La necesidad de discurrir en o desde una tradición artística da nombre a esta muestra de Judith Estela Brítez Di Sano (Montevideo, 1975), Percorso madí, que marca uno de los puntos altos de la temporada.1 A mediados del siglo XX, surgió el grupo Madí, liderado por el uruguayo Carmelo Arden Quin y el hungaroargentino Gyula Kosice, seguidos de cerca por Tomás Maldonado, Enio Iommi y los uruguayos Rhod Rothfuss y Rodolfo Uricchio. Otros nombres se fueron sumando y participando ocasionalmente. Los madí partieron de las enseñanzas de Joaquín Torres García, a las que sumaron indagaciones en el constructivismo ruso y el neoplasticismo holandés, y tomaron algunas ideas de la Bauhaus para, con todo ese arsenal, constituirse en uno de los primeros movimientos de vanguardia del Río de la Plata.
Fue un movimiento esencialmente racionalista, que se aleja del neoplatonismo de Torres. Se centró en estudiar el movimiento en las obras plásticas y buscó evadirse de la pintura de caballete con cuadros de bordes irregulares, objetos articulados y materiales nuevos –para la época–, como el plástico y el neón. El movimiento incursionó en todas las disciplinas y campos artísticos con una idea de abstracción y de pura invención. No fueron ajenas a sus experimentaciones la fotografía, la música, la danza, la arquitectura, el diseño gráfico, el teatro y la poesía.
Brítez busca inscribirse en esa tradición madí, bastante ignorada en Uruguay –me parece oír todavía los encendidos reclamos del crítico Nelson Di Maggio–, pero que tiene seguidores en muchas partes del mundo, como se puede apreciar siguiendo las credenciales y los recorridos que exhibe la artista en el catálogo de la muestra. Pero la exposición no se aventura hacia esos vastos dominios transdisciplinarios. Por el contrario, se centra en formas constructivas básicas dentro del campo de la plástica. Hay una idea esencialista en la postura de Brítez. Monocopias y estampas sobreimpresas con ese aire fantasmal de los entintados ligeros que dejan ver a través y generan texturas mínimas, superficiales. En otro sector de la sala, se muestran piezas metálicas cuyas siluetas rectas parecen a punto de encastrarse según un principio de complementariedad básico pero efectivo, por el ritmo que suscitan.
La abstracción recorre todos los materiales: no es la pulcritud y la perfección lo que domina como antaño –los primeros madí se caracterizaron por los acabados impolutos–, ni siquiera la tendencia a lo lúdico, presente también, en cierta medida. Lo que predomina es el poderío de las formas y la presencia de la materia. En ese sentido, destacan los telares en alto lizo montados en soportes casuales –como un trozo de madera del respaldo de una silla–, bastidores toscos en los que se va urdiendo el motivo como si fuera creciendo desde su propia sustancia colorida. Son obras de pequeñas dimensiones que tienen reminiscencias textiles precolombinas, portadoras de una belleza adusta y conmovedora: mitad signos, mitad siluetas que respiran una idea abstracta. En el recorrido de esa búsqueda formal y esencialista se encuentra la expresión plástica propia, el lenguaje de Brítez. Al fin y al cabo, madí or not madí, that is not the question. La cuestión es lo no dicho, lo que aparece sugerido en la búsqueda de una gramática personal.
- Museo Torres García. Curaduría de Marcelo Larrosa.