Rashid Khalidi es un historiador estadounidense de origen palestino-libanés, autor de múltiples títulos sobre Palestina y Oriente Medio, titular de la cátedra Edward Said en la Universidad de Columbia en Nueva York y editor de la revista Journal of Palestine Studies. Su libro Palestina. Cien años de colonialismo y resistencia, un emocionante recorrido a través de la larga guerra colonial contra el pueblo palestino, acaba de ser publicado en español por Capitán Swing, con traducción de Francisco J. Ramos Mena.
Desde el principio, Khalidi recurre en Palestina a sus propias experiencias familiares para dar cohesión a un relato que abre en la Biblioteca Khalidi, fundada por su abuelo, en 1899, en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Es ahí donde el autor localiza una carta escrita ese mismo año por su tío tatarabuelo, Yusuf Diya al-Khalidi, al líder y fundador del creciente movimiento sionista, Theodor Herzl, para advertirle que el pueblo indígena que habita Palestina difícilmente aceptará la expulsión de sus tierras para dar cabida a la creación de un Estado nacional judío.
Khalidi se sirve de este episodio para confrontar aquellas posiciones que enraízan el conflicto en pretéritos bíblicos, para vincularlo, por el contrario, al colonialismo sionista emergente en el siglo XIX, apoyado sobre el imperialismo occidental a partir del siglo XX. Estructurado alrededor de seis declaraciones de guerra –que alcanzaron sus cimas en la declaración Balfour de 1917, el plan de partición de la ONU de 1947, la resolución 242 del Consejo de Seguridad de 1967, la invasión del Líbano de 1982, los acuerdos de Oslo de 1993 y la visita de Ariel Sharon al Monte del Templo en 2000–, el libro se aleja así de la idea dominante del conflicto como una disputa entre dos nacionalismos para dar cuenta de lo que en realidad es una conquista sistemática contra Palestina y su pueblo nativo. De este modo, el que posiblemente sea el trabajo más personal de Khalidi se nos presenta también como uno que sintetiza de forma magistral la historia de esta guerra colonial que, a lomos de las potencias imperiales, continúa golpeando nuestras conciencias.
—¿Cómo comenzaste con el proyecto de este libro? ¿Cuáles fueron las principales motivaciones que te llevaron a escribirlo?
—La enorme cantidad de desinformación que existe sobre Palestina me motivó a escribir este libro. Mi hijo no dejaba de repetirme que hacía falta un libro sobre la historia de Palestina accesible para el lector de a pie. Me insistió mucho en que escribiera un libro así, después de haber escrito otros dirigidos principalmente a un público académico.
—Desde el título, haces referencia al colonialismo de asentamiento como marco desde el que hablar de la guerra contra Palestina. ¿Por qué es tan relevante el proyecto colonial en este caso?
—Para comprender la lucha que se está librando en Palestina, es necesario entender el sionismo e Israel como un proyecto colonial de asentamiento y como un proyecto nacional. Aunque el aspecto nacional, junto con las conexiones bíblicas del judaísmo con la Tierra de Israel, lo hacen único en algunos aspectos, en otros es bastante similar a otros proyectos coloniales de asentamiento. Así lo reconocieron los primeros dirigentes sionistas, que llamaron Jewish Colonization Agency [Agencia Judía de Colonización] a uno de sus principales organismos de compra de tierras. Esto no era algo que les avergonzara durante una época en la que el colonialismo aún era respetable, aunque esta autoidentificación con el colonialismo de asentamiento se borró después de la Segunda Guerra Mundial, e Israel se postuló en su lugar como un proyecto anticolonial.
—Sitúas el inicio de esta guerra contra Palestina en 1917, con la declaración Balfour. ¿Por qué fijaste este marco temporal particular para tu narración?
—Elegí 1917 como el inicio de la lucha tal y como la conocemos, porque solo después de que el movimiento sionista se aliara con las grandes potencias imperiales, primero Gran Bretaña y más tarde Estados Unidos, pudo alcanzar sus objetivos de transformar un país abrumadoramente árabe en un Estado judío, tal y como Theodor Herzl expuso originalmente en su libro de 1896, El Estado judío. Desde entonces, los palestinos siempre han tenido que enfrentarse no solo al movimiento sionista y, posteriormente, al Estado de Israel, sino también a las grandes potencias que los respaldaban.
—Este marco temporal choca con la narrativa sionista de Israel, como la tierra bíblica del pueblo judío, que tenía que ser su hogar tras las persecuciones cristianas que culminaron en el Holocausto y que, además, era un desierto vacío que el pueblo judío «haría florecer» de nuevo (en una especie de variación del mito colonial de terra nullius). ¿Cómo se forjó esa narrativa?
—Siempre ha existido una conexión entre el judaísmo y Palestina, lo que los judíos y muchos cristianos consideran la Tierra de Israel. Sin embargo, antes del auge del nacionalismo moderno y de la conquista británica de Palestina, esto nunca significó un Estado nacional judío soberano que subyugara y sustituyera a la población autóctona: esa fue la aportación del sionismo político. Palestina se convirtió en un refugio para los judíos en el siglo XX porque el antisemitismo en muchos países, como Reino Unido y Estados Unidos, les llevó a prohibir la entrada a los refugiados judíos de la persecución en Europa, incluso durante el Holocausto. «Hacer florecer el desierto» y «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra» son solo dos de los muchos mitos que el sionismo difundió para negar la existencia de la mayoría árabe indígena en el país que querían colonizar y del que querían apoderarse. Aunque la realidad de los palestinos se ha impuesto gracias a una resistencia obstinada e incesante a su eliminación, sigue siendo objeto de negación en muchos sectores influyentes.
—Divides tu libro en torno a seis declaraciones de guerra. ¿Qué significaron estos episodios para el desarrollo de la guerra contra Palestina? ¿Qué relación guardan con los proyectos imperial de Occidente y colonial del sionismo?
—He utilizado estas seis declaraciones para enmarcar la guerra contra los palestinos, especialmente porque muchas de ellas –por ejemplo, la declaración Balfour, la resolución de partición de la ONU de 1947, la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU de 1967– fueron emitidas o impulsadas por las grandes potencias, ya fuera el Reino Unido, o Estados Unidos y la Unión Soviética. De este modo, intento demostrar que no se trata solo de una guerra librada por el movimiento sionista y el Estado de Israel, sino también por las grandes potencias que los respaldan, que no solo son cómplices de esta guerra, sino que están directamente implicadas en ella, militar, financiera y diplomáticamente.
—A menudo, medios de comunicación dominantes y políticos occidentales califican a Israel como «la única democracia de Oriente Medio». Sin embargo, ha consolidado su poder en la región gracias a vínculos y alianzas con algunos de los gobiernos más antidemocráticos del mundo, incluidos algunos regímenes árabes. Mientras tanto, en estos países la población, con una influencia limitada en la escena política, manifiesta un apoyo generalizado a la causa palestina. ¿Qué significado tiene esto para la narrativa dominante de Israel como país democrático? ¿Qué relación guarda con la propia constitución del país y su ciudadanía, basada en regímenes de distinción y segregación religiosa?
—Durante más de medio siglo, Israel ha gobernado sobre una población sometida de varios millones de palestinos, que carecen por completo de derechos en los territorios ocupados. Solo por esa razón no puede considerarse una democracia, a pesar de la brillante campaña de relaciones públicas que ha hecho que muchas personas desinformadas se crean ese eslogan vacío. Israel es una democracia solo para su población judía, no para los palestinos que viven bajo ocupación militar desde 1967. Tampoco es plenamente democrático para sus propios ciudadanos palestinos (árabes israelíes), que se ven privados de muchos derechos de los que disfrutan los judíos israelíes. Junto con Estados Unidos y muchos países europeos, Israel apoya incondicionalmente a algunos de los regímenes más antidemocráticos del mundo en el Golfo y en otras partes del mundo árabe: son los regímenes que han normalizado las relaciones con Israel, a pesar de la fuerte oposición de la opinión pública en estos y en el resto de los países árabes.
—La violencia de los colonos contra la población palestina ha ido en aumento en los últimos años, a tal punto que hace solo unos días asistimos a un horrible episodio en la localidad palestina de Huwara1. ¿En qué momento nos encontramos en relación con el proyecto de asentamiento colonial sionista? ¿Qué papel juega el actual gobierno israelí en el avance de esta etapa?
—El embajador de Israel en Estados Unidos acaba de decir –en respuesta al llamamiento público del ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich, a aniquilar el pueblo de Huwara– que esta «no es en absoluto la política israelí y va en contra de nuestros valores responder aniquilando pueblos civiles». Sin embargo, eso es justo lo que Israel hizo con más de 400 pueblos en 1948. Me preocupa profundamente que bajo el actual gobierno israelí podamos estar volviendo a una era de limpieza étnica abierta, como ocurrió en 1948 y, en menor medida, en 1967. Los gobiernos israelíes han utilizado desde 1948 múltiples medios para reducir la población palestina del país, pero esta disposición a hablar abiertamente de lo que siempre ha sido un objetivo primordial del sionismo –en palabras de Theodor Herzl en su diario, «animar» a la población palestina a salir «discretamente» del país– parece especialmente peligrosa.
—¿Qué necesita el movimiento de liberación palestino, dentro y fuera del país? ¿Cuáles son las perspectivas, los obstáculos y las esperanzas para conseguirlo?
—El Movimiento de Liberación Nacional Palestino se encuentra hoy en un momento particularmente bajo, como lo estuvo en varias ocasiones de su historia. Es necesario revitalizarlo y unificarlo en torno a una visión estratégica clara y comprensible para todos: palestinos, árabes, israelíes y otros actores en todo el mundo. Será una tarea difícil, ya que los actuales dirigentes políticos, carentes de visión e ideas, corruptos e incompetentes, se resistirán. Disponen de poderosos recursos que les proporcionan patrocinio y puestos de trabajo, y cuentan con el apoyo de potencias externas que desean mantener a los palestinos débiles y divididos. La sociedad civil y la juventud palestinas, y con ellas la mayor parte de la opinión pública, se oponen a estos liderazgos, por lo que existe una gran exigencia de cambio. Sin embargo, no está claro de dónde vendrá este cambio.
(Publicado originalmente en El Salto. Titulación de Brecha.)
1. El 26 de febrero, luego que dos colonos fueron asesinados en el norte de la Cisjordania ocupada por un atacante desconocido, cientos de colonos israelíes invadieron el pueblo palestino de Huwara y otras aldeas aledañas, como Zaatara, Burin y Asira al-Qibliya, donde dispararon y golpearon a sus residentes, matando a uno e hiriendo a alrededor de 400. Docenas de casas, negocios y automóviles fueron incendiados por los atacantes. Los soldados israelíes ocupantes presentes en el área durante el ataque no intervinieron; uno de sus generales calificó luego el episodio de “pogromo”. Días después, el ministro de Finanzas de Israel defendió públicamente la agresión y dijo que Huwara «necesita ser borrado del mapa» (N del E).