QUÉ SE ELIGE
El presidente Donald Trump, que se ha apropiado del Partido Republicano y quien en 2016 fue elegido por una minoría del voto popular, busca quedarse en la Casa Blanca hasta 2024. El exvicepresidente y candidato demócrata Joe Biden promete que retornará el país a la sensatez, encarará la pandemia con apoyo de la comunidad científica y sanará el divisionismo que Trump ha fomentado. Pero hay, en esta elección, otros niveles que son igualmente importantes.
En el Senado, los republicanos ocupan 53 curules y los demócratas 45, con dos independientes que casi todo el tiempo votan con los demócratas. Este año hay 33 puestos en el Senado sujetos a elección, de ellos 23 son republicanos y diez son demócratas. El hecho de que en estos últimos cuatro años los republicanos han tenido mayoría en el Senado ha resultado en una casi parálisis del Congreso, donde la Cámara de Representantes, con mayoría demócrata, aprueba proyectos de ley que el Senado ignora o rechaza según plazca a Trump.
Si Biden gana la presidencia y los demócratas alcanzan la mayoría en la Cámara Alta, el Partido Demócrata controlará ambas ramas del gobierno. Es que en la Cámara de Representantes, donde ahora todos los escaños están sujetos a elección, los demócratas ocupan 232 puestos, los republicanos tienen 197 y hay seis vacantes. Todo indica que los demócratas fácilmente conservarán su mayoría y algunas encuestas sugieren que la ampliarán.
Finalmente, están sujetos a elección 11 gobiernos estatales: siete tienen ahora gobernadores republicanos y cuatro son demócratas. En la actualidad 26 estados tienen gobernadores republicanos y 24 tienen demócratas. Un cambio en este balance puede modificar sustancialmente la relación entre los estados y el gobierno federal.
EL RETORNO DE LOS BRUJOS
En febrero, cuando recibió las primeras informaciones acerca de un coronavirus novedoso que causaba estragos en China y recién había llegado a Estados Unidos, Trump dijo en declaraciones grabadas al periodista Bob Woodward que el covid-19 era altamente contagioso y letal, una enfermedad mucho más peligrosa que la gripe común. Pero en público, en encuentros con la prensa y en los mítines ante sus seguidores devotos Trump dijo entonces, y sigue diciendo, que el covid-19 no es cosa tan seria. Dijo en marzo que habría, quizá, 14 personas muertas y que pronto el virus desaparecería, «como un milagro». Trump se ha burlado del asesoramiento científico, ha calificado de «idiotas» a los expertos en enfermedades contagiosas, se ha rehusado a ponerse una máscara y ha incitado a sus seguidores a desecharla.
Y, aun así, hay millones de estadounidenses que concurren, desenmascarados, A los mítines en los cuales Trump divaga, se regodea en ponerles motes ofensivos a sus adversarios y promete que pronto habrá vacunas y tratamientos para el covid-19. Ha dicho que quizá no acepte el resultado de la elección si es que pierde. Sigue afirmando, sin pruebas, que hay fraude en los millones de votos ya depositados vía correo. Ha indicado a los grupos extremistas de derecha que «den un paso atrás y se mantengan listos» para un eventual período turbulento mientras se completa el escrutinio de votos.
Así, la campaña de Trump ha ido sumergiéndose más y más en los insultos personales, la denuncia de ininteligibles casos de corrupción entre sus adversarios, el desdén hacia más de 8 millones de casos y más de 230 mil muertes por covid-19, el aliento insinuado a las milicias blancas… Y todo ello a la sombra del guiso de conspiraciones denominado QAnon.
El 17 de octubre unas 100 personas se congregaron para la conferencia Q Con Live! en Scottsdale, Arizona, y escucharon a uno de los promotores más prominentes de QAnon, Alan Hostetter. De acuerdo con un audio grabado de su discurso, Hostetter, quien sostiene que «los medios» han exagerado la gravedad de la pandemia y que las máscaras forman parte de un intento tiránico para controlar al pueblo, dijo que Estados Unidos está al borde de una guerra civil y que es necesaria la reelección de Trump para impedir que el país se hunda en un conflicto armado.
Los seguidores de QAnon, una especie de secta religiosa online que ha sido declarada por el FBI como una potencial amenaza terrorista, aseguran, sin que se les mueva una ceja, que los líderes demócratas y las estrellas de Hollywood integran todos ellos una secreta red internacional de pederastas adoradores de Satán. El único decidido a desenmascararlos, dicen, es Trump, quien planea un providencial golpe de Estado para enviarlos en masa a la cárcel. Y, aunque la preparación real para tales aventuras armadas es un área en la que medran las milicias derechistas, el presidente Trump se las ha arreglado para no desautorizar a QAnon o distanciarse claramente de ese movimiento.
EL ESCONDIDO
A los 77 años de edad y con una carrera política de 46, el exsenador de Delaware Biden aparece en la casi totalidad de las encuestas con una ventaja de diez puntos porcentuales sobre su rival. La campaña demócrata ha mesurado y dosificado hábilmente la exposición pública del candidato, a sabiendas de que la confrontación personal es el territorio preferido de Trump y donde el presidente acapara la atención con insinuaciones maliciosas, insultos y falsedades.
En lugar de trenzarse en un mano a mano con Trump, Biden ha participado en mítines en los que la audiencia se mantiene a distancia y usa mascarillas, y donde el discurso llama al optimismo, a la unidad nacional y a superar el caos de la era trumpiana. En contraste con el discurso arrebatado de Trump, que no ha ofrecido ideas sobre qué haría en un segundo mandato, Biden ha presentado planes para la reactivación económica, la creación de empleos en la energía alternativa, políticas ambientales y atención a los inmigrantes indocumentados.
Y la campaña, mientras esconde al candidato de los pugilatos verbales con Trump, ha movilizado una miríada de organizaciones no gubernamentales, iglesias, grupos de derechos humanos, coaliciones de mujeres y minorías, sindicatos, empresarios y, sobre todo, prominentes exfuncionarios y políticos republicanos que se han volcado por la candidatura demócrata. Decenas de exfiscales federales y cientos de exfuncionarios militares y de los servicios de seguridad nacional e inteligencia han publicado condenas de Trump y elogios de Biden. Una horda de oposición para la que la campaña republicana no ha hallado respuestas.
ELECCIÓN EN MARCHA
A este viernes, cuatro días antes del Día de la Elección, probablemente más de 80 millones de ciudadanos ya habrán votado, sea depositando su sufragio personalmente o remitiéndolo por correo. Esta modificación de los períodos de votación –causada por las preocupaciones por la pandemia y para evitar la aglomeración de votantes en un solo día– ha tornado ya medio fútiles las campañas y las tretas de último momento: más de la mitad del electorado previsto en 2020 ya ha pronunciado su voto. En un país que el gobierno de Trump ha contribuido a polarizar y radicalizar, cuesta creer que todavía quede un número sustancial de votantes indecisos.
Los indicios del voto anticipado apuntan a una victoria del Partido Demócrata, pero también es posible que millones de simpatizantes del presidente, que desconfían del correo a instancias de su caudillo, salgan a votar el martes 3. Ambas campañas han reclutado verdaderos batallones de abogados en anticipo de los litigios en el escrutinio y la advertencia de Trump de que podría desconocer un resultado adverso estampa en lo que pueda ocurrir después del martes un relieve de incertidumbre y aprensiones.
Para muchos trumpistas, y en particular los contagiados por la irracionalidad de QAnon, esta elección tiene un significado apocalíptico. Para el resto de los estadounidenses es una oportunidad de retornar a cierto grado de moderación, respeto mutuo y un gobierno racional.