Es fácil creer que Fermín recordaba aquellos almacenes y pulperías del Cerro Largo de los años sesenta, porque Fermín recordaba todo: el nombre de sus profesores de liceo, el año en que empezó a trabajar en publicidad, el segundo nombre del ministro de Defensa de 1985, el lugar y la fecha exacta de una exposición y así hasta el infinito. Entonces él lo contaba y nosotros lo veíamos: chiquito, serio, de pantalones cortos y jopo lacio, parado junto a su padre, mirando un almanaque que colgaba de la pared y que tenía dibujada una pulpería, un gaucho, un mostrador de madera y, vaya, vaya, un almanaque con motivo campestre que cuelga de la pared; dándose cuenta, como un rayo, de que aquel dibujo representaba algo muy parecido a lo que lo rodeaba en esos momentos.
Florencio Molina Campos1 era un...
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