El viernes pasado, sobre el final de la tarde, el presidente argentino, Javier Milei, protagonizó el lanzamiento de un activo criptográfico de muy baja calidad, de nombre $libra, centrado en su figura.
La bajísima calidad de los activos de este tipo resulta evidente ya desde el propio nombre que los entendidos usan para referirse a ellos: shitcoins o monedas basura.
Aunque algunas horas más tarde, ya pasada la medianoche, el presidente trató de desligarse de ese producto, hoy se sabe sin sombra de dudas que los mensajes que Milei puso en sus redes constituyeron el lanzamiento oficial de $Libra, tres minutos después de que la moneda fuera creada.
Las monedas basura son productos de nicho, consumidos por un reducido grupo de entusiastas del mundo criptográfico. Son activos volátiles: las ganancias pueden llegar a ser extraordinarias, y ello es, precisamente, porque las pérdidas por lo regular suelen ser devastadoras. Lo que pierden muchos lo ganan unos pocos. Al no ser productos controlados, las reglas de esos mercados son variables y con frecuencia toleran asimetrías entre los agentes que operan en ellos. Muchas veces solo ganan los que están por dentro, los que manejan información privilegiada, y todos los demás inversionistas pierden. El asunto puede ser considerado una estafa, o no, dependiendo de lo que se entienda filosóficamente por una estafa y de las leyes de cada país. Todo negocio de altísimo riesgo es prácticamente indistinguible de una estafa, y todos estos negocios son de altísimo riesgo.
La compra de este tipo de activos participa más bien del género de la timba que del de la inversión propiamente dicha.
En pocos minutos, en la noche del mismo viernes, más de 100 millones de dólares de varios miles de inversionistas se concentraron en las manos de unas pocas personas, que vendieron todo lo que tenían cuando el precio estaba alto, y la moneda, aunque no dejó de existir, perdió casi todo su valor.
Carezco de los conocimientos técnicos suficientes como para decir si el asunto fue estrictamente una estafa, tanto si se lo mira desde un punto de vista filosófico como si se lo hace desde uno legal, o si, simplemente, pasó más o menos lo que suele pasar con este tipo de activos.
El involucramiento de Milei en un asunto tan vidrioso es sorprendente de muchas maneras.
Lo primero que llama mucho la atención es que un presidente en ejercicio lance un producto de estas características.
La discusión acerca de si lo lanzó, lo promovió o meramente informó de su existencia no tiene recorrido alguno. La moneda fue patrocinada por Milei. La asociación a su figura contó con una evidente anuencia de su parte. La operación fue pergeñada durante meses, incluso con reuniones en la Casa Rosada, y existe abundantísima evidencia de ello. Milei simplemente mintió cuando dijo que no estaba interiorizado acerca de los detalles del negocio. Pero no solamente mintió al decir que desconocía la naturaleza del activo criptográfico al que le había brindado su patrocinio, sino también al presentarlo como algo que venía a ayudar a captar inversiones para el desarrollo. Y esto no es ya que sea falso: simplemente es una estupidez. Una moneda basura no es un instrumento ni remotamente adecuado para financiar emprendimientos productivos. Sería como pretender que un hacha es un instrumento adecuado para hacer cirugías.
Milei, entonces, lanzó un activo criptográfico de bajísima calidad y lo promocionó como si fuera un mecanismo para atraer inversiones. Un despropósito. Cuando el desconcierto ya reinaba incluso entre los suyos, dijo no conocer mayores detalles de cómo funcionaba el producto, cuando es evidente que sabía con exactitud de qué se trataba.
Es inverosímil que Milei haya hecho todo esto sin haber cobrado un céntimo. Los detalles saldrán a la luz algún día, o quizás no. En su fuero íntimo, no obstante, el presidente argentino debe estar por completo convencido de que no cometió ninguna falta ética. No, al menos, desde su perspectiva filosófica. Lo que el resto del mundo cree que es una estafa, para un anarcocapitalista como Milei es el simple funcionamiento del libre mercado. El presunto estafado es solo alguien que no supo, no pudo o no quiso proteger su inversión. Y el mercado lo condenó.
El negocio se llevó a cabo con las reglas que el negocio tenía. Nadie fue obligado a entrar en él. Nadie fue obligado a comprar, nadie fue obligado a vender. Cada uno decidió libremente cuándo y cuánto comprar, así como cuándo y cuánto vender. Algunos ganaron, muchos perdieron. Pero esas son las reglas del juego.
Ningún mecanismo del Estado argentino fue movilizado, ni un solo peso del erario público fue comprometido. En su cabeza, este fue un negocio entre particulares, con él como uno más de los particulares involucrados. Milei cobró por hacer su parte en el negocio, el negocio se hizo, algunos ganaron, muchos perdieron, pero, de nuevo, este negocio es así.
Nadie robó a nadie. Toda la operación se ejecutó bajo el respeto más irrestricto del principio de no agresión: nadie fue coaccionado. Ganadores y perdedores fueron definidos por el mercado. Algunos ganaron mucho y muchos lo perdieron todo. Así funcionó la cosa.
Todas las pérdidas económicas ocurridas están comprendidas bajo el principio libertario caveat emptor: el comprador asume el riesgo, es el único responsable de comprobar la calidad y la idoneidad de los bienes antes de hacer la compra. Es la idea de que cada uno debe cuidar de su propio culo, para decirlo de una manera poco elegante pero elocuente. ¿Te estafaron? Problema tuyo. Hubieras mirado mejor el negocio en el que te estabas metiendo. ¿Te engañaron con publicidad engañosa? No hubieras sido tan crédulo.
El primer presidente liberal-libertario de la historia no estafó a nadie: simplemente dio una clase magistral a la vista de todo el mundo. Una clase de filosofía anarcocapitalista a escala planetaria.
El mercado es inmisericorde con los débiles. La moneda basura de Milei recompensó a aquellos que supieron jugar con sus reglas y castigó a los que no supieron hacerlo, incluidos aquellos que ni siquiera conocían esas reglas, razón por la que no debieron haber entrado en el juego desde un principio. Haber entrado es absolutamente su responsabilidad y la de nadie más. No importa si entraron porque Milei sacó la cara por ese activo. Nadie le puso un revólver en el pecho a nadie. Nadie fue obligado a hacer nada. Las decisiones de todos los agentes fueron libres. Y las consecuencias que ocasionaron esas decisiones, buenas o malas, fueron todas merecidas.
Esta es la gran clase magistral de filosofía anarcocapitalista que Milei dio al mundo en la noche del viernes pasado. El presidente argentino cobró por esa clase seguramente varios millones de dólares. Porque no hay almuerzos gratis. Pero la cuenta la pagó un privado. El resto del mundo pudo asistir a su lección sin poner un centavo.
Su acción pedagógica es en este caso sin dudas sobrevenida: es el resultado colateral de su intención de hacer un negocio. Uno que, a sus ojos, era perfectamente legítimo. Uno que ya había hecho antes, porque es el tercer activo criptográfico basura que promociona, y las dos veces anteriores había cobrado por sus servicios, como reconoció públicamente.
Milei actuó como debía, según dictan su filosofía y su moral. No debería haber sorpresas al respecto, ya que lleva años predicándolas en todas partes, a la luz del día y a los cuatro vientos.