Embarcado en la aventura por José Pedro Barrán, Caetano es colaborador del semanario casi desde sus orígenes. Alentado por Hugo Alfaro, por Guillermo Waksman y por el propio Barrán –“que lejos de cargarme con un peso estaban curiosos de mi pensamiento y me impulsaban, aun en la discrepancia, a que pensara con independencia”–, escribió sobre historia en los comienzos del semanario. Su participación en Brecha se orientó después hacia la ciencia política, y con artículos de análisis colabora hasta hoy.
—Por supuesto que muchas veces sentí discrepancias duras con el semanario. Y como tantos otros tuve la tentación de borrarme. En mi caso, además, no puedo ni quiero disciplinarme, y por ello no puedo estar orgánicamente en ningún partido ni en ninguna iglesia, tal vez por defectos personales. No quiero tener que rendir cuentas de lo que pienso o de lo que digo a ningún colectivo. Puede ser un defecto grande, pero soy así. En ese sentido, si bien adhiero y muchas veces impulso cartas grupales, iniciativas, pronunciamientos, no estoy orgánicamente en ningún colectivo. Estuve en su momento en los orígenes de la Vertiente Artiguista. No me arrepiento de haberlo hecho, pero me cuesta imaginarme repitiendo algo así.
Pero, con todos sus líos, Brecha expresa dos definiciones con las que me siento muy hermanado y muy cómodo: primero, se define de izquierda, y yo me considero un tipo de izquierda. Ahora, esa definición el semanario la abre a lo que creo es inherente a la idea: para probar que se es de izquierda hay que discutir de manera constante qué quiere decir ser de izquierda. Se trata para mí de una definición que se construye en el marco de una discusión que no se zanja, que nunca termina. En Brecha eso se expresa en un colectivo muy plural, eso siempre ha sido así. Cada vez que uno la abre hay textos con los que está de acuerdo, que le entusiasman, y hay textos con los que uno no concuerda y hasta rechaza. Esa pluralidad abierta y discutidora es una manera de concebir la izquierda con la que me siento hermanado. Por otro lado, el semanario siempre ha declarado su independencia. Tiene en su Adn, en las herencias que reconoce, y sobre todo en su proyecto, la idea de independencia. A veces será más, otras menos, pero ese tropismo lo tiene. Lo ha probado en momentos clave, en otros momentos tal vez no lo probó del todo.
—¿Podés identificar esos momentos?
—Por ejemplo cuando tuvo que incorporar en sus páginas algunos de los debates sobre Cuba, el socialismo real y el leninismo, la izquierda uruguaya en el gobierno, abrió sus páginas para gente que daba opiniones diferentes y en algunos casos muy fuertes. Ernesto González Bermejo pudo encontrar hospitalidad estas páginas para una definición que era muy dolorosa, pero muy radical. Cuando hubo que pintarle los labios a Lenin, se los pintaron. Y cuando hubo que afirmar independencia en tiempos muy complicados para el semanario, con relación a las opciones de un gobierno de izquierda en el país, se lo hizo. En el error o en el acierto, pero se lo hizo. Yo esto lo valoro muy fuertemente, porque el semanario lo hizo sabiendo muy bien lo que eso podía significar, en términos incluso de viabilidad.
—Pero también hablaste de momentos en los que deberíamos haber marcado más la independencia.
—A Brecha le tocaron históricamente algunos procesos que habría que discutir radicalmente y que la izquierda uruguaya prefirió evitar o eludir. Valen aquí también casi los mismos ejemplos: la caída del socialismo real era un debate donde la izquierda tenía que refundarse. Yo, que nunca fui marxista, sin embargo no podía decir tan sólo “este muerto no me pertenece” y resolver con comodidad el reto. Si soy de izquierda me tengo que hacer cargo de lo que esos procesos significaron para muchos compañeros que no supieron –o no quisieron– asumir el imperativo de rechazar lo que nunca puede ser admisible para una izquierda democrática. En algunos momentos, también en relación con estos procesos, yo le puedo decir a Brecha que no fue lo suficientemente radical en la crítica. No porque no la haya hecho, sino porque tenía que haber ido más hasta el tuétano, “rascar hasta el hueso”, como le gustaba decir a Quijano. En el caso cubano (claro que era más fácil criticar a la Urss) hubiera sido necesario y hasta insoslayable haber discutido más radicalmente. También en lo que se considera hoy izquierda en América Latina. Lo digo por ejemplo con relación a la experiencia chavista en Venezuela. A mí me parecen muy preocupantes los silencios o las adhesiones acríticas que he advertido y advierto sobre estos procesos, porque si la izquierda uruguaya, latinoamericana y mundial, ya tiene la experiencia cercana de lo que significa no criticar una experiencia histórica concreta que se reivindica como de izquierda, si ya sabemos que hubo mucha gente que viajó, que vio, y que luego vino y habló del “sexo de los ángeles”, se debería haber aprendido que esas actitudes prescindentes o cómplices implican una pérdida de legitimidad enorme… Yo he viajado a Venezuela y a Cuba. Yo vi. Yo estudié. No puedo callar lo que pienso. Tal vez no le pueda pedir a alguien que hace política partidaria que sea un francotirador, pero le puedo pedir que no mienta. O que no oculte. O que sea riguroso. Respecto de Venezuela y de Cuba, muy a menudo no se lo ha sido. Suelo tener una amplitud mayor frente a Bolivia. Yo quiero al proceso boliviano y asumo sus contradicciones. Me parece desde todo punto de vista un proceso mucho más genuino, pese a sus errores, que también los tiene. En el caso del chavismo, hay asuntos y perspectivas que me parecen irredimibles. Ni que hablar de Nicaragua y de Daniel Ortega. He estudiado esos procesos pero también los he visto en acción de manera directa. No me lo contaron. Y ser críticos y asumir el reto de debatir con intención de verdad todo lo vinculado a estos procesos, sin balances monocordes o sesgados, señalando lo rescatable pero también lo inadmisible, me parece que son responsabilidades insoslayables para la izquierda uruguaya y latinoamericana. Y me parece que el semanario, si bien ambientó la discusión, tal vez no fue lo suficientemente a fondo en ella.
Respecto del Frente Amplio y su gobierno, creo que el rol de Brecha no es cerrar heridas sino abrirlas, de manera franca y rigurosa.
—¿A qué le llamás abrir heridas?
—Por ejemplo: el Frente Amplio tiene un modelo de organización partidario que no es viable, salvo bajo la pauta de que sea muy inoperante en la cotidianidad. Tiendo a pensar que durante el primer gobierno de Tabaré Vázquez se quería eso. Muchos creían que al Frente se le tenía que poner un dique. Y eso se logró. Algunos creen que eso facilitó al primer gobierno de Vázquez, pero me parece que al Frente Amplio le hizo un daño espantoso.
Hay que discutir en serio en clave ideológica. Incluso –y esto sí es una demanda fuerte a Brecha– la izquierda para discutir de su ideología tiene que incorporar el debate y la interpelación de gente que no es de izquierda. La izquierda ha tendido muchas veces a pensar –equivocadamente para mí– que la condición del debate de la izquierda es que se “cocine en su propia salsa”. Un ejemplo: cuando ocurre la invasión a Checoslovaquia en 1968, Rodney Arismendi, secretario general del Pcu, dice que él no iba a discutir el asunto con Juan Pablo Terra o Zelmar Michelini, porque no eran marxistas y este era un debate que se daba dentro del marxismo. El marco en el que a su juicio había que discutir la invasión era “capitalismo o socialismo”. Por eso sí reconocía como interlocutor de su debate a Vivian Trías, a los socialistas, pero no a quienes no eran marxistas. Fue así que en el congreso partidario Arismendi –a quien siempre le he reconocido otros valores– terminó asumiendo una postura lamentable de adhesión a la invasión diciendo que ello era “una cuestión de identidad”, “el que piense lo contrario que rompa el carné”.
Para debatir hoy sobre qué significa la democracia en América Latina, la izquierda no puede debatir sólo entre ella. Yo he estado estudiando Marcha –y no me gusta tomar el modelo de Marcha para juzgar a Brecha pero a veces es imposible no hacerlo–, y cuando cumple 25 años, en 1964, saca unos suplementos absolutamente extraordinarios. Dedica cinco suplementos a discutir el Uruguay del futuro. Es impresionante. Porque allí, para discutir el Uruguay económico escriben Alejandro Végh Villegas, Nilo Berchesi, Ramón Díaz, Enrique Iglesias, Mario Bucheli, junto a otros analistas más identificados con Quijano y las ideas del semanario. Era la discusión del país del futuro y por eso se imponía el mayor pluralismo. A Brecha eso le ha faltado, y creo que es una condición para ser un semanario de izquierda independiente. Ser hospitalario con gente muy distinta, para generar esa pluralidad que asombra, eso que generaba Marcha. Y eso no era solamente Quijano.
También la ultraizquierda no frenteamplista tiene que tener un espacio. Veo en el país una ausencia de debate exasperante. Creo que el que la izquierda gobierne también tiene sus problemas, que es que muchos espacios de crítica y debate se han cerrado, porque muchos creen que el ejercicio de gobierno impone cerrar los debates. Yo creo que no. Es lógico que dentro del gobierno el debate esté acotado, se tiene que gobernar. Por eso es tan necesario el partido de gobierno como una usina que, sin prescindencia pero con autonomía real, discuta los asuntos. No se lo está haciendo, y eso provoca que esas discusiones que están, pero que no se expresan ni se tramitan bien, finalmente emergen –a veces bien, a veces mal– en otros lados. Por ejemplo en el movimiento sindical. En el Pit-Cnt se están discutiendo ideológica y programáticamente cosas que en el FA no se están discutiendo, o se lo está haciendo mal. Y eso habla bien del movimiento sindical, por lo menos hay espacios de discusión. Faltan esos espacios de discusión política y de debate ideológico en el FA.
—Una manera de practicar esta apertura es tomar un tema y tratarlo a través de columnistas, algunos medios lo hacen. ¿Te parece una forma interesante?
—El debate genuino no es la mera yuxtaposición de monólogos. El debate es tensionar con rigor, incluso tratando que confronten las mejores versiones de unos y otros. Con el reconocimiento de los asuntos que están en debate y acotando bien en qué se está de acuerdo y en qué no. Es importante lograr esas interlocuciones más exigentes, que no se dan a menudo en Uruguay. A veces eso se da en algunas comisiones del Parlamento, pero lo que se ve es el plenario y los debates en serio quedan opacados. Y un medio como Brecha tiene que generar ese tipo de discusiones más profundas y exigentes.
—No deja de ser verdad que algunas puertas dentro de la izquierda, del FA, se nos han cerrado a partir de enojos con artículos, por “tensionar con rigor”. Astori, Tabaré, Gonzalo Fernández…
—En este país, y en la izquierda, ha predominado la filosofía del no debate. A mí me da vergüenza que el último debate entre candidatos presidenciales sea de 1994. La gran responsable es la izquierda. No concibo que un candidato presidencial crea que ganar las elecciones sin aceptar debatir con su contrincante le da una legitimidad ampliada o que, peor aun, si no le conviene no debate. Son argumentos de derecha. Eso debiera ser costosísimo. Como el que se enoja y le niega a un medio de prensa su opinión, también debe pagar costos. Esto parece muy idealista. La política es teoría en acción, como toda experiencia concreta. Cuando pierde la teoría lo que tenemos es accionismo. Para las izquierdas esto es más decisivo que para las derechas. Las derechas se pueden permitir no dar debate, no discutir… Si quiero jerarquizar un debate ciudadano la única manera que tengo es exigir las argumentaciones, y a quien me da un argumento débil lo tengo que bombardear. Esa es la mejor tradición de Brecha: confrontar los argumentos. Dar por bueno un argumento débil es menoscabar al ciudadano. Esto, lejos de ser un enfoque teórico, idealista, tiene que ver con la calificación de la acción más concreta. Lo que veo es una enorme confusión que luego genera grandes déficits en la calidad de la acción. ¿Cómo puede ser que los candidatos del FA se hayan negado a debatir? Para un gobierno de izquierda lo más importante no es ganar elecciones a cualquier costo. Hay que persuadir, construir convicciones, discutir el mapa de poder y perfilar avances que tengan raíces fuertes. En una democracia obviamente siempre va a haber rotación en el gobierno. Y a veces advierto con preocupación que hay visiones que tienen instalado que el FA gobernará para siempre.
—En eso han caído muchos gobiernos de izquierda.
—Por supuesto. A veces me pregunto: muchos gobernantes de izquierda, ¿con quién hablan?, ¿con quién discuten? No quiero sobrecargar la agenda de Brecha. Lo que me digo es que yo ese espacio no lo veo en otros lugares. Y el gobierno del Frente tiene a veces esa contraparte de que hay espacios de debate que se han aflojado. La democracia es tensión. Si querés calificar la democracia la tenés que tensionar. Si querés construir la paz, lejos del pacifismo bobo lo que tenés que hacer es asumir y tramitar bien los conflictos. Porque si los borrás un buen día estallan y de la peor manera, incluso para adentro. En la democracia pasa lo mismo. Si querés democracia la tenés que estar discutiendo permanentemente, porque siempre habrá una nueva necesidad, una nueva demanda legítima, que presuponga nuevas agendas de derechos e instituciones. Y los derechos implican obligaciones también. Y la libertad sólo se forja en la discusión permanente… La misión de la izquierda es justamente promover esa discusión. Entonces, algo que parece inadmisible, que es que el objetivo de un gobierno de izquierda no puede ser otro que “ganar la próxima elección” –me imagino a muchos diciendo “este habla desde la torre de marfil, desde la teoría”–, termina con que un día se descubre que se ganan las elecciones pero con el costo de haber perdido la identidad. Esto pasa tanto en el mundo contemporáneo que la pregunta siguiente debe ser: ¿de qué sirve ganar el gobierno cuando el costo ha sido perder tus señas de identidad?
—¿Eso es valorado hoy? A veces da la sensación de que no muchos se detienen a pensar en esto que decís. Porque hay un deterioro en la calidad de la prensa, pero también en la calidad del lector.
—Tiendo a pensar (son explicaciones probables, no puedo asegurar) que el uruguayo medio es mucho mejor que el espectador televisivo que ha construido esta oferta denigrante que en muchos casos se impone hoy. Tiendo a pensar, aun asumiendo que el lector medio uruguayo se ha deteriorado, que tiene una energía muy superior de la que parecen indicar los bestsellers de hace ya unos años en Uruguay. Y tiendo a pensar que un espacio de medio escrito (todos sabemos que el medio escrito, en esta nueva cultura infocomunicacional, ha bajado estructuralmente sus lectores y hoy compite con otras ofertas que antes no estaban), un semanario como Brecha en su mejor versión, puede construir y encontrar el eco de televidentes, lectores, internautas, distintos, más exigentes. Y lo que hay que hacer es participar del pleito más profundo, no jugar con tácticas de corto plazo y dar un poquito de esto y de lo otro… Esto vale también para los electores. Siempre estarán esos “operadores sabios” que advertirán “mirá que esto es para intelectuales o para elites”. Tomemos un ejemplo: los que dicen hoy “si no te sumás a la baja de la edad de imputabilidad no vas a llegar a la mayoría del país”, cosa que en privado piensan muchos dirigentes de izquierda. Yo no creo eso, y si lo creyera estaría muy preocupado por la condición del ciudadano. Ciudadanía y opinión pública no son lo mismo. La opinión pública es obvio que va a moverse mucho más. Pero no es lo mismo opinar que luego votar en función de una construcción ciudadana. Me irrita la visión marquetinera que supone que para ganar elecciones hay que hacer determinadas cosas inadmisibles en público. Del mismo modo, no creo que para sobrevivir en el mercado de los lectores de prensa Brecha tenga que bajar la calidad. Participar de la disputa sobre los contenidos es central. Y esa batalla cultural se está perdiendo.
Por supuesto que toda opción tiene costos. Lo que hay que hacer es, con los ojos bien abiertos y los cálculos bien hechos, ver dónde están los costos mayores. Y en ese balance poner no sólo una lógica mercantilista sino una lógica de identidad. El objetivo de Brecha no es ganar lectores a cualquier costo. No tengo duda de que estas movidas tienen costos. Ahora, del mismo modo, no tengo dudas de que los costos de hacerlo mejor son siempre menores al costo de hacerlo de cualquier forma, desde esas estrategias adaptativas a lo mediocre.
Brecha padece en parte el deterioro de la condición del ciudadano de izquierda. Hoy, con la izquierda en el gobierno, ese ciudadano puede pensar que la crítica independiente le genera problemas a un gobierno que siente como suyo, y que por eso no debe hacerse. Y eso es un horror. Eso le genera mal al gobierno, daña al país, que es lo más importante, y además implica el costo de la pérdida de identidad. ¿Donde hay violaciones a los derechos humanos vas a fondo cuando la izquierda no está comprometida, pero si la izquierda está comprometida no vas a fondo? Así perdés la legitimidad, y un día te despertás y ya no te reconocés. Si reivindico que la cultura de los derechos humanos es fundamental, eso me tiene que hacer ser extremadamente riguroso con todas las situaciones que la ponen en entredicho, venga de donde venga la violación. Pensar de otra manera implica más temprano que tarde pagar un costo terrible. Como creo que el nivel de la discusión interna, en la ciudadanía frenteamplista y ni que hablar en la dirigencia, se ha debilitado, no cabe duda de que los costos de que Brecha asuma este tipo de iniciativas son grandes. Pero tiendo a pensar que los costos de no asumir estos retos hubieran sido y son mayores. Y hay que advertir que Brecha obviamente carga con un prejuicio. Hay sectores de lectores que creen que Brecha representa visiones de una izquierda arcaica. A menudo ese prejuicio se sostiene desde la no lectura.
—¿Cómo te imaginás la Brecha del futuro?
—Como soy hincha me gustaría imaginarla en la perspectiva de una evolución que, en mi opinión, lleve adelante una hoja de ruta favorable. En ese sentido me la imagino siguiendo en esa brecha de una existencia diferente, sin atajos. Buscando esa manera de instalarse en una concepción de izquierda plural, democrática, abierta a la discusión, bien independiente, incluso preguntándose siempre qué quiere decir ser independiente. Transitando por esa evolución intergeneracional, donde los jóvenes partan desde tradiciones pero superándolas, sin pagar los peajes de volverse viejos para ser aceptados, cambiando al semanario.
Tengo que ser realista y decir que no veo un futuro apacible para Brecha, con un escenario de mercado cautivo o asegurado. Tiene un mercado vulnerable. Si el semanario responde bien a sus tropismos tiene que luchar contra las cautividades, incluso contra las cautividades que pueden favorecerlo a primera vista, lo que no hacen otros medios. Tiendo a pensar que vale la pena apostar incluso a una existencia difícil. Es complicado, porque hay que llegar a fin de mes.
Petit Muñoz decía en 1958 que las grandes transformaciones se hacían con algunos pocos viejos y muchos jóvenes. Me gustaría imaginármela así.
Con mucha responsabilidad me gustaría apostar a la idea de que vale la pena vivir esa vida de riesgo y exigencia y que eso puede ser también un buen negocio. Los economistas dicen que hay que ser optimistas entre otras cosas porque conviene ser optimista. Yo también lo creo.