Luis Lacalle Pou había venido enfrentando la elección del 26 de octubre como quien encara un viaje en avión. Sus posibilidades de tener un accidente se presentaban escasas, pero cuando las maniobras se vuelven riesgosas no hay piloto que revierta el golpe. Las luces de alarma se encendieron definitivamente en el comando nacionalista luego de dos errores autoinfligidos. El más reciente: el pronunciamiento de su candidato contra el objetivo de una ley, la de las ocho horas para los peones rurales, que los trabajadores consideran sagrada. Antes, Lacalle Pou ya se había mostrado partidario de derogar el decreto de ocupaciones y la ley de responsabilidad penal empresarial.
Ochenta y ocho días después de las elecciones internas, los frenteamplistas pueden respirar un poco más aliviados: los fuegos de artificio que rodearon a la elección de Lacalle Pou el pasado 1 de junio parecen comenzar a apagarse. El discurso “por la positiva”, que tanto rédito parece haberle tributado al líder del Herrerismo, ya no parece ni tan electrizante ni tan efectivo para surfear sobre el mar encrespado de la campaña electoral. Quizás porque Tabaré Vázquez abandonó ese estilo aséptico y desapasionado por el del hombre de Estado que se mostró con propuestas concretas. Quizá porque Lacalle Pou ya no es aquel candidato fresco de conceptos grandilocuentes, que hace sólo algunos meses cargaba sobre sus hombros la idea de desplazar al fa del gobierno sin enchastrarse, sino el hombre al que ahora le toca ponerse los guantes para pelear. Si hasta ahora Lacalle venía sacándole el cuerpo al choque directo en pos de presentarse como un dirigente de nuevo cuño, exento de las mañas tradicionales, la metida de pata de esta semana en un tema sensible como el de las relaciones laborales lo involucró de lleno en el debate ideológico que tanto evita. Es demasiado prematuro estimar qué tan caro le costarán al candidato del Partido Nacional (pn) sus declaraciones sobre la política laboral del Frente Amplio (fa), pero lo cierto es que sus críticas a las leyes de responsabilidad penal empresarial y de ocho horas para los trabajadores rurales parecen haberlo dejado esta semana en falsa escuadra.
Lacalle Pou y sus asesores saben que la magia se ha difuminado y que aquello tan intrínseco a su campaña, el ponerse siempre a resguardo de la confrontación, ya no vale. El fin de “la positiva” lo sorprendió en una rueda de prensa, primero, y en un acto de la lista 404 después. Ese día, durante una presentación en el teatro Metro, el candidato nacionalista disparó artillería gruesa contra Tabaré Vázquez, a quien hizo responsable del clima de “enfrentamiento político” que vive el país. “En este caos que pretenden generar algunos aparatos políticos partidarios y parapartidarios hay un solo responsable, y es Tabaré Vázquez”, dijo. Lacalle apuntaba, por elevación, a los sindicatos de la construcción y de trabajadores rurales, que en sendas apariciones públicas comenzaron a expresar su rechazo explícito ante lo que consideran un atropello de los derechos conquistados en estos cuatro años.
Pero en realidad Lacalle no pelea contra Vázquez. Pelea contra sí mismo. Contra las expectativas que generó con su discurso “positivo” y contra las salidas de tono de las que él mismo fue protagonista. La designación de Jorge Larrañaga como candidato a vicepresidente no desplazó a Lacalle del rol principalísimo que, hasta el momento, tiene en la campaña. Por el contrario, algunas señales reflejan cortocircuitos en la fórmula. El más evidente: la visita por separado a la Suprema Corte de Justicia. Fuentes de ese organismo informaron a Brecha que el tribunal estaba convocando a todos los presidenciables, cuando Larrañaga solicitó la audiencia a la que concurrió el 28 de agosto. La Corte se la concedió “por cortesía”. Recién ayer Lacalle visitó el organismo, sin la compañía de su vice.
Podría decirse que sólo una vieja concepción de la política coloca los temas ideológicos en primer plano. Y que, debido a eso, más que de ideología Lacalle Pou prefiere hablar de “los valores”. Pero lo cierto es que bastaron tres preguntas de una periodista para que el candidato quedara en orsái. El tema: las relaciones laborales, un asunto que se volvió candente en la campaña tras el paro anunciado por el pit-cnt para discutir la (previsible) posición que adoptará frente a esta instancia electoral. Si durante una disertación en Punta del Este Lacalle Pou ya había mostrado flancos abiertos al anunciar la derogación de la ley de responsabilidad penal empresarial, esta vez fue el turno de la ley de ocho horas para los trabajadores rurales. Aun habiendo votado la ley en primera instancia –aunque, cabe decir, luego no acompañó algunos cambios introducidos por el Senado–, el candidato enunció ante micrófonos un discurso reactivo, por la negativa, a la defensiva. Un Lacalle acartonado y visiblemente incómodo se perdió en respuestas rebuscadas justo en una temática donde, a juzgar por cómo votó, no tenía tanto para perder. Pero repitió viejas cuerdas. Las de un Herrerismo cuyo patriarca sostenía, a principios de siglo, la alegre armonía entre el patrón y el peón: “La misma peculiaridad de la labor rural crea vinculación estrecha, afable, amistosa, entre el patrón y sus empleados: a cada uno llama por su nombre, a fondo los conoce en su valer y defectos y todos lo respetan”. El mismo Herrera, que por la vía de un nacionalismo sin claudicaciones practicaba un antimperialismo a prueba de balas, advertía sobre los riesgos de los libertarios peones rurales: “Con deleite se va y se viene alegremente: el caballo estimula la andanza y aviva, posiblemente con exceso, la independencia personal que linda, en ciertos casos, con el abuso de la libertad”.1
Lacalle Pou lo dijo a su manera, entre silencios y miradas circunspectas: “Yo creo que las ocho horas rurales no se adecuan al trabajo rural”. Punto. La furibunda reacción en los sindicatos –algunos de los cuales, como el sunca, incluso pautaron avisos en radio y televisión advirtiendo sobre el retroceso que implicaría una rectificación de la política laboral conquistada durante este gobierno– y en las redes sociales –esas donde ha edificado buena parte de su fulgurante carrera– golpearon a un candidato del que sus más viejos correligionarios siempre sospecharon que aún no tiene el cuero duro. La encargada de recoger la primera piedra fue la dirigente de la Unión de Trabajadores Rurales, María Flores, quien no demoró en calificar como “lamentables” las declaraciones de Lacalle Pou. “Realmente es una ley por la que hemos luchado mucho; nuestros padres, nuestros abuelos trabajaron de sol a sol, queremos algo mejor”, dijo. Y agregó, en declaraciones a Montevideo Portal: “Me surge pensar que de repente le duele porque el padre tiene campo. ¿Qué quiere? ¿Volver a la época retrógrada de ‘acá se hace lo que yo digo’? Me parece que le duele en carne propia”. El tema fue motivo esta semana de un riguroso análisis en el comando de campaña de “LP”, que venía “endulzado” con el viento a favor de las internas y la escasa movilización del oficialismo, explicó un integrante del equipo de campaña a Brecha. Bastó que el fa reordenara sus fuerzas y los sindicatos se pusieran a tiro –razona buena parte de los integrantes del comando nacionalista– para ocasionar lo que algunos dirigentes del pn califican como “un cimbronazo” aunque on the record acusan ser víctimas de las tergiversaciones e interpretaciones quisquillosas propias de las campañas presidenciales.
Salvo cuando se destapa, como en los casos citados arriba, Lacalle Pou enuncia con perfección un discurso de la buena voluntad: todos debemos entendernos, dialogar, llegar a acuerdos, no hostilizarnos ni enojarnos, respetar las instituciones y atender a “la gente”. Elude los temas filosos, difiere para un porvenir aquellas cuestiones que parten a la opinión pública. Practica un pensamiento, el positivo, nunca mejor ilustrado que en la cuenta oficial de Twitter de la lista 400, donde puede leerse: “Una persona convierte sus problemas en retos, nunca en obstáculos. Ser feliz es gratis”. En un clima donde a los políticos se les reclama “gestión”, hasta ahora Lacalle Pou había logrado un milagro: que no se recordaran sus votaciones en el Parlamento, no cargar con la pesada mochila del legado de su padre y que se lo aprobara por su estilo “buena onda”. La imagen pública coincide con la época. Lacalle Pou no plantea problemas sino métodos: habla de que con buena fe y pensamiento positivo las cosas se irán solucionando; repudia la soberbia y realza los valores colectivos, no explica el alcance (y los costos) de sus promesas, se muestra ajeno a las luchas políticas en general. Impuestos, reasignación de recursos públicos, salarios, ingresos, derechos que quedan en un limbo donde las soluciones técnicas proveerán la salida. De eso mejor no hablar: el discurso tecnocrático de la política sustituye por el momento la ausencia de un programa de gobierno que, aseguró Ana Lía Piñeyrúa a Brecha, recién será presentado el 15 de setiembre.
Indiscutible novedad de esta campaña, Lacalle Pou es un hombre de cuna herrerista. Lo arropan el establishment, corporaciones mediáticas, agrupaciones de policías retirados (véase recuadro) y algunas logias, como la de los Tenientes de Artigas, donde su candidatura reúne la aprobación de buena parte de los militares de cuño nacionalista. Como muchos políticos de nuestro país, estudió en los mejores colegios y universidades privadas. Y como muchos altos dirigentes, su apellido está ligado a una dinastía política: la que inició su tatarabuelo, Nicolás Herrera. En ese marco, el verdadero papel de su padre, Luis Alberto Lacalle, es para muchos un misterio. Sus allegados cuentan que su verdadera mentora es su madre, Julia Pou, que Lacalle Herrera “se deshace” por entrar en la campaña, que ahora que se vino la tormenta –siempre coincidente con el tramo final de la batalla electoral– “el viejo” refunfuña por la ausencia de los veteranos de guerra. “No es lo mismo encarar la tormenta así, sin los capitanes que bien o mal tienen experiencia en esto”, cuenta un asiduo visitante a la casa de la calle Murillo a Brecha. Si bien el aparato del Herrerismo aún conserva –sobre todo en el interior del país– como referentes a viejos caudillos que otrora pertenecieron al círculo de influencia más próximo del ex presidente, la mayoría de la nueva camada descarta cualquier incidencia de Lacalle padre en el rumbo de la campaña. Algunas picardías le son intrínsecas: dos por tres levanta el tubo para alinear a algún díscolo, otras veces hace cuentas en servilletas. El día de la interna –esa misma tarde en que Lacalle Pou obtuvo su primera victoria electoral– el ex mandatario ya había preanunciado a sus allegados la victoria de su hijo: “Gana por 30 mil votos”. Le pegó en el palo: el resultado final fue de 222.147 votos contra 185.703 de Jorge Larrañaga. El 25 de agosto se lo vio por primera vez desde el día de las internas –cuando brevemente visitó la vieja casona de la calle Juan Carlos Gómez–, y ese día ocupó la primera fila. Escuchó a Mujica y lo felicitó por su discurso, pero tampoco derrochó simpatía: tampoco se privó de no saludar a algunos ministros de gobierno a los que les cobra algunos “excesos” de perfilismo en la campaña.
Prolija, profesional, bien direccionada, la campaña mediática de Lacalle Pou ha sido muy efectiva. Las alusiones a la inclusión social, la presencia suavizante de Jorge Larrañaga, los eslóganes coloquiales, un elegante alejamiento de la prosapia familiar (el abandono del apellido en pos del flexible “LP”) fueron eslabones de una cadena coherente y, en principio, exitosa. Si la justicia poética no existiera, podría decirse que este otro Lacalle está llamado a ser presidente. Incluso su físico parece sacado de un casting para House of Cards. Cualquier cosa podrá decirse sobre las razones de su génesis, pero en ese terreno el Herrerismo se había venido desempeñando hasta ahora con eficiente cuidado y profesionalidad. Pero no siempre basta el pedigrí y un bolsillo a rebosar para llegar a lo más alto: también las rémoras de los noventa lo siguen persiguiendo. La desregulación de la economía, la apertura al libre movimiento de capitales, la privatización de las empresas públicas y la flexibilización laboral aplicadas sin anestesia durante el último gobierno del pn son antecedentes elocuentes. De ahí que dos simples declaraciones, una sobre los trabajadores rurales y otra sobre la responsabilidad penal empresarial, hayan generado tanto revuelo. Por el lado menos pensado salta la liebre: en esas dos intervenciones se agazapa la ideología, esa cosa de la cual es mejor no hablar si se quiere sostener un discurso “por la positiva”.
1. Luis Alberto de Herrera. La encuesta rural, Montevideo, sin pie de imprenta ni año de edición. “Estudio sobre la condición económica y moral de las clases trabajadoras de la campaña”, aprobado por unanimidad en el Congreso de la Federación Rural reunido en Tacuarembó el 21 de marzo de 1920.