La nueva exposición del arquitecto y artista plástico Rafael Pali Lorente (Montevideo, 1940) se ocupa de un período oscuro de nuestro «pasado reciente», eufemismo con el que reconocemos a la dictadura cívico-militar uruguaya entre los años 1973 y 1984.* Se trata de una serie de dibujos realizados en 1977 y una pintura en técnicas mixtas que toman por motivo a los juntapapeles: «Montevideo, ciudad barrida por los vientos se convierte en la ciudad atravesada por el temor. Es la ciudad de las sombras y las sospechas, poblada de seres fantasmales, de alegorías, de pesadillas teñidas por el miedo, el terror y la persecución. Los juntapapeles representan una metáfora de la sociedad uruguaya que deambulan sin rumbo y sin esperanza. En ese clima se originan estos dibujos», escribe Lorente en el folleto de la muestra.
Los dibujos a lápiz, tinta china a la pluma o pincel, tanto los originales como las reproducciones ampliadas, transmiten el aire plomizo, el miedo y la pobreza haciendo cuerpo en sujetos que arrastran fardos ante la mirada atenta y persecutoria de los militares, de aquellos que espían y también de los que se muestran amenazantes a ojos vistas. Los juntapapeles, anónimos seres de espalda curva, tienen el mismo aire gesticulante de los prisioneros en los grabados de las Carceri de Piranesi: esos que se agitan pesadamente bajo la descomunal maquinaria de la tortura, de las poleas y las palancas en el espacio quebrado del laberinto. Aquí un terror parecido se apodera del espacio público: «… me seguís por mis calles por mis tangos/ por mis lluvias y mis noches de arena / vigilás mis gaviotas y mi cédula / mi casilla postal y mi resfrío», se lee en un texto de sala, fragmento de un poema de Benedetti. El mismo color del cartón sirve de trasfondo anímico, un color de papel envejecido en una paleta baja que rinde tributo, a la vez, a la escuela torresgarciana por la que Lorente transitó.
La muestra destaca por la buena factura de los dibujos, un correcto montaje y el eficiente aprovechamiento del espacio, en una sala que habitualmente suele presentar demasiados elementos distorsionantes. Aún hoy hay cierta contaminación sonora proveniente de la muestra contigua, aunque, tratándose del Museo de la Memoria y del contexto de los 50 años del golpe de Estado, el ruido no desentona tanto. Una única obra en técnicas mixtas se presenta aparte sobre un caballete de pintura –la elección del caballete no es afortunada–; está constituida por materiales pobres, como arpillera, maderas de cajones y cartón corrugado: la rueda de triciclo en el margen inferior derecho la convierte en una reproducción sintética de un carro de basura. Casi al centro del carro una cruz blanca señala, pegado, el papel de las hojillas marca Job, tan empleado por los presos políticos en la dictadura, ya sea para fumar como para escribir –cerca de allí, en otras salas del museo, se exhiben ejemplos impresionantes de estos librillos–. Job es el personaje bíblico atormentado por los designios divinos, sometido a todo tipo de desgracias y martirios. En esta exposición encarna el destino adverso y el sentir de esos hombres y mujeres inocentes cuyo papel no ha sido ponderado más que por algunos artistas, testigos reflexivos de la historia reciente.
* «Del terror», Museo de la Memoria (MUME).