayo, es un teólogo argentino, un animador de la teología argentina y no la uruguaya. No está en diálogo con Juan Luis Segundo, con Carlos Parteli, con Perico Pérez Aguirre; esa no es la teología de Methol.
Finalmente, en la cuarta parte intento, por un lado, contar algunos ecos del pensamiento de Methol en el presente, el pensamiento sobre la integración latinoamericana, en la extrema derecha y en el pensamiento del papa Francisco, y, a modo de conclusión, pregunto: ¿y cuál es la actualidad de esto? Discuto desde ese lugar. Entonces, la línea temporal funciona en un trazo muy vago. Va y viene.
—Y viaja a la Antigüedad griega y, sobre todo, a la teología medieval.
—Porque el pensamiento de Methol funciona así. Él cree firmemente que la historia de América Latina empieza con el Evangelio. No es la historia de lo que sucedió en este lugar. Entonces, tenía que reconstruir eso.
—Mientras leía me venía en mente una y otra vez el término discernimiento. Creo que a propósito de su breve debate con Carlos Quijano despejás una primera confusión importante…
—Sucede en dos números de Marcha y empieza con la respuesta de Quijano a la alusión de Methol a Quijano en El Uruguay como problema. Methol lo acusa de usar la revolución como una especie de coartada para no pensar el problema de la nación latinoamericana. Le dice: usted, señor Quijano, no deja de ser un escapista más que se niega a pensar el problema del presente, diciendo que la revolución lo va a resolver.
Quijano, por supuesto, se ofende. Escribe una nota que se llama «Morir oriental», en la que recuerda que, en ese momento, Brasil y Argentina estaban gobernados por dictaduras. Entonces, dice: ¿qué integración vas a pensar con Argentina y Brasil gobernadas por fascistas que son títeres de Estados Unidos? El problema, en todo caso, es la revolución en la patria chica.
—Y, sin embargo, de lejos Methol y Quijano podrían considerarse parecidos: habían sido blancos, eran terceristas y latinoamericanistas, tramitaban sus ideas en Marcha…
—Y de ambos podría decirse que participaban de un nacionalismo popular. Sin embargo, Arturo Ardao, la mano derecha de Quijano, en su debate con ese inspirador de Methol que fue Carlos Real de Azúa, aclara bien que no se trataba del mismo nacionalismo. Ardao dice: cuando en los años treinta nosotros nos decíamos a nosotros mismos nacionalistas populares, lo hacíamos en oposición a los fascistas.
Y ahí hay una gran confusión, porque después de la Segunda Guerra deja de haber fascistas. ¿Y qué hacen los posfascistas? Algunos se van a filas de la militancia anticomunista, a la Juventud Uruguaya de Pie y cosas de ese tipo. Pero otros van en busca de la izquierda nacional, a seguir el camino del peronismo, que no es solamente izquierda nacional, pero la incluye.
Entonces, intento explicar que lo que llamamos nacionalismo popular son por lo menos tres tradiciones diferentes. Una es un izquierdismo que piensa la soberanía popular en términos republicanos, como Quijano. Otra es la de los marxistas-leninistas que piensan la liberación nacional, como Trías. Y otra es la de los que yo llamo verticalistas, que son hispanistas, antiilustrados y, como Real, entienden el tercerismo como una continuidad de la «tercera posición» de los años treinta, es decir, del fascismo.
—Methol, especialmente, terminará siendo mucho más que un militante frenteamplista…
—Era de la mesa chica de Liber Seregni, del grupo de sus asesores, los que hablaban con él cotidianamente. Ahí estaban Alberto Couriel, Methol y un par más. Methol escribió el discurso del 26 de marzo de 1971, nada menos. Un discurso muy parecido al de Perón del 17 de octubre de 1945. Y no es casualidad.
—Sin embargo, lo que hizo que Methol fuera conocido más allá de las fronteras fue su militancia católica. Parece lógico el involucramiento de quien vivió la efervescencia del Concilio Vaticano II. Sin embargo, cuando ocurre la conferencia episcopal de Medellín, aquella victoria de la izquierda católica latinoamericana, la pasa por alto y se pone a defender la encíclica de Pablo VI contra la píldora. ¿Qué es lo que significa esa operación?
—Recordemos que Methol se convierte al catolicismo en el contexto de una Iglesia muy reaccionaria. Es cierto que el concilio lo deslumbra. Y que en Uruguay su efecto impulsa una de las corrientes de la teología de liberación. Pero él, cuya fe había sufrido una crisis a causa del marxismo, salió de ella transformándose en un antimarxista.
Él ya venía dialogando con el peronismo y ve que en Argentina la recepción del concilio no se da como un encuentro con el marxismo, sino con el peronismo que va a desembocar en la llamada teología del pueblo. Methol se suma a esa corriente y participa en su elaboración, que sucede en buena medida en la Universidad de El Salvador, una universidad inicialmente jesuita que tiene a Jorge Bergoglio a la cabeza.
En esa coyuntura que vos nombraste, en el 68, cuando ocurre Medellín, el Vaticano se aterroriza. Pablo VI entiende que el concilio se le fue de las manos y empieza a producir todo un movimiento para contragolpear, no solo contra la teología de la liberación latinoamericana, sino también contra el reformismo europeo que quería discutir sobre la ordenación de las mujeres, el divorcio y la pastilla anticonceptiva. Pablo VI intenta el viejo método de dividir para reinar: trata de convencer a los latinoamericanos de que los reformistas europeos son de algún modo proimperialistas, porque la anticoncepción es una estrategia imperial para que la gente del Sur tenga menos hijos.
Entonces, la defensa de Methol de esa encíclica, Humanae vitae, es una interpretación de una estrategia que implica el freno de la radicalización posconciliar. Que después se traduce en el impulso que el Vaticano le da a la teología argentina como antídoto de la teología de la liberación. El Vaticano va a transformar la teología peronista en la teología oficial a nivel mundial, algo que sucede con una carta apostólica que se llama Evangelii nuntiandi, del 75, de la cual Methol es un armador fundamental.
—Y va a terminar escribiendo un discurso que jamás hubiera imaginado…
—Methol era un apasionado del tema del origen de la nación latinoamericana. Pero desde un punto de vista particular. Él detestaba las críticas a la conquista y a la evangelización. Detestaba el indigenismo, detestaba a Eduardo Galeano. Él pensaba que no iba a haber una autoconciencia histórica latinoamericana si no nos entendíamos en continuidad con España. Y con la España conquistadora, la de la cruz y la espada, no la republicana. La idea tiene eco en el Vaticano cuando Karol Wojtyła llega al papado, porque Juan Pablo II pensaba lo mismo sobre Polonia: que el nacionalismo católico polaco era el gran antídoto contra el comunismo. Entonces, en 1992, cuando se preparaban las celebraciones de los 500 años de la conquista, le pidieron a Methol que escribiera el discurso con que Juan Pablo II las iniciaría.
Pero la fiesta se termina aguando, porque los movimientos populares latinoamericanos conmemoraron los 500 años de la conquista como un rechazo a una larga historia colonial. Eso a Methol lo frustró muchísimo…




