El terremoto de 2010 en Haití significó una devastadora pérdida de vidas, viviendas y medios de subsistencia. Más de 200 mil personas murieron, 1,5 millones quedaron sin hogar y se produjeron daños por más de 7.000 millones de dólares en toda la zona afectada. La enorme destrucción fue respondida con una enorme afluencia de ayuda extranjera. En Estados Unidos, la recaudación de fondos para la crisis alcanzó proporciones sin precedentes, y algunas fuentes estiman que casi la mitad de las familias estadounidenses donaron a los esfuerzos de ayuda.
Sin embargo, gran parte de este dinero no se destinó a alimentar, albergar ni apoyar la recuperación financiera de los haitianos. En su nuevo libro, Aid State: Elite Panic, Disaster Capitalism, and the Battle to Control Haiti (Estado de ayuda: pánico en las élites, capitalismo de desastre y la batalla por controlar Haití), Jake Johnston ofrece una mirada sobre la centenaria historia de la ayuda extranjera en Haití.
—¿Cómo fueron las intervenciones estadounidenses inmediatamente después del terremoto de 2010?
—La respuesta inicial de Estados Unidos y a lo largo del mundo estuvo fuertemente militarizada. La prioridad era neutralizar posibles amenazas a la seguridad nacional: las oleadas de migrantes que salían de Haití e intentaban entrar a Estados Unidos y los 50 mil ciudadanos estadounidenses en peligro que vivían en Haití. Las principales preocupaciones eran limitar esa migración y evacuar a los ciudadanos estadounidenses, lo que requería enviar tantos activos militares como fuera posible a la región. Había grandes portaviones y barcos frente a las costas de Haití y miles de tropas parecían dirigirse hacia allí.
Pero la mayoría de ellas nunca pusieron un pie en el país: permanecieron frente a sus costas. Tan importante como proporcionar algo a la gente que seguía en Haití era impedir que la gente saliera de allí. Aviones en vuelos de baja altitud transmitían en creole: «Si estás pensando en salir del país, no lo hagas. Te enviaremos de regreso enseguida». Ahí es donde iban a parar los recursos estadounidenses.
A pesar de ese enfoque militarizado, lo que ocurrió después del terremoto no fue un estallido de violencia; fue que los haitianos se unieron para ayudarse a sí mismos. Los primeros auxilios no fueron extranjeros. Fueron los haitianos que ayudaban a sus vecinos y a sus comunidades, trayendo alimentos de las comunidades rurales a Puerto Príncipe, por ejemplo. Las intervenciones extranjeras a menudo pueden perturbar esas formaciones locales de ayuda mutua.
—En el libro, se habla de cómo la vulnerabilidad a desastres naturales y los resultados de las respuestas a esos desastres están fuertemente determinados por la política y la historia. ¿Cómo funciona la ayuda extranjera ante desastres naturales y cuáles son sus limitaciones?
—Hay muchas maneras en que la ayuda extranjera puede ingresar a un país. Existe asistencia bilateral oficial: el tipo de dinero que proviene de los gobiernos donantes a través de agencias como la USAID [Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional]. También existe un espacio humanitario más amplio impulsado por donaciones privadas. Por último, están los grandes bancos de desarrollo, como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
La ayuda después del terremoto en gran medida pasó por alto al gobierno haitiano y a las instituciones locales y se destinó a ONG extranjeras (muchas de las cuales no tenían presencia previa en el país) y a empresas de desarrollo estadounidenses. Cuando pensamos en asistencia humanitaria, a menudo pensamos en las ONG, pero la realidad es que la ayuda bilateral está dominada por empresas con fines de lucro. Este tipo de ayuda ha sido tercerizado en las últimas décadas, y las funciones de la USAID son ahora administradas y dirigidas por contratistas privados. Estos fueron los actores más importantes a la hora de recibir financiación del gobierno estadounidense después del terremoto.
Poner dinero en manos locales no solo es eficaz en términos de responder a las necesidades sobre el terreno (porque la gente sobre el terreno es la que sabe lo que se necesita), sino que también estimula la economía local. Si se pasa por alto y se socava a las organizaciones locales, eso tendrá impactos a largo plazo.
La realidad es que la ayuda internacional ya había tenido un enorme impacto en Haití en décadas anteriores. En el momento del terremoto, hasta 80 por ciento de los servicios públicos en Haití estaban en manos privadas: ONG, bancos de desarrollo, empresas privadas, grupos religiosos, etcétera. La tercerización del Estado ya se había producido antes de 2010.
—¿Qué se priorizó en términos de ayuda después del terremoto y por qué?
—La prioridad general era la estabilidad: estabilidad por encima de democracia, estabilidad por encima de desarrollo. Eso se basó en la creencia en que la estabilidad puede conducir a ambas cosas. Pero es necesario preguntarse: ¿estabilidad para quién? No fue estabilidad para el pueblo haitiano. Fue para ciertos actores políticos y económicos.
Esto se manifestó de diferentes maneras. El Parque Industrial Caracol fue un proyecto emblemático de reconstrucción inmediatamente después del terremoto. Atraer a una gran empresa textil extranjera a Haití se convirtió en una prioridad para Estados Unidos y otros miembros de la comunidad internacional. Pero ¿dónde terminó construyéndose el Parque Industrial Caracol? En el norte del país, lejos de la zona real impactada por el terremoto. Este proyecto no fue una entrega directa de ayuda a las personas afectadas.
Este acontecimiento afectó a otros proyectos de ayuda en el futuro. Por ejemplo, hubo un gran programa de vivienda patrocinado por Estados Unidos en Haití después del terremoto, inicialmente diseñado para construir viviendas para las personas desplazadas en Puerto Príncipe y sus alrededores. Pero las únicas casas que realmente se construyeron fueron para albergar a los trabajadores del nuevo parque industrial en el norte del país. Era una prioridad política para Estados Unidos, que contrastaba con las necesidades de la gente en Puerto Príncipe que no podía conseguir techo. Más de un millón de personas habían sido desplazadas y se estaban construyendo casas a horas de distancia, en el norte.
—¿Cómo se ha usado la ayuda para apoyar objetivos militares estadounidenses? ¿Y cómo juega aquí el factor de la inmigración?
—La gran ironía es que nuestras políticas parecen, por un lado, estar muy motivadas por tratar de prevenir la migración y, sin embargo, son ellas mismas las que son abrumadoramente responsables de crear la migración. Los dos períodos de mayor inversión internacional en Haití, la década del 80 y el período inmediatamente posterior al terremoto de 2010, fueron también los dos períodos de mayor migración fuera de Haití. Hay que preguntarse: ¿son estas políticas para prevenir la migración un fracaso total o es que prevenir la migración no es la verdadera motivación de Estados Unidos?
En Haití existe la creencia de que Estados Unidos quiere detener toda migración desde el país. Pero creo que esa idea es un error: la supervivencia del Estado de ayuda, un Estado vacío que protege ciertos intereses, depende de la migración. Haití depende más de las remesas que de la ayuda exterior. Sin la válvula de escape que permite que la gente abandone Haití, no hay manera de que el Estado actual se mantenga. El Estado no puede hacerse cargo de las personas que están ahora en el país y eso hace que decenas o cientos de miles de ellas intenten irse o se vayan cada año. Lo que sucedería si se cerrara esa válvula tampoco redunda en interés de Estados Unidos. El interés de Estados Unidos es evitarse las consecuencias internas de una gran ola migratoria, no la migración en sí.
—¿Cómo influyó el período inmediatamente posterior al terremoto de 2010 en el clima político actual de Haití?
—Tenemos que empezar con el proceso electoral de 2010. Todavía había un millón de personas desplazadas. Estaba bastante claro que la elección iba a ser un desastre: la gente no estaba cerca de sus centros de votación y nadie sabía si iba a poder votar si su tarjeta de identificación se había perdido. Pero Estados Unidos y otros donantes tenían mucho dinero en juego (10.000 millones de dólares prometidos para el esfuerzo de ayuda y reconstrucción) y querían un nuevo gobierno con el que trabajar en Haití.
La votación fue como era de esperar: cerca de 20 por ciento de los votos ni siquiera se contaron, la tasa total de participación fue de alrededor de 20 por ciento y el resultado fue extraordinariamente reñido. Para aclarar la situación, el gobierno haitiano invitó al país a la Organización de los Estados Americanos [OEA]. Sin hacer ningún análisis estadístico, proyección de los votos faltantes o recuento completo de los votos contados, la OEA recomendó cambiar los resultados, sacando de la carrera al sucesor elegido por [el presidente en ejercicio] René García Préval, y colocar a un outsider político, el popular músico Michel Martelly, en la segunda vuelta electoral. Estados Unidos amenazó con suspender la ayuda después del terremoto si el gobierno haitiano no aceptaba estas recomendaciones. Al final, el gobierno haitiano accedió y cambió los resultados de esa elección, llevando a Martelly a la presidencia, en la que permaneció durante los siguientes cinco años.
Hoy Haití se encuentra en una posición en la que hay extrema inseguridad e inestabilidad política. Para descubrir de dónde vino esto, tenemos que mirar hacia 2010 y ese proceso electoral, así como a las personas que se pusieron en el poder para estar a cargo de esos miles de millones de dólares.
—¿Cómo se vincula el asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021 con las condiciones descritas en el libro?
—Grandes sectores en Haití, expertos legales y grupos de derechos humanos argumentaron que el mandato de Moïse llegaba a su fin en 2021. Esta cuestión de cuándo el mandato del presidente de Haití terminaba o no es, obviamente, una cuestión que debían determinar los haitianos. Pero en las primeras semanas de la administración de Joe Biden, un portavoz del Departamento de Estado dijo en una rueda de prensa que Estados Unidos creía que el mandato de Moïse terminaría en 2022, no en 2021.
No se trata solo de esa declaración, sino de lo que esa declaración les marcaba a los actores políticos en Haití. Moïse podría negarse a negociar con el pueblo de Haití, porque el apoyo internacional es tan determinante, o al menos es percibido como tal, que cuando lo tenés, estás capacitado para seguir adelante por tu cuenta y no construir las coaliciones necesarias para una verdadera gobernanza. Seis meses después Moïse fue asesinado en su casa. La decisión de Estados Unidos de que le iba a brindar apoyo incondicional ciertamente contribuyó a las condiciones que lo rodearon cuando fue asesinado.
Han pasado dos años y medio desde ese asesinato y vuelve a ocurrir lo mismo. Ariel Henry fue nombrado primer ministro por Moïse justo antes de su asesinato. Aproximadamente dos semanas después del crimen, la comunidad internacional instó a Henry a formar gobierno. He aquí que a los pocos días era primer ministro, y lo ha sido desde entonces. Pero no hay autoridades electas ni instituciones que les hagan rendir cuentas. Si realmente se quiere apoyar una solución liderada por los haitianos, hay que dejar de decirles cuál es la solución adecuada.
—¿Estas dinámicas se reflejan en la actual crisis política?
—La crisis multifacética que se manifiesta hoy en Haití está directamente relacionada con esta dinámica. En el centro de esto se encuentra un contrato social roto, un Estado que no es representativo del pueblo haitiano y no rinde cuentas ante él. Durante décadas, la intervención extranjera ha ayudado a apuntalar un statu quo inherentemente insostenible. Ahora, el Estado de ayuda está colapsando, lo cual era, por supuesto, inevitable.
En las últimas décadas, la clase política de Haití se ha vuelto más sensible a las potencias extranjeras que al pueblo haitiano, pero la legitimidad impuesta externamente no durará. Lo podemos ver muy claramente con el primer ministro de facto, Ariel Henry, que debía su autoridad a potencias extranjeras. Al apuntalar a ese gobierno, Estados Unidos y otros han empujado a Haití a territorio inexplorado, con consecuencias desastrosas para la población, y han hecho que cualquier resolución sea mucho más difícil de lograr.
No creo que debamos ver el colapso del Estado de ayuda como un problema en sí mismo. Haití tiene la oportunidad de construir algo nuevo, de construir un Estado acorde con los ideales que animaron la fundación de la primera república negra del mundo. En muchos sentidos, la lucha hoy es entre devolver el tren a las vías, por así decirlo, y construir algo nuevo. Y, lamentablemente, aquellos que se han beneficiado del statu quo van a luchar violentamente para proteger su poder.
(Publicado originalmente en Jacobin. Traducción de fragmentos a cargo de Brecha.)