Como niño de los noventa, pasé mi infancia dando por hecho que Uruguay no jugaba los mundiales. Y que, por eso, no estaba disponible en los videojuegos de fútbol. Una alternativa era jugar con la selección argentina, lo que me hizo despertar una simpatía por las rayas albicelestes. Empecé a mirar fútbol de forma más o menos sistemática en 1999, con el fabuloso Peñarol de Julio Ribas y la extraña Copa América en la que Víctor Púa llevó a Uruguay a la final. En esa copa fue, también, la primera vez que vi a un cuadro dirigido por Marcelo Bielsa: la selección argentina, famosa por los tres penales errados por Martín Palermo contra Colombia.
Aquel incidente bizarro fue mucho menos interesante que lo que ocurrió en la eliminatoria siguiente, previa al mundial de Japón y Corea. Ver jugar a esa Argentina era una experiencia estética que yo, hasta ese momento, no sabía que el fútbol podía ofrecer. La intensidad, la coordinación, la agresividad, la insistencia de esos jugadores -recuerdo especialmente a Ortega y Sorín apareciendo como una tromba por los costados- producía una sensación de estar viendo una mecánica implacable y elegante. De estar viendo algo que está saliendo bien.
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Cierto que a Bielsa las cosas no siempre le salieron bien. El mundial de 2002 fue una gran decepción para aquella Argentina. Sus equipos, de hecho, no suelen ser especialmente afortunados ni arrasar con los títulos, aunque siempre superan las expectativas y causan, insisto, la sensación de que estamos viendo algo especial. Sobre esto, con los años Bielsa desarrolló un discurso que enfatiza las formas de hacer por sobre el exitismo. Discurso que él mismo describe como contracultural.
En Youtube se pueden ver muchas de sus conferencias de prensa, en las que despliega reflexiones éticas y ataques a la canallería mediática. Pero escuchar a Bielsa es, sobre todo, escuchar a alguien que sabe. No por tener boliche, mística o cosas del estilo, sino por estudiar. Por obsesionarse, prestar atención a los detalles, razonar y sacar conclusiones. Bielsa es la Ilustración en el fútbol, cosa no menor en un ambiente que suele aparecer como un reducto del oscurantismo. Aunque el fútbol no tuviera ningún interés, hay algo conmovedor en ver a alguien mostrar, sin vergüenza, su amor al conocimiento. Los nerds del mundo, agradecidos.
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Quizás por oposición a la frivolidad criminal del neoliberalismo menemista, la cultura argentina produjo, en 2000, un conjunto de personajes que ofrecían otra sensibilidad. Podemos mencionar arbitrariamente los divagues cultos de Dolina o el hedonismo desestereotipado de los Babasónicos. O ese desprecio a la plata que muestra Darín en aquella famosa entrevista con Fantino. Algo de eso hay en Bielsa.
No es que estos personajes sean ajenos al éxito o a la plata. Ni que dejen de ser, al final, productos de la cultura de masas, sino que desde allí pudieron ofrecer un ejemplo, una educación sentimental según la cual es posible tomarse el tiempo de contar una historia sobre la antigua China, de hablar de las pasiones o del deseo de una forma tranquila o refinada, de dar razones por las cuales es mejor jugar al fútbol de una forma y no de otra. Todo eso desde una sensibilidad vagamente progresista, en la que la comprensión del otro y la crítica del individualismo salpican ocasionalmente el discurso.
Ciertamente, el horno cultural no está para esos bollos. El producto cultural por excelencia de estos tiempos es un video en el que algún vejiga reacciona ante alguna imbecilidad poniendo caras raras. Pero no hay razón para consolarse con que en otro momento las cosas fueron mejores. Si aquel vago progresismo tuvo algo de contracultural es porque, como ahora, la cultura dominante en 2000 era la misma fealdad neoliberal que en este momento. Salvo que, es cierto, antes era más fácil apagar la tele que ahora el celular.
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Parece que Marcelo Bielsa va a ser el entrenador de la selección uruguaya. Bienvenido. Será un placer ver a su equipo jugar y escuchar sus conferencias de prensa. Como con el maestro Tabárez, la selección irradiará valores como la paciencia o el respeto. Que parecen poco, pero, en una situación cultural tan degradada, hay que valorar. Aprender, con Bielsa, a estudiar, a obsesionarnos, a razonar, a ser implacables, a cultivar coordinaciones aceitadas con los demás y a compartir lo que aprendamos sin vergüenza, puede venirnos bien.