Fue una tarde de 2008. “Uruguay país del pensamiento”, era el eslogan con el que ese año se celebraba el día del patrimonio, y el semanario decidió abrir sus puertas. A las apuradas, faltaba más, se organizó toda la movida. La familia Quijano prestó un enorme dibujo de Yenia Dumnova, que había sido colaboradora de Brecha; la familia Alfaro trajo el pasadiscos de Hugo, su agenda con apuntes, una foto de Julio Castro; el Centro Cultural de España prestó unas vitrinas en las que expusimos ejemplares viejos; la puerta del “cuartito” de Waksman quedó clausurada con una lanita que ofició de baranda. Desde afuera podía verse su escritorio tal como estaba antes de morir, unos meses antes.
Fue, para qué negarlo, un éxito inesperado. La gente hizo cola para conocer la redacción. Los periodistas se convirtieron en improvisados guías: “Acá trabajaba Guillermo Waksman”, “En este patio se hacen las asambleas de propietarios, que son los periodistas. Algunas veces se ponen bravas”, “Los titulares de la Srl van rotando, y funcionamos como cooperativa”, “Esta es la cocina. En un tiempo se hacían comidas colectivas, hasta que un chupín de pescado casi mata a varios”, decían los guías de un recorrido que tenía algo de lúdico y mucho de delirante.
Aquella experiencia fue el germen para este trabajo. Algo había en Brecha que llamaba la atención, los visitantes estaban ávidos de saber cómo se construía, número a número, el semanario. Nosotros supimos que valía la pena contarlo. El desafío estaba planteado: construir un relato de un proyecto casi único en el mundo: un medio de comunicación gobernado por sus propios trabajadores, con definiciones explícitas sobre “su lugar” en el mundo. Y aún más, hacerlo al estilo Brecha: no una historia llana, un cuento que nos dejara bien parados, sino un relato que mostrara al semanario en su complejidad, que expusiera las dificultades, las tensiones e incluso las contradicciones y los desacuerdos. Pero también, claro, todo lo bueno que representa este proyecto.
Las entrevistas que tejen esta historia fueron realizadas entre 2011 y 2012. El relato que aquí se presenta está ciertamente inacabado. Algunos entrevistados no figuran, al igual que las experiencias y los aportes de las nuevas generaciones; algunos temas no están, y otros, como la etapa actual en la que formalmente somos una cooperativa, merecen ser profundizados.
Todos los pendientes se saldarán cuando el libro1 –ésa era la idea original– vea la luz. Para cerrar nuestros 30 años de periodismo, bien vale este adelanto.
1. El proyecto cuenta con la colaboración de la fundación Unvertailen, de Alemania.