Kobani es una de las ciudades kurdas de Siria donde las fuerzas kurdas de izquierda habían puesto en práctica un libertario sistema de democracia directa. Está en una región estratégica, cercana a la frontera con Turquía.
“Kobani no es una prioridad de Estados Unidos”, aclaró John Kerry, para disipar las dudas de quienes (incluso los propios kurdos) aún confunden al gobierno de Estados Unidos y sus marines con los hermanos de caridad que se desviven por salvar a los oprimidos del mundo.
La capital del Kurdistán sirio y símbolo del experimento del gobierno izquierdista del Partido de la Unión Democrática (Pud) –próximo al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (Pkk), Kobani y sus consejos populares– está cayendo a pedazos después de varias semanas de resistencia, desde que el 16 de setiembre fuese asediada por los terroristas del Estado Islámico (EI), provocando la muerte de cientos de civiles y la huida de la mayoría de sus 45 mil habitantes.
Sin acceso a alimentos ni atención sanitaria, los kobaníes aterrorizados no recibieron ayuda ni de una inútil Onu ni de los estados que podrían haber recurrido a la doctrina de “responsabilidad de proteger” “R2P”, que le sirvió a la Otan para atacar a Libia. Aquí no es ningún secreto que los mercenarios del EI, que carecen de una sede “presidencial”, un cuartel general, ministerios, cadenas de tele o aeropuertos, reciben avisos y huyen antes del inicio de los bombardeos de la aviación de Estados Unidos.
Las bombas caen sobre las posiciones de la guerrilla kurda, las viviendas o las infraestructuras de la zona (la última, una refinería), para llevar a Siria a la Edad de Piedra, como se hizo con Irak y Libia, dos estados fuertes árabes.
La caída de Kobani (nombre que significa “Unión”, por la alianza de dos tribus kurdas fundadoras de la urbe, que alberga milenarios monumentos asirios y armenios) sería un duro golpe psicológico al movimiento progresista kurdo.
KURDOS DE DERECHA Y DE IZQUIERDA. Es hora de matizar el concepto de “pueblo kurdo” –como grupo étnico de 30 o 40 millones de personas repartidas entre varios países y unidas por un sentimiento de pertenencia y lazos históricos– y tratar a esta población como a cualquier sociedad que sufre una encarnizada lucha de clases, porque pese a los defensores fanáticos del mítico “pueblo kurdo”, buena parte de la tragedia que sufren los kurdos de a pie es responsabilidad de las elites que los guían, a veces hacia el infierno de las batallas suicidas.
Desde la Segunda Guerra Mundial ha habido tres zonas autónomas kurdas: la República de Mahabad, dirigida por los marxistas en Irán en 1946, y que fue aplastada duramente por las tropas del sha; la Región Autónoma Kurda (Rak), instaurada en Irak desde 1991 gracias a la agresión militar de Estados Unidos y sus socios, y gestionada por las fuerzas derechistas y feudales; y la zona autónoma de los kurdos de Siria, creada en 2012 a partir de una jugada estratégica de Bashar al Asad, y liderada por el Pud, que ha instalado un interesante e incipiente sistema político de democracia popular directa (véase informe en Brecha, 26-IX-14).
Quizás la peor parte de esta compleja y dolorosa lucha se la han llevado los kurdos de Irak, que, además de ser perseguidos por los gobiernos del “nacionalismo árabe”, han tenido que soportar, desde hace décadas, las consecuencias de los tejemanejes de las familias Barezani y Talibani, dos clanes dirigentes kurdos que en sus ansias de convertirse en cabeza de ratón, que no cola de león, vendieron su alma a Estados Unidos (mientras éste bombardeaba durante años a los civiles árabes iraquíes), y a las potencias y fuerzas más reaccionarias de la región.
Su última hazaña ha sido aprovechar el avance del EI sobre Irak para hacerse con el control de varias ciudades del norte del país, e incluso utilizarlo de mediador para vender su petróleo a Turquía e Israel, justo cuando las atrocidades que el califato cometía contra las minorías religiosas izadíes y cristianas ocupaban los titulares de la prensa mundial.
Masud Barezani, el presidente millonario de la oligarquía engordada por la renta del petróleo y la ingente ayuda de Occidente, aprovechando esta situación iba a declarar la independencia de la Rak de Irak, pero hoy, con el aumento del conflicto, estará pensando en cómo evitar la destrucción de su feudo.
ERDOGAN DERROTADO. Los disturbios en protesta por la inacción de Ankara ante el avance del EI y la matanza de los kurdos de Siria, que dejaron una treintena de muertos en el sureste de Turquía, amenazan el proceso de paz iniciado entre Tayyeb Erdogan y Abdullah Öcalan, el líder del Pkk, ya que muchos de los líderes kurdos de Turquía son de Siria (además de ser alauíes).
Los manifestantes pedían habilitar un corredor de seguridad hasta Kobani –situada a pocos quilómetros de la frontera turca– y armar a sus combatientes, que luchan contra el Estado Islámico. Eso es pedir peras al olmo: acabar con Kobani ha sido un objetivo de Erdogan. Se ha librado del Pkk en aquella zona sin mancharse las manos de sangre.
Ante las peticiones de “salvar Kobani” del Pud, las condiciones ofrecidas por Ankara no tienen desperdicio:
• Que abandone la idea de autodeterminación y rompa con el Pkk.
• Que se una a la lucha por derrocar a Bashar al Asad.
• Que integre las Unidades de Protección Popular, su brazo armado en el Ejército Libre de Siria.
• Que permita a las tropas turcas gestionar la seguridad de la zona kurda de Siria, controlando las entradas y salidas de las personas (¿o de los militantes del Pkk?). O sea, crear una segunda Gaza.
Obviamente, Erdogan lo que pretende es la abdicación del Pud, destruir al Pkk en Siria y así sacar ventajas en sus negociaciones con la izquierda kurda de Anatolia. ¡Está induciendo al Pkk-Pud al suicidio político! Además, con una mentalidad y actitud así, ¿qué iba a ofrecer al Pkk a cambio de que dejara la lucha armada?
Propuestas estériles para ser rechazadas y para que el mandatario turco pudiese seguir respaldando a su criatura del EI, que al puro estilo de las Yeni Cheri (las “Fuerzas Especiales Otomanas”), arrasan pueblos enteros en su camino.
Ankara también ha ofrecido otras condiciones imposibles para la Otan, a cambio de unirse a la “coalición anti EI”: crear una zona de “amortiguamiento” terrestre y otra de exclusión aérea en el territorio sirio, y eliminar a Asad, lo que significa nada menos que una declaración de guerra a Damasco (¡y a Irán!).
La negativa de la Otan se debe a que en este momento la prioridad de Obama es acabar con el programa nuclear de Irán, y no aumentar la desconfianza de Teherán hacia las verdaderas intenciones de Washington de volver a militarizar Irak. Que Turquía no consiguiera ocupar un sillón como miembro no permanente del Consejo de Seguridad –que le tocó a España, el fiel aliado de Estados Unidos– fue un duro castigo a este socio díscolo de la Otan.
El Pkk se encuentra en un callejón sin salida: si vuelve a las armas perderá el poco apoyo internacional del que goza; si no lo hace, será su fin político.
Los gobernantes turcos que detestan al Partido de los Trabajadores Kurdos mantienen magníficas relaciones con el gobierno derechista de la Ark: el aroma del petróleo y el gas, y encima baratos, disipa cualquier tensión étnica.
IRÁN, PRAGMÁTICO Y AMENAZADO. Teherán, por su parte, mantiene buena y activa amistad con los kurdos de Irak, respalda a los kurdos sirios (por ser enemigos del EI) y, mientras persigue al Partido de Vida Libre del Kurdistán, la rama del Pkk, autoriza, por primera vez en tres décadas, una manifestación kurda en solidaridad con Kobani.
Israel celebra la desintegración de Sudán, Siria, Irak, Libia y Yemen, esperando que este proceso alcance a Irán, país con una veintena de grandes grupos étnicos (azeríes, kurdos, baluches, turcomanos y árabes, entre otros) que viven sin ningún tipo de autonomía político-administrativa, siendo caldo de cultivo de tensiones étnicas. El mismo Israel, que en 1999 contribuyó a la detención del entonces marxista Abdullah Öcalan en Kenia, ahora apoya un Estado kurdo independiente (si es de extrema derecha, mejor).
El mapamundi de la Segunda Guerra Mundial, que empezó a sufrir cambios tras la desintegración de la Unión Soviética, sigue modificándose a golpes de guerras, y en ésta todo el mundo echa leña al fuego, enviando armas a los implicados, sin que alguien proponga un plan de paz que evite la masacre de pueblos enteros.