La figura de Raúl Sendic reúne todas las características necesarias para alimentar un morbo funcional a una arena política alicaída y mediatizada. El hijo de una leyenda tupamara, portador de una carga genética que simboliza austeridades y retrotrae a ideales revolucionarios, es el protagonista perfecto. Porque además es un liderazgo que parece haber muerto antes de nacer, y ya se sabe que las audiencias suelen preferir esas historias de rápidos ascensos y estrepitosas caídas. A esta altura, la proyección de Sendic se ha vuelto añicos, ya no le queda en su sector casi ninguno de aquellos cuadros técnicos que acompañaron a la refulgente 711 (una lista que se convirtiera en una revelación en 2014 sin que las pistas quedaran demasiado claras) y, como si algo faltara, se conocieron en las últimas horas deserciones en el núcleo de legisladores más fiel, ese que a menudo ensayaba tímidas defensas en medio de una peripecia ya irremediable.
Esta es la peripecia preferida de la política local. En Brasil, los sobornos repartidos a cambio de beneficios en las gigantescas obras públicas se cuentan por decenas de millones de dólares y el sistema político in totum se ha digerido su propia cola (ambientando el terreno para que aparezca quién sabe qué engendro o el retorno de un progresismo que descuidó sus alianzas, no se animó a tocar un poquito más a esos capitales que siempre ganan, pero por lo menos manifestó mayor preocupación por quienes han quedado en los márgenes del sistema). En Uruguay la comidilla ahora la aportó el estado de cuentas de una “tarjeta corporativa” emitida a nombre de un ente autónomo, una modalidad hasta ahora desconocida para el gran público. Un plástico con un chip que en estos tiempos tiene asegurado un protagónico en el interminable reality. ¿Qué ropa le gusta a Sendic? ¿Por qué diablos fue a Divino a comprar un supuesto regalo empresarial? ¿Por qué elige al restaurante La Corte para llevar a almorzar a una delegación (si es que el almuerzo tuvo ese objetivo, porque el motivo no se sabe) en vez de optar por saludar las bondades de la mostaza legendaria de La Pasiva?
La publicación de Búsqueda elige titular de nuevo con el púgil magullado, obviamente a sabiendas de los circuitos qué sensibilizará. Pero en el artículo (del jueves 8) aparece también un director colorado que, entre otras preferencias, optó por pagar un almuerzo en Rara Avis, uno de los restaurantes con tenedor más exclusivo de Montevideo, y que posteriormente –con cierta solidaridad corporativa– defendió el uso de una tarjeta que, claro, no era privativa de Sendic. El colega solidario fue Juan Justo Amaro, casualmente también hijo de otro político, aunque no tan icónico, que había sido procesado por el reparto de unas bolsas de cemento en sus tiempos de vicepresidente en Ose. Al compararlo con los negociados que hoy en día se comentan en el país norteño el incidente de las tarjetas parece aldeano, pero también es un hecho que hoy el llano le reclama austeridad a los políticos. De hecho, esa es una palabra clave en el discurso de todos los movimientos que vienen asomando su nariz en la Europa de la poscrisis de 2008, más allá de que en América Latina se vivió un proceso inverso, con exportaciones a precios inéditos, derrame y (precisamente) mucha obra pública para concesionar.
Este nuevo capítulo de la novela de Sendic hace emerger una pregunta, a esta altura, casi ingenua. Si existen secretarías y oficinas de relaciones públicas en los entes, que una piensa deberían organizar y prever los gastos de los almuerzos, viajes y demás expensas de directores, ¿por qué es que ellos –y probablemente también los cientos de gerentes de los entes, que suponen una suerte de Estado paralelo– poseen un gasto discrecional para atender delegaciones no sólo en el exterior sino en Uruguay? Cualquier trabajador que no rindiera cuentas por sus viáticos o usara el auto de la empresa para ir a buscar al nene a la escuela estaría expuesto a un sumario.
La perla de la “tarjeta corporativa”, si indigna, debería indignar más allá de Sendic, como los viajes en primera clase o las partidas de “prensa” destinadas a financiar campañas personales de los parlamentarios. Pero Sendic es más fuerte. La persona y su derrotero se imponen a problematizar por qué el perfil de las empresas públicas sigue el modelo de las sociedades anónimas y por qué los integrantes de los directorios se mueven como ejecutivos Vip que disponen de una tarjeta para “imprevistos” (sin que prácticamente se repare en el detalle de que nadie controla si efectivamente es utilizada en imprevistos, a pesar que desde 2005 ese estado de cuentas le debe estar llegando a alguien que podría haber hecho o dicho algo). No se controla, dicen, porque quién va a estar controlando a un ejecutivo de una empresa que factura 12 millones de dólares diarios.
Abrir el juego, o intentar salir de este último episodio, no implica ser complaciente con el resultado de un estado de cuentas que sí debería preocupar bastante más que el de integrante de un directorio –como el de Ancap en el período anterior– o minimizar la mentira respecto a su formación académica. La cuestión es ¿qué esperamos de una empresa pública uruguaya? ¿Qué es lo que se concibe por gestión y en particular, qué es lo que implicaría una gestión de izquierda, que teóricamente no debería guiarse por razones puras de mercado? ¿Qué es una buena inversión, con proyección, con creación de valor agregado, con capacidad para instalar el argumento de que a veces para ganar estratégicamente en el largo plazo algo hay que perder en los primeros balances? Y ahí es donde gana la fibra óptica y donde perdería el cemento, y ni que hablar la gerencia de perfumes. Déficit para qué podría ser la pregunta de fondo y es en las respuestas en las que las dudas en el caso de Ancap sobrepasan a las certezas, pero no sólo en las de Sendic, sino en las del directorio que votó integralmente determinadas decisiones. Claro, el protagonista no ayuda y, como ya se ha dicho, ha quedado absolutamente deslegitimado como interlocutor del sistema. Hoy su voz ha cobrado un tinte espectral, pero todavía rendidor para los titulares que hasta lo inculpan por la venta de partidas de arroz a Irán que terminaron con larvas, cuando allí sólo cumplió un rol poco más que protocolar, en un cargo de vicepresidente que bastante tiene de eso. Mientras tanto, sin que aparezcan por ahí demasiados ceños fruncidos, el río Negro y el río Santa Lucía están contaminados, en la penumbra se discuten los beneficios fiscales para la mayor inversión privada en la historia del país y los lobbies que verdaderamente deciden cómo se hacen buena parte de las leyes deben estar reuniéndose en otras mesas, sin necesidad de tarjetas corporativas, y bastante alejadas de las luminarias.