El parricida perfecto - Semanario Brecha

El parricida perfecto

A Jorge Batlle no parece haberle corrido por las venas el legado familiar estampado en su apellido. ¿Cuáles eran sus convicciones ideológicas? ¿Qué nivel de responsabilidad política tuvo frente al derrumbe económico? ¿Cómo fue su relación con Julio María Sanguinetti y Jorge Pacheco? ¿Qué motivos lo llevaron a crear la Comisión para la Paz? ¿Cuál es la estela que dejó su paso por la historia uruguaya? El último de su dinastía, según dos historiadores y dos politólogos.

En la Casa del Partido Colorado / Foto: Oscar Bonilla

Carlos Demasi

“FUERTES CON­TRASTES”

La actuación política de Jorge Batlle Ibáñez se mantuvo, literalmente, hasta el último día de su vida. Sin embargo, después de ocupar el sillón presidencial que ansió e intentó obtener a lo largo de más de tres décadas, determinó finalizar su carrera política (“su ‘Estación Carnelli’, como solía decir”). Para consolidar su ascenso a los primeros planos de la política –ya en la década de 1960–, Batlle se fue abriendo camino sin titubeos: “Según algunos, lo hace a costa de la ‘destrucción’ de la 15 (su sector, del que era “líder indiscutido”), que desde entonces perdió la mayoría dentro de su partido. Radicalmente colorado, muchos no le perdonaron su ‘traición’ al gobierno de Pacheco cuando dio sus votos (decisivos) para la censura del ministro Jorge Peirano Facio”, analiza el historiador.

Más tarde debió enfrentarse a la figura, también ascendente, de Julio María Sanguinetti, quien pasó de ser su operador político a “arrancarle el brazo” al elegir a Enrique Tarigo como compañero de fórmula y ser su principal rival dentro del Partido Colorado (PC).

En la visión de Demasi, el último de los Batlle es posiblemente el “menos ‘batllista’”: “Sus convicciones políticas eran tan firmes como las de sus ancestros, pero no eran las mismas: privatizador donde los otros fueron estatistas, liberal donde la tradición era el intervencionismo”. Pero además –compara– tampoco tenía la “capacidad estratégica” de su tío abuelo, José Batlle y Ordóñez, ni la “fortuna política” de su padre, Luis Batlle Berres. Batlle Ibáñez “mostró tanta capacidad para incrementar su electorado en las elecciones internas como para perderlo en las nacionales”.

Sin embargo, según el historiador demostró “capacidad de reacción cuando enfrentó y finalmente superó la acusación de ‘infidente’ que le colgaron sus adversarios políticos”. En aquel episodio, ocurrido a fines de los sesenta durante el pachecato, se le atribuyó la filtración, en beneficio propio, de información sobre el valor que tendría el dólar después de una venidera devaluación. El asunto llegó a los ámbitos judiciales pero nunca se comprobó que Batlle –que siempre lo negó– hubiera sido el infidente.

También en lo estilístico marcó su propia impronta. El Batlle de la “era del Facebook”, al decir de Demasi, multiplicador de frases rotundas y de sus giros repentinos, contrasta con el “sobrio laconismo” de Batlle y Ordóñez y con la “oratoria medida” de Batlle Berres. Demasi destaca el “coraje cívico” de Batlle Ibáñez al demostrar su repudio a la dictadura cívico militar: “Lo hizo desafiar a los militares en octubre de 1972 cuando sabía que querían procesarlo, o para declarar su repudio a la ‘dictadura’ en junio de 1973, cuando el régimen ya había prohibido que se usara ese calificativo. Y luego de esos gestos, no se fue del país durante toda la dictadura”.

No obstante, el historiador habla de “fuertes contrastes” en este “liberal y demócrata, que escuchaba la opinión de ‘los indios’ y no la de los ‘caciques’”. Por un lado, a evoca un Batlle que aprobaba la idea de un “escuadrón de la muerte” (Demasi apoya esta afirmación en la información otorgada por “un embajador estadounidense de los años sesenta”), que apoyó la ley de caducidad (como la inmensa mayoría de su partido), e incluso insensible ante la demanda de las víctimas de violaciones de derechos humanos. Y por el otro, aparece el Batlle presidente que “blanqueó” el caso Gelman confirmando la aparición de Macarena; ayudó a despejar la búsqueda de Simón Riquelo, el hijo que la dictadura le había robado a Sara Méndez; recibió a madres de desaparecidos y creó la Comisión para la Paz, ámbito en el que por primera vez se admitió la responsabilidad del Estado en las políticas terroristas. En sus palabras: “Hoy no parece mucho, pero en su momento eso cambió la práctica arraigada por tres presidencias. Y en un país tan apegado a sus rutinas, eso representa no poco mérito”.


Gabriel Delacoste

“NOS METIÓ EN LA CRISIS”

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Con George Bush, en 2003 / Foto: Presidencia

El politólogo califica como una “mentira indignante” el relato basado en un Batlle heroico frente a la crisis económica que signó su mandato: “Si vos estás varias décadas defendiendo la apertura de la economía, su desregulación, apoyás a Uruguay como proyecto de plaza financiera en un país de servicios, después no podés venir a decir que la crisis vino de afuera. No fue Batlle el que nos sacó, Batlle nos metió en la crisis”. La construcción discursiva acerca de que la debacle económica pudo haber sido mucho peor se vio potenciada mediáticamente en las últimas horas. Delacoste toma distancia de esta opinión y apunta que no puede soslayar el hecho de que la crisis ocurrió por “responsabilidad política” de quienes impulsaron y sostuvieron prácticas neoliberales. De acuerdo con Delacoste, Batlle fue, probablemente, “el representante más fiel del neoliberalismo” del sistema político uruguayo: “era un doctrinario”. Coherente con esto, promovía las privatizaciones, la apertura de la economía, los tratados de libre comercio, la reducción de los costos del Estado y la disminución del número de empleados públicos.

A su vez, le atribuye un liberalismo político asociado al republicanismo y a una postura firme y declarada contra la dictadura: “En la película Mundialito es casi el único político que tiene una postura digna contra los militares”. Delacoste entiende que no hay que perder de vista que el ex presidente fue un “hombre de derecha” que alimentó discursos “antitupamaros” y “anticomunistas”, pero matiza señalando que tampoco hay que dejar de reconocer que las acciones de reconocimiento de los desaparecidos durante el terrorismo de Estado, las muestras de sensibilidad frente a las demandas de los familiares y la creación de la Comisión para la Paz marcaron, además de un hito, un abrupto contraste con Sanguinetti, el artífice de la cultura del silencio.

No obstante, el politólogo vuelve sobre uno de los aspectos que considera troncal en su análisis de claroscuros: “La dictadura tenía un proyecto económico que fue seguido coherentemente por gobiernos blancos y colorados. Los neoliberales continuaron con ese legado económico, pero eso no quiere decir que sean lo mismo, porque hay una derecha liberal y no autoritaria: Batlle fue eso”.

Este compendio, asegura Delacoste, no sólo alejó al último de los Batlle de su legado genealógico sino que también despojó a su partido de él. Batlle, con su “liberalismo doctrinario”, se colocó en las “antípodas” de todo aquello que define al batllismo: altos niveles de protección social, expansión del Estado, regulación de la economía y hasta un “cierto iluminismo reformista”. “En ese viraje fuerte hacia el nuevo liberalismo, el partido lo acompañó, y al día de hoy el Colorado es un partido de derecha y neoliberal. Como miembro de la dinastía, pierde el legado del batllismo. Por eso digo que el significado de la palabra Batlle en él resulta extraña.” 


 

Oscar Bottinelli

“IDEOLÓGICAMENTE PARRICIDA”

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En el Edificio Libertad, con Luisa Cuesta y Luz Ibarburu, el 13 de abril de 2000 / Foto: Oscar Bonilla

La sombra de su padre, Batlle Berres, marcó sus primeros pasos en la política. El politólogo explica que Batlle “sufrió lo que muchos ‘hijos de’ sufren: se lo veía como el ‘nene que colocó papá’. Sin embargo, cuando entró al Parlamento deslumbró por ser uno de los diputados más serios, estudiosos y brillantes del PC. Rápidamente apareció como un parlamentario con peso propio”. En su incipiente carrera política, Batlle comenzó a mostrarse como un “hombre tenazmente luchador”, lo que se conocía en la jerga política de entonces como un “político de raza”. Esa característica intrínseca, interpreta Bottinelli, lo llevó a “presentarse como candidato a la Presidencia elección tras elección”.

En su afán por desmarcarse de su padre, Batlle se convirtió en un “individuo ideológicamente parricida”. El papel central que su tío abuelo le dio al Estado fue heredado por su padre que, según Bottinelli, expresa “el momento más estatista del gobierno colorado”. Con grandes cuestionamientos a ese legado, el recién iniciado acuñó una impronta propia, volcada al liberalismo económico. Las políticas sociales características del batllismo histórico quedaron en un segundo plano en sus propuestas políticas.

Sin embargo, este perfil –señala el politólogo– no fue desde siempre constitutivo de él. A pesar de que se autodenominaba un “viejo liberal desde siempre”, en los sesenta tenía una línea de pensamiento desarrollista: “Las propuestas de la campaña del 66 no tienen el tono de la campaña electoral del 99, donde se distinguía nítidamente el liberalismo económico. En el 66 se identificaba más con un Estado con un sentido interventor y planificador. El liberalismo se va acentuando después”.

Sobre el final de la dictadura, Batlle comenzó a manifestar una “divergencia de pensamiento con Sanguinetti, quien planteaba una línea más estatista”. Más allá de las anécdotas puntuales, como la anteriormente nombrada “arrancada del brazo”, la rivalidad entre ambos tenía un fundamento central: la disputa por el liderazgo. Esa lucha estaba marcada por dos posturas ideológicas diferentes, y por momentos antagónicas. En Europa, sugiere Bottinelli, “se hubieran volcado en dos partidos políticos. Sin dudas Sanguinetti hubiera sintonizado con la línea más moderada de la socialdemocracia, y Batlle con el partido liberal europeo”.

Con la figura de Jorge Pacheco Areco, Batlle no tuvo mayores discrepancias. Para muchos era considerado un “gobierno de salvación nacional”, y por lo tanto las “medidas extraordinarias” que tomaba el entonces presidente eran justificadas: “Quienes lo apoyaban consideraban que estaba dentro de la Constitución, mientras los que se manifestaban en contra denunciaban que se excedía”. Batlle integraba el primer grupo, “estaba absolutamente convencido de apoyar ese camino”, remarca Bottinelli.

Apoyó la ley de caducidad (y posteriormente el voto amarillo) aunque con un matiz que lo diferenciaba del resto: Batlle planteaba que “había que entender a los otros”. En ese sentido, para el politólogo fue un “constructor de puentes”, y eso quedó cristalizado cuando llegó a la Presidencia y creó la Comisión para la Paz. “Sin duda el balance de la comisión, visto todo lo que se había avanzado hasta ese momento, fue formidable.” Sin embargo, Batlle tenía la pretensión cuasi idílica de “cerrar una etapa. Pero no lo logró, al punto que hasta hoy esa etapa no concluyó”.



Aldo Marchesi

“NEOLIBERAL HASTA LA MUERTE”.

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En la campaña de las elecciones 1994 / Foto: Federico Gutiérrez

El historiador entiende que hay dos hechos que incidieron –y de alguna manera dieron el puntapié inicial– para el desarrollo de la política de derechos humanos durante el gobierno de Batlle: su experiencia durante la dictadura, pero también la necesidad de separarse discursivamente de Sanguinetti. Su persecución, arresto y posterior proscripción “marcaron una sensibilidad un poco diferente a la que tenía Sanguinetti frente al problema militar. Por otra parte, claramente existió un conflicto de liderazgo entre ambas figuras desde la salida de la dictadura en adelante”.

En ese conflicto Batlle y Sanguinetti se posicionaron en lugares diferentes: “Uno más cerca de la izquierda y otro más a la derecha. En el campo económico, Sanguinetti se presenta discursivamente como un socialdemócrata y un reformista. Batlle se pone en un lugar mucho más liberal. Pero en la cuestión de cómo lidiar con el pasado reciente, Batlle encuentra la oportunidad para desmarcarse de Sanguinetti a quien, a esa altura, la política de impunidad le estaba generando grandes costos políticos”.

De todos modos, Marchesi enfatiza que no está de más recordar que cuando se presentó el informe final de la Comisión para la Paz y se discutió sobre su validez, Batlle clausuró la discusión argumentando que no había nada más para hablar. “Es cierto que todo eso se da en el marco de la crisis. Inicialmente, el tema de los derechos humanos en su gobierno aparece con mucha visibilidad, pero al finalizar su mandato, Batlle retoma el viejo discurso que había mantenido el PC con relación al tema de los derechos humanos: la paz estaba sellada.”

Su interés por liberalizar las drogas y sus propuestas en derechos humanos (a pesar de haberse declarado un anticomunista empedernido) sacudieron a la opinión pública. Según Marchesi estas dos posturas no son llamativas, ya que, en primer lugar, en el discurso neoliberal de Batlle primaba la “defensa de la libertad individual”. En alguna medida, por lo menos discursivamente, es uno de los neoliberales más coherentes que hay desde fines de los sesenta hasta su muerte. Y eso también está marcado por un anticomunismo que siempre estuvo presente, no de manera radical pero sí bajo la idea de que el comunismo era un problema para la libertad”.

Desde sus inicios hasta comienzos de su presidencia, el discurso de Batlle marcó una “vanguardia dentro del PC”. Es paradójico, dice el historiador, que Batlle intentara desprenderse de su tradición familiar, porque era un fuerte capital político que podía utilizar a su favor. “De alguna manera, fue erosionando ese linaje que generó una cuestión de simpatía con el personaje. Se presentó como una persona que decía lo que pensaba y no le importaban mucho las repercusiones.” Marchesi sugiere que su historia familiar le permitió tener “un discurso tan crítico contra el batllismo histórico como nadie lo había tenido dentro del partido”.

Existe una lectura, en estos días reforzada, que valora la “salida de la crisis como virtuosa”, aunque, para Marchesi, “falta estudiar un poco más cómo se salió, qué beneficios y costos tuvo para el país en el mediano y largo plazo”. Si bien el historiador prefirió no aventurar respuestas, puso sobre la mesa la idea de que “la resolución de la crisis marca una cercanía política entre la izquierda y el PC”. La famosa pastera, reflexiona el investigador, es ilustrativa de este vínculo. “Es una iniciativa de Batlle que continúa en los gobiernos del Frente Amplio. Tal vez la forma en que se resolvió la crisis habilitó encuentros entre la política y las industrias económicas que, de alguna manera, aseguraron ciertas continuidades.”

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