—Es claro el salto que hay entre Augura y su primer disco, Camacuá, tanto en la música como en las letras.
Eloísa Avoletta —Camacuá fue sin querer. Grabaron un toque y elegimos cuatro temas porque necesitábamos que saliera algo.
Agustina Santomauro —Fue una tarjeta de presentación, algo muy espontáneo.
Julia Somma —Incluso la tapa es una foto que saqué en Chile así nomás.
—¿Y cómo fue el proceso para concebir un disco?
A. S. —Empezamos a componer canciones y ahí surgió la necesidad del disco, de considerarlo como una unidad.
J. S. —Van pintando familias de canciones.
E. A. —En Augura hay tres familias, se pueden agrupar.
—O sea que el disco tiene distintos bloques.
E. A. —Claro, bloques de cuatro: introducción y tres temas, y así sucesivamente.
J. S. —Incluso dejamos silencios entre medio. Hay un espacio extra entre cada bloque.
—La poesía y la música se unen, pero a la vez se sostienen por sí solas. ¿Cómo llevan a cabo este diálogo?
A. S. —A veces hay sólo una melodía, otras un acorde o una percusión, y de ahí vamos fusionando.
E. A. —Las letras generalmente ya vienen con melodía. Alguna vez aparece la melodía y luego baja la letra.
—La escritura ya tendría inscrito lo musical.
E. A. —Claro, no musicalizamos poemas. Las letras vienen directamente para ser canciones.
—¿Qué dificultad se les presenta para que la poesía pueda ir por el mismo lado cuando parten de algo musical?
E. A. —En muchos casos, si bien no sabemos qué va a pasar, sabemos cuál será el ambiente. Manejamos un universo propio. No tenemos que inventar las letras de la nada. La letra de «Festejo» nació en Brasil, con una inundación y las patas bajo agua durante días. De ahí salió: «Festejo en la isla/ La lluvia amaina». La canción ya existía, el ambiente nos llevó a esa letra.
A. S. —También dejamos crecer las canciones. «Festejo» partió de un ritmo de Juli y durante meses era una melodía que no tenía letra. Nos pasó esto y ahí le dimos esa vuelta de tuerca.
—¿Son conscientes de que tienen una serie de palabras y formas de expresarse particulares, que van más allá de la temática de cada tema?
E. A. —Aunque las letras, en general, las escribo yo, hemos generado un vínculo fuerte entre nosotras. Cada una expresa desde su lugar y es como un canal para las otras.
A. S. —Fuimos cultivando un mundito atravesado por lo que nos pasa. Es una magia chiquita, algo surrealista.
—A veces parece que importara más la fonética que el significado.
E. A. —Las palabras aportan al estado que quiere generarse, como si tuviéramos que traerlas para generar algo en las personas. Son como conjuros.
A. S. —En Animales hay algo de lo que no ves, pero lo sentís.
J. S. —Me pasa que ciertas letras me traen recuerdos. Hay pila de elementos que se repiten, como el mar.
—En lo musical, hay un nivel armónico y rítmico mucho más complejo.
A. S. —Las canciones se van complejizando, aunque muchas ya nacen complejas. Me pasa de tocar la guitarra sin pensar en lo que estoy haciendo, se lo quiero pasar a Juli…
J. S. —¡Y yo quedo de cara! Elo y Agus son de venir con cosas que escapan de lo común.
A. S. —En este disco hay una mayor inquietud en lo rítmico.
J. S. —Yo me di cuenta de la importancia del silencio en las canciones. Enfatizamos mucho esos espacios.
—Además hay varias secciones en un mismo tema, cambios drásticos.
J. S. —Nosotras tendemos a enrarecer los temas. Si algo suena muy normal…
A. S. —«Bruma» es la más sencilla a nivel estructural, pero era eso y no pedía más. Sencilla y cortita, pero con sus rarezas.
E. A. —En un momento nos damos cuenta de por dónde va la canción y pasamos a estar al servicio de ella.
—¿Qué es para ustedes «lo normal» y «lo raro»?
J. S. —Con Agus tocábamos en otra banda en la que generamos algo que llega a Animales. Nuestro equilibrio no está en ir juntas sosteniendo algo, sino en ir dialogando. Ahí está la rareza a la que me refería.
A. S. —Cultivamos esa manera de componer, mucha polirritmia, tocar a contratiempo. Es nuestra forma.
E. A. —Si yo armonizara todo el tiempo lo que hace Agus… Al cantar intento ir para el lado contrario al que tendería.
J. S. —«Yo voy con Elo, Agus andá sola…» Van pasando esas cosas.
A. S. —Como si fuera algo espacial. Dos hacen algo en conjunto y otra está en otro lado. Creo que esa es nuestra normalidad en este momento.
—Esa rareza surge espontáneamente.
E. A. —Esa es nuestra normalidad.
—Es llamativo lo bien que tocan. Claramente trascienden el hecho de tocar como algo funcional. Hay un compromiso.
A. S. —Tiene que ver con nuestra formación. Juli y yo empezamos estudiando interpretación y luego empezamos a componer. Entonces qué tocar nace en conjunto con cómo tocarlo. Lo rítmico, lo armónico, lo melódico, intentamos polentearlo desde lo interpretativo.
J. S. —Hay un nivel de profundidad que nos atraviesa. Lo trabajamos, no nos sale de taquito.
A. S. —Yo lo primero que agarré fueron partituras, pero con la idea de que a eso le tenía que dar mi propio vuelo. Eso me marcó.
—La composición y los arreglos nacen de tocar, desde un vínculo profundo con el instrumento.
E. A. —Es la idea de llevar lo simple a su máximo poder. Eso está en los instrumentos que elegimos, en ciertos pasajes que hacemos. Hay una potencia ahí en la que se sienten nuestros recorridos.
—Hay en el disco un discurso feminista, pero es interesante cómo la música y la letra no son un vehículo, sino que ese discurso está en la forma, en la propia estética.
E. A. —La música pasa por nosotras. Inevitablemente va a transmitir feminismo.
J. S. —Nosotros cuidamos mucho el vínculo, compartir lo que nos pasa. Es inevitable que lo vincular se quede en la música. Me ha pasado en otras bandas de ensayar a tal hora, tanto tiempo, y ahí termina. Nosotras podemos dedicar un ensayo entero a charlar.
E. A. —La forma en que creamos se termina imprimiendo en las canciones.
J. S. —Nuestro feminismo trata de darle importancia a la cortita. No va hacia afuera como un panfleto para conseguir un lugar. No estamos pensando en que la música logre algo; la banda es más una necesidad de materializar algo.
E. A. —Las creaciones salen porque no nos queda otra. Desde que somos pibas, crear es algo primordial. También tiene que ver con los lugares donde tocamos, las pequeñas decisiones que tomamos, los cuidados. Desde ahí sale ese feminismo que transmitimos.
—El feminismo trasciende el contenido, es una forma…
A. S. —Es algo orgánico y florece.
E. A. —Esa forma de crear, de darles tiempo a las cosas, poner por delante la amistad, eso nos da un tiempo lento que hace que las canciones tengan una enorme carga, estén atravesadas por nosotras.
—La música y la vida no se separan. Charlar entre ustedes es parte del proceso compositivo.
A. S. —En un momento concientizamos eso y pudimos darle el valor que tiene.
J. S. —Y rompimos eso de ser «productivas». Tal vez hablar media hora entre nosotras, en vez de tocar, tiene más efecto.
—¿Les gustaría que sus vidas se parecieran más a Animales de Poder?
E. A. —Hay un refugio en cómo creamos. Ojalá pudiera ser así en otros ámbitos de la vida. Otro tiempo, nada de eso de «productividad». Pero hay algo diabólico en las canciones, que no deseamos. Es un exorcismo. Es el mundo que atraviesa nuestros cuerpos, que a veces es tétrico.
—¿Qué sienten que se completó en ustedes con Augura?
A. S. —Al hacer música siento como si me tomara un barquito hacia mi interior, y entonces algo saliera y el interior se arreglara un poco. Una curación. Es intenso visitar esos lugares.
J. S. —Es como si fuera un intermediario para generar un vínculo de una con una.
ES —Nosotros lo hacemos desde la introspección. No estamos intentando suplir algo.
J. S. —Es que en la vida no hay espacio para la introspección. Eso es lo que falta y creo que eso es lo que intentamos completar.
Un comentario sobre Augura
Las ninfas del mar
Un disco y un video. Un disco de canciones, pero con un video único, que es bastante interesante. Se trata de una cámara fija en una playa. Al principio es de noche. A cierta distancia hay gente haciendo una fogata. Caminan, van, vienen. También hay un rectángulo, que al principio me sonó al monolito de 2001, pero no: era un espejo, como de ropero, pero sin el habitual ropero alrededor. En algún momento amanece, y ahí uno ve un poco más, como pasa siempre: lo del espejo y que son gente joven. Muchas son mujeres, otros no. Coincide bastante con la ficha técnica, los agradecimientos, esas cosas. Suponemos que son más o menos las mismas personas.
Las canciones están, también, tomadas medio de lejos. No sé bien en qué va, porque, por más que suba el volumen, siguen estando lejos. Creo que es un tema de ecualización general: la sensación es que todo se ha grabado con un micrófono, con los instrumentos de más volumen puestos más lejos, como se hacía en la época de Gardel. Es la tercera vez que escucho el disco y me da mucho trabajo saber de qué hablan las letras. No logro seguirlas. A ver, haré fuerza con una. Pero, caramba, justo es como en portugués: «Tenho uma coisa para te contar». No, pará, espero una en mi lengua materna. Se alternan compases de siete y de ocho, y desembocan en uno de cinco, con una percusión obstinada, que es lo que nos suele pasar cuando usamos compases raros, porque al cerebro le cuesta liberarse del conteo (por algo son raros). Ah, pensé que había terminado, pero después sigue. La percusión, en general, es un poco llenadora: no deja espacios, hace todos los golpes, ¿se entiende? Imaginen que en un vals yo tocara todo el tiempo pum pa pa, pum pa pa, algo así, o un candombe que fuera todo turacatum, caracatú caracatú caraca, y así 180 veces. Un recurso válido para crear cierta atmósfera demencial, tipo «Tomorrow Never Knows» (aunque ahí la célula incluye mucho vacío), pero bien, todo es opcional. Pero si la idea era aportar un poco de swing al entramado de guitarras y voces y flautas, entonces discrepo con su puesta en práctica.
Las canciones están poco definidas interpretativamente, sobre todo en las voces. Cuesta identificar melodías. No hay por qué, pero a mí me gusta poder hacerlo. Por eso acá disfruto cuando entra la flauta. De nuevo, puede ser una opción; las autoras lo sabrán. Me parece que si es una opción, se abusó un poco de ella. Sobre todo, porque si no destacás la letra (porque, por algún motivo, cuesta entenderla, aun en español) ni la melodía, ¿qué queda? Entonces, el disco requiere cierto esfuerzo para encontrar lo que pueda tener escondido. Sin embargo, hay momentos logrados y complejos, como la penúltima parte de «A la encandilada». Me acordé de repente de una crítica que Coriún Aharonián hizo de mi primer disco, décadas atrás. Al final decía que estaría bueno que yo definiera qué desprolijidades eran parte del estilo y cuáles eran desprolijidades, nomás; algo así. Lo cito porque este disco parece hecho para esa misma crítica: está lleno de ese tipo de indefiniciones. Sin embargo, los climas logrados son agradables.
Estuve tratando de ver qué pasa con la interpretación de los textos y encontré un ejemplo que puede servir: en una parte dice (y acentúo como está en la canción): «Como noctílucas que hago bríllar». Es como tratar de descifrar un idioma extranjero en el que no sabés dónde empieza y dónde termina cada palabra. Supongo que esto, unido al plano medio lejano de las voces y a una dicción un poco desganada, es lo que atenta contra la comprensión. Y también que yo esté medio sordo. Eso puede ser, claro. Me gustó mucho la última canción, que termina con un coro bastante armado, reiterativo, con una armonía algo extraña y una letra que creo que habla de un vaivén del que no hay quien le hable, si es que la entendí. Y es así todo el disco: un vaivén en el que nadie te explica nada.
Guillermo Lamolle