En “Notas sobre la cuestión meridional” (1926), Antonio Gramsci analizaba las dificultades que el Partido Comunista Italiano, de gran arraigo en el norte industrial, tenía para llegarles a los sectores populares del sur del país. Algo parecido le pasó al Frente Amplio (FA) en las elecciones del domingo: la pérdida de votos se concentró en los sectores populares y en las regiones más pobres. Algunas argumentaciones ensayadas para explicar esta sangría apuntan a errores en la estrategia de campaña y al surgimiento de Cabildo Abierto (CA); otras se refieren, directamente, a la actitud poco razonable de un pueblo desmemoriado. Sin embargo, las razones de la merma en la adhesión pueden pensarse, también, con relación a cuestiones de fondo, ideológicas e identitarias, relativas a la naturaleza del Frente Amplio como movimiento político y a su evolución reciente.
Una
parte del problema del FA es la subestimación y desatención de lo popular en
favor de un cosmopolitismo universalista y modernizador. Para visualizar mejor
este problema, propongo matizar nuestra usual comprensión liberal de la
política en términos izquierda/derecha y complementarla con la oposición nacional-popular
/cosmopolita-liberal, más cercana a una lectura populista. Esta contraposición,
de gran importancia en Latinoamérica, permite explorar otras significaciones de
lo sucedido el domingo pasado.
UNA PERSPECTIVA REGIONAL. Los resultados de las elecciones uruguayas han sido interpretados de diversas formas con relación a los procesos regionales. Algunos dicen que vamos a contrapelo de un supuesto retorno reciente de la izquierda; otros, que nos sumamos a la ola de derecha de los últimos años, contrariando la idea de una posible excepcionalidad uruguaya. Ambas visiones enfocan la región exclusivamente desde una lógica izquierda/derecha. Sin embargo, al quitarnos ese lente, vemos que buena parte de las protestas sociales que se expanden por el continente (en Chile, Ecuador y Colombia, pero también en Venezuela, Nicaragua y Bolivia) son más bien protestas populares de amplios sectores que se sienten desoídos por las elites gobernantes.
En el plano electoral, al abandonar la lógica izquierda/derecha y situarnos en la contraposición popular/cosmopolita, observamos, en los países vecinos, que el núcleo duro del apoyo a las opciones de izquierda se concentra en los sectores populares del interior del país. En Brasil, desde el realineamiento electoral de 2006, el territorio está dividido entre las regiones más pobres del norte, donde siempre gana el PT, y los estados más ricos del sur –encabezados por San Pablo–, donde predomina la derecha. En Argentina, el justicialismo gana gracias a los votos de los sectores populares del interior, principalmente en las provincias del norte, mientras que Macri mantiene su predominio en la ciudad de Buenos Aires y las provincias más ricas (Santa Fe, Córdoba y Mendoza). En Uruguay, acontece exactamente al revés. El Frente Amplio triunfa en la capital y en los departamentos más ricos, pero pierde votos en los más pobres, especialmente en los sectores populares. Y allí está muy claro: quien nos comió el hígado no fue la derecha tradicional (los “partidos oligárquicos”), sino Cabildo Abierto, una suerte de Liga Ruralista del siglo XXI, de carácter populista.
Si lo pensamos únicamente en términos izquierda/derecha, CA es una agrupación de extrema derecha. ¿Y con eso qué hacemos? ¿Cómo explicamos que los votos de izquierda se vayan a la extrema derecha? Hay quien utiliza el argumento tautológico de la alienación y la falsa conciencia, pero la solución no puede ser subestimar al pueblo. Tal vez haya que comprender que una parte de los uruguayos no definen su voto por la pertenencia a la izquierda o a la derecha y que, complementariamente, Cabildo Abierto, además de ser de extrema derecha, tiene la capacidad –que el Frente Amplio ha perdido– de interpelar a sectores populares.
LO POPULAR EN LA IZQUIERDA URUGUAYA. Alberto Methol Ferré decía que el problema de la izquierda uruguaya es que “baja de los barcos”. De allí su perfil urbano, capitalino y cosmopolita, desde la fundación del Partido Socialista y el Partido Comunista. Su posterior crecimiento electoral tiene dos mojones que marcan la ampliación de la base de apoyo a partir de la incorporación de elementos populares. El primero es la fundación del Frente Amplio, cuando Methol, junto con otras personalidades intelectuales y políticas (muchas provenientes del interior del país y de los partidos tradicionales), dotan a la izquierda de un cariz popular, acorde al liderazgo del general Liber Seregni. Alcanza con pensar en el discurso de 1971 y comprender el sentido telúrico y federal de la adopción de la bandera de Otorgués.
El segundo mojón fue la irrupción de José Mujica, con quien se identifican amplios sectores populares, dándole arraigo a la izquierda en todo el país. Aquí los aspectos ideológico e identitario son fundamentales: el Pepe comprende, interpreta e interpela al Uruguay profundo. Parte de esa capacidad responde a que supo rodearse de intelectuales como Renzo Pi Hugarte, Daniel Vidart y el propio Methol, contracara de la intelectualidad cosmopolita y portuaria, hegemónica en la izquierda uruguaya, heredera de Marcha, La ciudad letrada o la nueva Troya de la que hablaba Alejandro Dumas.
Durante
los 15 años de gobierno, en el FA se ha mantenido una tensión entre los
componentes cosmopolita y popular que se resuelve, casi siempre, a favor del
primero. En un extremo, hay un rechazo hacia lo popular, asentado en esa
intelectualidad cosmopolita que reedita la oposición sarmientina civilización
/barbarie para elevarse sobre el pueblo, señalar con el dedo y juzgar. En los
últimos años los ejemplos más obvios (aunque no los más importantes) remiten a
la gestión del actual candidato y su equipo: el rechazo a las jineteadas o a la
virgen en la playa del Buceo (lujo afrancesado que nos damos en pleno auge de
las iglesias neopentecostales de derecha por todo el continente). Tampoco ayuda
una fórmula presidencial absolutamente montevideana, que plantea el gabinete
paritario como principal propuesta del gobierno.
Así, el progresismo acaba confundiendo lo popular con lo conservador, cuando, tal vez, lo que sucede es que los sectores populares se vuelcan a la derecha y asumen posiciones políticas conservadoras cuando perciben que el Frente Amplio desatiende el esfuerzo de articulación que supone llegar hasta ellos. El progresismo genera un discurso que se regocija de cumplir con los lineamientos de Bruselas o Nueva York, pero se muestra autoindulgente frente a las demandas populares por seguridad, educación y lucha contra la corrupción. Así, por ejemplo, en el acto de cierre de campaña se quiso movilizar al pueblo diciendo que Montevideo se parece a Zúrich. Se trata del clásico pensamiento modernizador latinoamericano que “quiere todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, como decía Methol.
EPÍLOGO. Una última pregunta, apretada, apunta a comprender esto en el marco de los procesos globales. Hace 15 años el gran enemigo de la izquierda era Doha, la Tina, el neoliberalismo y el pensamiento único. Hoy es la derecha populista y antiglobalista. ¿Qué sucedió en el medio?