El sociólogo argentino Marcelo Bergman ha escrito un libro revelador.1. Se ha planteado una pregunta decisiva: ¿por qué durante las últimas dos décadas en todos los países de América Latina el delito ha crecido, incluso en momentos de mejoras sociales y económicas? Esta «paradoja latinoamericana» es sometida a otras interrogaciones: ¿por qué nuestras democracias no han podido encarar en profundidad el tema del crimen? ¿Por qué las instituciones encargadas de aplicar la ley (Policía, Justicia, cárceles) tienen desempeños tan deficientes? El asunto ya ha sido tratado, pero hasta ahora no ha existido un abordaje completo (teórica y empíricamente) para ensayar un análisis exigente.
El punto de partida del libro es: en América Latina, el delito se ha transformado en una empresa lucrativa para millones de personas, y por esa razón hay que estudiar la demanda de bienes ilícitos para comprender cómo se han incrementado las redes criminales. Este fenómeno hay que comprenderlo en clave regional, pues allí se puede aquilatar cómo las mejoras de ingresos han alimentado involuntariamente el crecimiento del delito. Sin embargo, este argumento que hace foco en la pulsión económica del delito se combina, a veces de manera incierta, con otros factores: las instituciones del sistema penal han sido ineficaces a la hora de controlar este proceso ascendente.
El estudio de Bergman se apoya en encuestas regionales, datos administrativos de los países, 15 encuestas de victimización en las que participó el autor y encuestas a personas privadas de libertad realizadas en ocho países de la región. Si bien la información tiene sus problemas de confiabilidad, el autor la utiliza con solvencia y creatividad. Algunas veces, como pasa con el caso de Uruguay, la caracterización no parece completa y actualizada, lo que ubica a algunos países en un lugar interpretativo que tal vez pueda ser objeto de revisión. Más aún, el proceso reciente en Uruguay no admite colocarlo tan fácilmente en un contexto de «baja criminalidad» y «alta aplicación de la ley».
El negocio del crimen… se destaca por la capacidad de presentar evidencia y extraer de allí perspectivas de análisis. En términos descriptivos, se reconoce la naturaleza concentrada del crimen, la alta presencia de armas de fuego, el aumento de las bandas asociadas a delitos con fines de lucro, la expansión del mercado de drogas y los desastrosos resultados de la política de guerra a las drogas. A su vez, el estudio se vuelve muy preciso al momento de enfatizar la expansión de las oportunidades para delitos que suponen ganancias. El autor asegura que en América Latina el Estado ha reaccionado tarde y erráticamente al desarrollo de los mercados secundarios. ¿Por qué se rompe el equilibrio y se puede llegar a niveles de alta criminalidad? Países con realidades singulares pueden generar «ecologías» distintivas del delito, en las que siempre caben los homicidios, el miedo, la organización criminal y el colapso de las Policías. Para entender esos procesos hay que enfocarse en los mecanismos sociales que producen ese equilibrio adverso, tales como el contagio, el nivel delictivo de cada país, el punto de inflexión y la magnitud de las nuevas oportunidades. Todo eso tiene lugar en contextos estructurales que no siempre se reconocen con amplitud.
Bergman asegura que en América Latina existen muchos enfoques analíticos sobre la criminalidad, pero hasta ahora no es posible identificar un paradigma dominante para explicar el permanente crecimiento del delito. Cuando habla del crecimiento del delito, se refiere a los delitos contra la propiedad y a todos aquellos que tienen como finalidad la obtención de ganancias e ingresos (incluidos los homicidios, las extorsiones y los secuestros). Las tendencias sobre otras formas de violencia interpersonal, como la violencia de género, son asuntos omitidos en el estudio, a pesar de su relevancia política y social.
El autor desarrolla la idea de «modelo de equilibrio general». Las variables asociadas con la criminalidad pueden producir crimen si son activadas por ciertas condiciones sociales y económicas, o no, si son neutralizadas por factores limitantes. En rigor, este enfoque ya ha tenido un largo tránsito en América Latina a partir de las perspectivas epidemiológicas y de las miradas sobre los «factores de riesgo» y los «factores de protección». Del mismo modo, si bien se enfatiza que el fenómeno es regional, también se recurre a la noción de efecto país, es decir, al conjunto de factores criminógenos propios de cada entorno nacional.
El equilibrio general consiste en un orden en el que interactúan los incentivos que generan rentas y la eficacia de las instituciones que los restringen (de nuevo, las fuerzas de aceleración y las fuerzas de limitación). En un momento determinado, hay países en los que el equilibrio de la criminalidad se rompe y, mediante mecanismos de contagio y propagación, se pasa a contextos de «alta criminalidad». Lo que activa esto es la demanda de bienes ilegales (sobre todo en momentos de crecimiento económico), que termina multiplicando los incentivos para que las personas se involucren en delitos que permiten importantes niveles de ganancia. En síntesis, la perspectiva de análisis no hay que ponerla en la persona que delinque (como hace la criminología), sino en las dinámicas objetivas del crimen.
El libro tiene sus ambigüedades. A veces, se asume que lo adquisitivo es lo que rompe el equilibrio y presiona a las instituciones a no poder cumplir sus mandatos disuasivos. En otras, el entorno de alta criminalidad emergente se da, al mismo tiempo, por las rentas que genera el delito adquisitivo y por el inaceptable desempeño de las instituciones del sistema penal. Estas últimas terminan siendo variables tanto dependientes (sufren el desequilibrio) como independientes (explican el fenómeno junto con el impulso económico). Esta ambigüedad se conecta con otros problemas. En primer lugar, hay un claro determinismo económico a la hora de priorizar las demandas y la lógica del afán de lucro. Sin embargo, hay que reconocer que, en los capítulos empíricos, esta mirada unilateral se enriquece con relativizaciones y matices. En segundo lugar, a pesar de la prioridad otorgada a los factores estructurales, el estudio se afilia a una concepción racionalista que habla de redes, acciones estratégicas, relaciones entre transgresores y autoridades. Los conceptos se vuelven meras abstracciones que modelizan una realidad, y terminan adhiriendo a la idea de un leviatán fuerte capaz de ejercer sus funciones de control y disuasión. Todo el libro está estructurado según la idea de que aumentar la probabilidad de la detección de las conductas ilegales vuelve más improbable el contagio del delito.
En un determinado momento, se afirma que los cambios sociales, políticos y económicos a nivel macro en la región han causado el aumento de la delincuencia. No hay nada en el libro que nos introduzca a una reseña de esos cambios globales, ni mucho menos hay un anclaje en términos de una teoría social latinoamericana. Lo que predomina en la argumentación es el determinismo de la demanda, la abstracción del «contagio» y el énfasis en la «disuasión». La gran mayoría de las variables tradicionales (desigualdad, desempleo, pobreza, etcétera) son desestimadas a la hora de explicar tanto las tendencias como las intensidades del delito. Los contextos nacionales de violencias, las claves del mundo de la vida, las dinámicas estamentales y las matrices estatales de cada sociedad tampoco aparecen como referencias. Al fin y al cabo, la heterogeneidad estructural de América Latina parece tener cierta correlación con los entornos de alta y baja criminalidad.
Por otra parte, se rechaza la idea de que el delincuente es un desviado que no fue disuadido por el sistema penal, sino que se trata de una persona racional que se involucra en el crimen para beneficiarse de prósperos negocios. Si es así, ¿cómo seguir confiando en la promesa de la disuasión, aun en su versión más tecnificada y profesionalizante? La realidad latinoamericana podría servir para reflexionar de otra manera sobre el lugar y el alcance de las instituciones punitivas. De hecho, el autor sostiene una posición crítica sobre el funcionamiento de las Policías en la región, sobre la incapacidad de las reformas procesales penales para crear un esquema eficaz de «disuasión» y sobre el crecimiento de la población carcelaria, que no ha redundado en el cumplimiento de ningún objetivo sustantivo. Sin embargo, deja fuera de la consideración los cambios más recientes en materia de política criminal y reestructuras de los modelos de gestión policiales, cuya evaluación podría servir para revisar algunos de los argumentos del libro.
Estamos ante un estudio relevante y un relato persuasivo para entender la magnitud del problema. Al mismo tiempo, una cierta ambigüedad que bordea la inconsistencia hace de este trabajo un ejemplo más de esa postura del medio que se distancia tanto de los enfoques de la cuestión social como de los de las políticas punitivas. En su encuadre, es tal vez uno de los productos más logrados y profundos, y por eso mismo una versión que llega a su límite. El trabajo de Bergman es importante hasta para poder mirar mucho más allá de él.
1. Marcelo Bergman, El negocio del crimen: el crecimiento del delito, los mercados ilegales y la violencia en América Latina, Fondo de Cultura Económica, 2023.