La mayor parte de los analistas desestima la posibilidad de que la tensión en Ucrania desemboque en un conflicto bélico entre potencias. Las bravuconadas de los gobiernos ruso, estadounidense e inglés, potenciadas por la propaganda y la desinformación, al menos en parte responden a la necesidad de recuperar sus menguadas popularidades en sus respectivos países.
Sin embargo, la fricción entre potencias en los límites de sus áreas de influencia es un hecho. La escalada reciente puede llevar a ataques selectivos de Rusia, que busquen debilitar la creciente capacidad militar ucraniana, forzar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a limitar geográficamente su membrecía y despliegue de armas, o incluso independizar o anexar a Rusia la región del Donbás (de mayoría prorrusa), como ha sucedido en las últimas dos décadas con Osetia del Sur y Crimea, respectivamente. A riesgo de parecer prorrusos, presentamos aquí dos aspectos de la situación, generalmente omitidos por la prensa occidental, que intentan dotar de perspectiva histórica la visión del conflicto.
DE MAJNÓ A PRAVYI SEKTOR
El año pasado se cumplieron 100 años de la derrota de Néstor Majnó a manos del Ejército Rojo en Guliaipolé, su aldea natal, ubicada en la zona oriental de Ucrania, a pocos quilómetros de la actual zona de conflicto. Majnó fue un legendario revolucionario anarquista que lideró el Ejército Negro. Esta hueste de campesinos ucranianos, con más de 100 mil milicianos, fue un importante aliado de los bolcheviques durante la guerra civil rusa, expulsando, por ejemplo, al Ejército Blanco prozarista de la península de Crimea, aunque finalmente fue traicionada y perseguida por los comunistas, acusada de insubordinación.
Luego vino la URSS y, con ella, la colectivización forzada, el Holodomor de 1932-1933 (holocausto ucraniano, que dejó entre 3 y 5 millones de muertos) y nuevos ensayos de rusificación de Ucrania, retomando la práctica iniciada por los zares. Paralelamente, la tradición ucraniana de resistencia a la influencia rusa pasó a estar monopolizada por milicias ya no anarquistas, sino de extrema derecha. Este giro se remonta al colaboracionismo ucraniano con la ocupación nazi y asume renovada importancia en el contexto actual.
Un ejemplo de ello es Pravyi Sektor, un minúsculo partido político ultranacionalista, pero con un brazo paramilitar muy activo, que asumió importancia durante las movilizaciones proeuropeas de 2014 que derrocaron al gobierno de entonces, haciéndose con arsenales de la Policía y el Ejército. Ese mismo año, Pravyi Sektor fue responsable de la masacre de Odesa, en la que, tras acosar en la calle a un grupo de militantes prorrusos, incendiaron la Casa de los Sindicatos de esa ciudad, donde estos se habían resguardado. Murieron 42 personas ante la pasividad de la Policía y los bomberos. El episodio recordó, para muchos, la escena de la clásica película soviética Masacre. Ven y mira, en la que los nazis encierran y queman en un granero a los pobladores de una aldea bielorrusa.
Otro ejemplo es el Batallón Azov, una milicia de voluntarios y militares retirados que actuó en la guerra del Donbás contra las milicias prorrusas apoyadas por Moscú y fue oficialmente incorporada a la Guardia Nacional de Ucrania. A pesar de ser un grupo nacionalista eslavo, el escudo y la simbología de esta milicia incluyen runas germánicas que formaron parte de la simbología nazi, como el wolfsangel y el sol negro.
Quienes relativizan que estos grupos sean estrictamente nazis argumentan que dichas evocaciones deben entenderse como parte del antagonismo frente a la identidad rusa, uno de cuyos ejes es el recuerdo de la lucha contra los fascistas en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, quienes se muestran menos comprensivos y ven tras esta simbología una referencia ideológica expresan preocupación sobre el destino de las armas que la OTAN está enviando a Ucrania, dado que el Estado ucraniano ha incorporado a estos grupos paramilitares a su aparato de defensa. Salvando las distancias, desde una perspectiva uruguaya este caso puede recordarnos que aquí un partido de prédica hispanista –que no eslava–, algunos de cuyos militantes también han sabido lucir esta heráldica germánica, ha propuesto de igual modo incorporar a militares retirados al aparato de defensa nacional.
THE KING IS BACK
El año pasado también se cumplieron 100 años de la desaparición de la efímera República Popular de Ucrania (1917-1921). Durante ese breve interregno, tras la caída de los imperios ruso, austrohúngaro y otomano, fue el único momento anterior a 1990 en que Ucrania tuvo vida independiente. Además, este año se cumple el centenario del surgimiento de la Unión Soviética, que, al margen de la retórica socialista, fue además la forma estatal hacia la que mutó el Imperio ruso para sobrevivir como potencia mundial y mantener su área de influencia tras el fin del Concierto Europeo (metamorfosis que le permitió mejor suerte que a sus semejantes austrohúngaro y otomano). Cien años después, se repiten las experiencias de un Estado ucraniano débil y amenazado, y una potencia rusa que muta, renace y consolida su área de influencia.
Las semejanzas entre aquel escenario internacional con el actual (así como con el de las guerras napoleónicas, en una dinámica cíclica sobre la que puede encontrarse mucha literatura) van más allá de Europa del Este. Hoy, y a pesar de que Uruguay vaya en sentido contrario, un pensamiento realista, centrado en el interés nacional, se impone como criterio de decisión política a la racionalidad económica que predominó desde los años ochenta. La cooperación en el plano internacional es abandonada en favor de la competencia y las lógicas de suma cero. La geopolítica está nuevamente de moda.
Rusia aprovecha el momento de debilidad de sus rivales no solo para obtener ganancias para sí, sino también para dividirlos (esto es evidente en el caso de la alianza noratlántica). Y Ucrania nos demuestra algo que en Latinoamérica ya hemos visto con Cuba y Venezuela: por más soberanía popular que se reivindique, para desmarcarse del área de influencia de una potencia es imprescindible el apoyo de otra potencia rival (sin desconocer el riesgo que este juego supone para la paz y la integridad nacional). La tendencia se mantendrá: cada vez más realismo y menos cooperación. Esperemos que los analistas tengan razón y no sea esta la oportunidad en que veamos una lucha entre potencias. Pero, lamentablemente, la tendencia indica que esa circunstancia puede no ser lejana.