Después de semanas de pánico mediático sobre una supuesta invasión militar rusa a Ucrania, puede que haya alguna posibilidad de que el conflicto se resuelva de forma negociada. El debate público sobre la actual escalada entre Rusia y Occidente en torno a Ucrania, sin embargo, está cargado de ironía. Al menos en lo superficial, se centra en la existencia o no de garantías de que Ucrania se mantendrá fuera de la alianza militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una alianza que no solo está lejos de invitar a Ucrania a ser parte, sino que la mayoría del propio pueblo ucraniano rechaza.
Ucrania no desempeña un mero papel secundario en el intercambio de amenazas y en las negociaciones sobre su destino. No obstante, de una manera típicamente colonialista, los analistas extranjeros homogeneizan al pueblo ucraniano y no reconocen la diversidad política de una nación de más de 40 millones de personas. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, tuiteó recientemente «nada sobre Ucrania sin Ucrania», en contra de la inclinación manifestada por el presidente ruso, Vladimir Putin, de que el ingreso o no de Ucrania a la OTAN sea determinado por un reducido círculo de grandes potencias. Pero el problema no solo estriba en decidir sin Ucrania, sino también en decidir por una población ucraniana muy diversa, como si los ucranianos tuvieran todos la misma opinión sobre las cuestiones críticas que están sobre la mesa.
Contribuye a este engaño estratégico una popular interpretación de la revolución del Euromaidán: en 2014 la gente ucraniana, procedente de diversas regiones que nunca habían confluido en un único Estado moderno hasta la Segunda Guerra Mundial, acabó unificándose realmente en la nación civil inclusiva que nació en la revolución. El pueblo ucraniano tomó su opción civilizacional a favor de la orientación geopolítica occidental y ahora la defiende frente a la agresión rusa, que trata de reincorporar a Ucrania a su esfera de influencia. En esta interpretación, la guerra en el Donbás que siguió en 2014 es presentada, ante todo, como una guerra entre Estados y no como una consecuencia directa del conflicto civil violento que comenzó en los últimos días del Euromaidán, antes de cualquier maniobra militar rusa.
En realidad, el Euromaidán fue una revolución deficiente. No dio lugar a ninguna unidad nacional, pero las elites que se beneficiaron de ella (y sus animadores ideológicos) necesitan alimentar esta ilusión para legitimarse hacia el interior y el exterior mediante una combinación de silenciamiento y represión. Por consiguiente, les interesa tachar las posiciones alternativas sobre el pasado, el presente y el futuro de Ucrania de no ucranianas o incluso de antiucranianas, por mucho que dichas posiciones sean compartidas por una gran parte (sino la mayoría) de la gente ucraniana. Así, la población se ve cada vez más privada de voz en la esfera pública nacional e internacional.
El país no se ha convertido solo en un juguete de las grandes potencias. De una manera especialmente humillante, Ucrania es usada para cubrir intereses imperialistas y presentarlos como si fuesen una misión noble. Las apasionadas referencias a la soberanía de Ucrania parecen ser directamente proporcionales a la dependencia política, económica y militar de su Estado con respecto a potencias extranjeras, una dependencia que ha alcanzado un nivel nunca visto desde el colapso soviético. Reconocer la diversidad de Ucrania y centrar el debate en los intereses de su población es indispensable no solo para desescalar el conflicto en lo inmediato, sino también para alcanzar alguna solución sostenible para el país y para la paz en Europa.
¿QUIEREN LOS UCRANIANOS ENTRAR A LA OTAN?
Rusia reclama garantías inamovibles de que Ucrania y otros Estados miembros de la antigua Unión Soviética no ingresarán en la OTAN y de que la OTAN no usará el territorio de esos países para expandirse militarmente. La respuesta típica de los portavoces y observadores occidentales ha consistido, hasta ahora, en decir que la decisión al respecto corresponde a la OTAN y a Ucrania, no a Rusia. Muchos analistas occidentales están obsesionados con leer la mente de Putin: ¿cómo reaccionará si no le gusta la respuesta a sus ultimátums? Se ven emulados por especulaciones simétricas en el bando contrario sobre si Joe Biden estará dispuesto a cerrar un trato con Rusia. No tantos analistas están interesados en saber qué piensan los y las ucranianas sobre todo esto: ¿quieren realmente que su país entre en la OTAN?
La neutralidad de Ucrania, que descarta el ingreso del país en cualquier bloque militar, está inscrita en los documentos fundacionales del Estado ucraniano moderno: la Declaración de Soberanía (adoptada el 16 de julio de 1990) y la Constitución (28 de junio de 1996). En diciembre de 2007, en vísperas de la infame cumbre de Bucarest, que declaró que Ucrania y Georgia «se convertirán en miembros de la OTAN», menos del 20 por ciento de la ciudadanía ucraniana apoyaba la adhesión a esa alianza, según las mediciones de la Fundación Iniciativas Democráticas. La mayoría de la población ucraniana estaba dividida entre el apoyo a una alianza militar con Rusia o el mantenimiento de la neutralidad al margen de los bloques.
La incorporación a la OTAN permaneció siendo una causa que atraía solo a una pequeña minoría de la sociedad ucraniana hasta los acontecimientos tumultuosos de 2014. A raíz de la anexión de Crimea por parte de Rusia y del comienzo de la guerra en el Donbás, el apoyo al ingreso en la OTAN saltó hasta llegar al entorno del 40 por ciento. Aun así, sigue sin ser la posición adoptada por la mayoría de la población.
Dos cosas contribuyeron a este cambio de la opinión pública. Algunos ucranianos que hasta entonces habían sido escépticos sobre esa posibilidad comenzaron a ver en la pertenencia a la OTAN una manera de protegerse de ulteriores acciones hostiles de Rusia. Pero una razón no menos importante del gran crecimiento del apoyo a la OTAN fue que los sondeos de opinión cesaron por aquel entonces de incluir a la ciudadanía ucraniana prorrusa de los territorios que quedaron por fuera del control del gobierno: Crimea y el Donbás. Millones de ciudadanos ucranianos quedaron en efecto excluidos de la esfera pública.
En el resto de Ucrania, el apoyo a una alianza militar con Rusia ha caído drásticamente desde 2014. No obstante, la mayoría de quienes antes apoyaban a Rusia no pasaron a apoyar a la OTAN, sino que optaron por respaldar la neutralidad. Si se piensa en los siete años de conflicto militar, presentado de manera constante por la propaganda como una guerra contra Rusia, el rechazo o la reticencia a ingresar a la OTAN por una parte muy amplia de la ciudadanía resulta asombroso.
Antes de las elecciones de 2019, el entonces presidente ucraniano, Petró Poroshenko, impulsó cambios constitucionales para colocar al país en la senda de ingreso a la Unión Europea y la OTAN. Esto no le evitó, sin embargo, una severa derrota electoral a manos de su sucesor, Zelensky.
El grado de apoyo a la OTAN en Ucrania varía según la región. Únicamente en las regiones occidentales prevalece una sólida mayoría favorable, mientras que en la región central existe, tal vez, una mayoría relativa a favor de la OTAN. En las regiones oriental y meridional, en cambio, la neutralidad es más popular que el ingreso a la OTAN, pese al hecho de que esta es la parte de Ucrania que probablemente quedaría ocupada en caso de existir una invasión rusa.
La correlación entre el apoyo a la OTAN y las diferentes visiones de la identidad nacional ucraniana hace que esta cuestión resulte especialmente divisiva. Para muchas personas, la OTAN supone una defensa frente a Rusia. Muchas otras piensan que la pertenencia a la OTAN cedería más soberanía ucraniana a Occidente, cosa que, a juicio de muchos, viene ocurriendo desde 2014,1 y al mismo tiempo agravaría las tensiones con Rusia, agudizaría las tensiones internas entre los ucranianos y arrastraría al país a otra de las guerras perpetuas de Estados Unidos.
Hay cierta evidencia de que la acumulación de pertrechos militares por Rusia en la primavera boreal de 2021 podría haber incrementado el apoyo a la OTAN.2 Es bastante probable que los sectores favorables a la alianza atlántica puedan ganar ahora en un eventual referéndum. Pero tales proyecciones son cuestionables a la hora de evaluar las preferencias en materia de estrategias de defensa de la población de Ucrania en general, puesto que comprimen la posibilidades a un sí o un no y excluyen a millones de ucranianos del Donbás y Crimea, que no podrían votar en el eventual referéndum, pero que tienen una firme opinión sobre este tema. Además, no está claro cómo reacciona la opinión pública ucraniana ante el mensaje de Estados Unidos de que está descartado el envío de tropas para combatir contra Rusia en caso de una invasión ni está claro cómo reaccionaría ante cualquier compromiso que se haga durante las negociaciones con Moscú.
Al criticar la exigencia de Putin de que las alianzas de Ucrania sean decididas entre las grandes potencias, no debe caerse tampoco en imponer desde fuera un supuesto deseo popular monolítico de adherirse a la OTAN. Los ucranianos están lejos de tener una opinión unificada en este asunto. Se trata de una cuestión controvertida, que solo podrá resolverse adecuadamente en un proceso político en el que quienes disienten con el gobierno no sean descartados y tachados por defecto de «traidores» o de «marionetas» de la propaganda rusa por mostrarse escépticos con la OTAN.
PARA SALIR DEL ENTUERTO
El segmento opositor puede representar a una gran minoría o a veces incluso a la mayoría de la ciudadanía ucraniana, pero apenas se ha movilizado en comparación con los sectores nacionalista y neoliberal de la sociedad civil. Estos últimos no han hecho más que aumentar la presión a favor de sus programas impopulares sobre una estructura estatal debilitada. Las políticas nacionalistas radicalizantes del gobierno de Poroshenko fueron seguidas, en 2021, por las sanciones y amenazas de Zelensky contra un líder del partido de oposición, poderosos oligarcas y los principales medios de comunicación opositores.
A pesar de las recientes críticas de la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos por las violaciones de derechos humanos en Ucrania, no ha habido ninguna reacción pública significativa por parte de Occidente, a diferencia de lo que ocurre frente a la represión que en Rusia y Bielorrusia se ejerce contra la oposición. Muchos observadores aceptan una explicación securitaria haragana, según la cual la represión de fuerzas supuestamente prorrusas es inevitable o incluso legítima en un país expuesto a una amenaza exterior. Sin embargo, aumentar las limitaciones a la representación política y a la expresión de un amplio segmento de la sociedad ucraniana no hace de Ucrania un país más fuerte, sino uno más débil y dividido.
Los acuerdos de paz de Minsk, que prevén la institucionalización de un estatuto especial para los territorios separatistas del Donbás, podrían ser una parte importante de la solución para Ucrania. Se firmaron tras una serie de derrotas del ejército ucraniano en 2014 y 2015, pero desde entonces apenas se han implementado. Conviene señalar que incluso algunos de sus defensores en Occidente los presentan como un «compromiso desagradable» con los «términos impuestos por Rusia mediante una agresión armada».
Es importante entender los acuerdos de Minsk no como lo que quiere Putin, sino como una vía posible hacia una Ucrania más democrática y pluralista, que reconozca y acepte su propia diversidad política. Los acuerdos son al mismo tiempo el fin y los medios en este proceso. Presuponen la vuelta de la población del Donbás como parte legítima de la nación ucraniana. En su mayoría, esta población tiene opiniones muy distintas sobre la historia antigua y reciente, la política lingüística y las alianzas internacionales a las que tienen los sectores nacionalistas, que hablan en nombre de la sociedad ucraniana toda, pero que no representan su diversidad.
La vuelta de la población del Donbás al marco nacional exigiría un cambio radical del discurso dominante en el país tras el Euromaidán, así como la búsqueda de una definición más inclusiva de la identidad nacional. Al permitir que los millones de ciudadanos ucranianos del Donbás se reincorporen a Ucrania, los acuerdos de Minsk restablecen parte del equilibrio perdido en la política ucraniana. Los acuerdos de Minsk simultáneamente requieren y permiten un diálogo sustancial sobre el futuro del país.
Existen riesgos. Hay una fuerte demanda de paz en la sociedad, pero determinadas cláusulas relativas al estatuto especial del Donbás (como la amnistía para los combatientes o la institucionalización de las unidades armadas separatistas como milicias populares) no gozan de popularidad. Sin embargo, la falta de apoyos mayoritarios nunca ha sido el motivo principal por el que el gobierno ucraniano ha eludido la implementación de los acuerdos de Minsk, del mismo modo que nunca ha sido un obstáculo para la campaña a favor del ingreso a la OTAN ni para las políticas nacionalistas y neoliberales. Es importante recordar que, aunque los acuerdos de Minsk fueran el resultado de derrotas militares, las encuestas indican que la amplia mayoría de la población ucraniana los apoyó cuando se firmaron en 2015. Si ahora mucha gente está decepcionada se debe, ante todo, a los escasos avances y a la falta de efectividad de los esfuerzos por traer la paz a Ucrania, no a que los acuerdos sean inaceptables de principio.
Más importante, en todo caso, fue la amenaza explícita de violencia formulada por las organizaciones nacionalistas y sus manifestaciones anticapitulación. Fueron más bien pequeñas y, de acuerdo al Instituto Internacional de Sociología de Kiev, tan solo el 26 por ciento de la población las apoyó, mientras que el 41 por ciento se expresó claramente en contra. No obstante, sirvieron para bloquear nuevos avances en la implementación de los acuerdos de Minsk tras los éxitos iniciales que habían seguido a la aplastante victoria de Zelensky en las elecciones de 2019.
Lo que está en juego, de todos modos, no es la «capitulación» de Ucrania, sino un proyecto muy concreto de construcción nacional, en el que Rusia desempeña el papel del otro, contra quien los adeptos al proyecto articulan su identidad nacional. El problema de este proyecto es que el intento de asimilar a la fuerza la diversidad cultural y política interna (emulando el modo en que las naciones occidentales modernas se construyeron en el siglo XIX) es incompatible con la visión que mucha gente tiene hoy de la democracia. Igual de incompatible que una política de grandes potencias a la manera de la edad de oro del imperialismo.
Este proyecto de construcción nacional también es difícilmente viable en las condiciones actuales, porque no podrá apoyarse en procesos de modernización paralelos. Hoy ya no es posible repetir el proceso de «volver franceses a los campesinos», al decir del sociólogo Eugen Weber. Es que el Partido Comunista ya hizo esta tarea en Ucrania hace décadas. No es sorpresa que el proyecto anticomunista de creación de una nueva sociedad civil ucraniana no haya conseguido en ningún momento unificar a la nación, a pesar de tres revoluciones en 25 años y de una supuesta amenaza movilizadora proveniente del exterior. Hasta ahora, los intentos de hacer avanzar este proyecto de construcción nacional no han resuelto, sino más bien exacerbado, la profunda crisis postsoviética de representación política.
Sin duda es posible una Ucrania diferente, pluralista, que pueda desarrollarse de una manera más sintética y dialógica como puente soberano entre Europa y Rusia. Para llegar ahí es vital reconocer la diversidad política de Ucrania y establecer condiciones para un diálogo nacional de distintas visiones protegido institucionalmente. Si también resulta necesario para alguien más allá de los ucranianos ya es otra cuestión.
(Publicado originalmente en Truthout. Traducción de Brecha.)
* Volodymyr Ishchenko es doctor en Sociología por la Universidad Nacional Taras Shevchenko de Kiev e investigador asociado de la Universidad Libre de Berlín.
1.En su informe de julio de 2020, la consultora ucraniana Centro de Monitoreo Social recogió el estado de la opinión pública en 24 regiones del país, además de la capital. Según la encuesta, el 66,5 por ciento de la población está de acuerdo en que «Ucrania no es un país verdaderamente independiente». Entre los Estados y organizaciones que, según los encuestados, tienen mayor influencia en los destinos del país, la mayoría señaló al Fondo Monetario Internacional (45 por ciento), seguido por Estados Unidos (40 por ciento) y la Unión Europea (39 por ciento).
2.Según un sondeo de junio de 2021 del Instituto Internacional de Sociología de Kiev, que excluía de su muestra tanto al Donbás como a Crimea, el 48 por ciento de los encuestados dijo que votaría a favor de la adhesión de Ucrania a la OTAN en un eventual referéndum sobre ese tema; un 24 por ciento dijo que lo haría en contra; un 28 por ciento se manifestó indeciso o dijo que no participaría del referéndum.