Un año sin Fermín - Semanario Brecha

Un año sin Fermín

Entre 2003 y 2007, Fermín Hontou publicó sus dibujos en la sección Punto de Vista, que compartía con Oscar Bonilla y en la que, semana a semana, alternaban dibujos y fotografía. Con su ilustración, Fermín siempre escribía un texto breve; a veces jugaba con textos ajenos y a veces, también, los modificaba y los hacía un poco delirantes y divertidos. A un año de su muerte, y a modo de recuerdo de nuestro compañero, compartimos algunos de esos trabajos con ustedes.

El esqueleto
Hablemos del esqueleto, de mi esqueleto, que es el mejor conozco, y aun así no lo conozco nada, pues el esqueleto es el gran desconocido. «El muerto que seré se asombra de estar vivo», escribió un poeta francés. «Qué vocación de muerto en mi esqueleto», entrevé un poeta español. Si los filósofos nos han hablado desde siempre del alma, los poetas han preferido hablar del cuerpo, y por eso han acertado más.
El alma es la paloma loca que vuela por los ramajes del esqueleto, que va de un palo a otro, perseguida por los metafísicos bujarrones.
Más amo a un árbol que a un hombre, escribió Beethoven. (YO, que no entiendo de música, esta frase es lo único que entiendo de Beethoven.) Más amo a un cuerpo que a un alma. El alma es una diadema que nunca vemos (quizás porque la llevamos en la frente) y el cuerpo es uno mismo, en cambio. Pero parejo al cuerpo hay otro señor, el esqueleto que vive su vida y no está muerto, ni mucho menos. Sé lo que le gusta a mi cuerpo, pero no sé lo que le gusta a mi esqueleto, y querría saberlo para darle gusto de vez en cuando.
¿Es deportista o intelectual, quiere esqueletos de mujer adolescente, le gusta leer o jugar a la gallina ciega? Del cuerpo sabemos poco, pero del esqueleto, como individuo, no sabemos nada.

Texto: Francisco Umbral. Dibujo: Ombú
El niño con orejas de gato
No es fácil ver a un niño con orejas de gato por las calles de Montevideo. Más difícil aun es verlo maullar.
Yo hace años que lo conozco, desde que era un cachorro apenas y se restregaba contra mis piernas buscando una caricia, hasta ahora que ya es casi un gato adulto que busca una gata en celo para calmar sus ansias sexuales de gato macho.
Su lomo se arquea y su cola zigzaguea, trepado a algún muro desde donde el niño gato nos da noticia de su existencia y de la magia que tienen las calles solitarias en este invierno montevideano.
Este niño gato puede cruzarse con ustedes en cualquier momento si caminan despreocupados por las calles desiertas dejando vagar la mirada despreocupadamente. Les llegará esta señal de una suerte o buena fortuna eternas.

Texto y dibujo: Ombú
«De un extremo a otro de la patria»
Hace muchos años, en mi niñez en la ciudad de Melo, una muchacha muy joven nos cuidaba a mis hermanos y a mí, y tenía un novio que venía a visitarla en bicicleta.
Le decían el Pecoso Gadea y corría en la Vuelta Ciclista del Uruguay. Desde aquellas lejanas épocas viene mi fascinación por el ciclismo, esa simbiosis entre hombre y máquina que funciona a tracción a sangre: el hombre es el único motor de la máquina inanimada.
Hoy, 40 años después, trato de enseñarle a mi hijo pequeño a usar la bicicleta, que todavía no domina con destreza, y allá en Atenas, un muchacho de Paysandú se pierde la medalla que casi todo un país esperaba ansioso.
Entre el pasado remoto del Pecoso Gadea contrabandeando garrafas en el norte para parar la olla y de vez en cuando corriendo embalajes en aquella vueltas ciclistas y este presente tecnificado de Milton Wynants y su bicicleta de una sola pieza con la que quedó noveno en la prueba por puntos, yo sigo tratando de que mi hijo de 6 años aprenda a dominar ese caballo de hierro y cadena; la mágica y querida bicicleta que casi todos los que montamos amamos, a pesar de habernos dado más de un porrazo tratando de domarla «de un extremo al otro de la patria».

Texto y dibujo: Ombú
Falta envidia
Hace unos días estaba comiendo un humilde refuerzo de pan con mortadela, a pesar de la crisis reinante. Alguien que conozco pasaba por la puerta de mi casa y me espetó la desusada frase: «¡Andan bien tus cositas, eh!».
El exótico comentario me hizo reflexionar sobre una de las cualidades que más nos está haciendo falta en estos tiempos que vivimos: la envidia.
Lo que nos está faltando es hablar mal de aquellos que vemos sonreír despreocupadamente, sin motivo aparente.
Nos falta desconfiar un poquito más de todo el mundo y atribuirles la totalidad de nuestros males a los gobernantes de turno.
Si vemos a alguien tomando solcito en la rambla con un mate y un par de bizcochos en una jornada laborable, la pregunta de rigor sería: «¿A quién habrá jodido este chanta?», y si nos cruzamos con un tipo que camina del brazo con una mujer muy bella, lo más saludable es interrogarnos: «¡¿Pero qué le habrá visto esa belleza a ese cara de boludo?!».
En estos días sofocantes, cuando el sudor nos acompaña imperecedero por las calles céntricas mientras tratamos de pagar facturas atrasadas, lo más conveniente es dejarnos mojar por las gotas desprendidas de los aparatos de aire acondicionado de las oficinas donde hacen que trabajan esos seres que en ese preciso instante están flotando en alguna alberca, caribeña, disfrutando de su licencia, su salario vacacional, su aguinaldo y un suculento copetín.
Así, mediante este sencillo ritual, iremos regando nuestra envidia hasta hacerla tan insoportable como nuestra sed.
¡Sí, hermana! ¡Sí, hermano! Cuando se cruza el umbral y uno se deja llevar por la envidia desmedida ya nada de lo malo que pueda sucedernos importa y solo hace falta darse un buen baño con el jabón de la descarga, el que pudo comprarlo.
Ni siquiera adquiere importancia no poder volver a saborear un humilde refuerzo de pan con mortadela.

Texto y dibujo: Ombú
Donde se cuenta de la lucha implacable del famoso hidalgo neojubilado con las indomables máquinas automáticas
En un lugar del futuro, de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme, no ha mucho más adelante en el tiempo, vivió un hidalgo caballero neojubilado de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo acostumbrado a correr la liebre.
Una olla o merendero popular con algo más de garrón que de novillo, polenta sin tuco las más de las noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes de fin de mes, alguna paloma de plaza de añadidura los domingos cada cinco meses consumían lo que quedaba de su hacienda.
En esto, descubrió treinta o cuarenta cajeros automáticos que hay en aquella explanada llamada del BPS y así como los vio le dijo a su fiel escudero Sancho desocupado y sin panza:
«La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos desear, allí veo treinta, o pocos más, desaforados cajeros automáticos gigantes, con quienes pienso hacer batalla y quitarles todo lo que tengan, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecernos, que esta es buena guerra y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra».
Diciendo esto, dio espuelas a su caballo Rocinante, gritando en voces altas: «¡No fuyades, cobardes y viles criaturas, pues aunque mováis los brazos mecánicos y se os caiga el sistema me habéis de pagar toda mi jubilación entera y ni un céntimo de menos, que un solo caballero es el que os acomete!».
Y diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea de la ventanilla del BPS, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su Rodelú, con la lanza en ristre, arremetió a todo galope de Rocinante y embistió al primer cajero automático que se puso en su camino y así siguió hasta acabar con todos ellos. Vale.

Texto: Ombú (Perdón, Miguel de Cervantes). Dibujo: Ombú (Perdón, Gustave Doré)
Nafta, gasoil, caña, grapa y Espinillar
Hace muchos años, en la prodigiosa década del 60, los adolescentes se iniciaban en el infaltable rito del sarcasmo oriental, cambiando el texto y el sentido de las siglas de los entes públicos de Uruguay.
Así era que la sigla OSE abreviaba la frase Organizamos Sequías Espantosas, la sigla UTE se transformaba en la todavía vigente Unidos Todos Estafamos, mientras que la sigla de la desaparecida compañía de transporte AMDET (que, si mal no recuerdo, hacía funcionar los troleybuses) pasaba a querer decir Artigas Murió Desesperado Esperando el Tranvía.
La sigla de la Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland, la célebre empresa en vías de extinción llamada comúnmente ANCAP, se transmutaba en la frase: Ahorre Nafta Caminando A Pie.
Hoy, en pleno siglo XXI, la sigla de la broma adolescente cobra más vigencia aun que el significado estatal original.
Los nacidos en esta Banda Oriental del río Uruguay ahorramos nafta caminando a pie (y a veces también ganamos elecciones de a pie) o, si tenemos energía suficiente y algo de espíritu juvenil y aventurero, pedaleando una bicicleta o hasta andando en un par de patines para reforzar los músculos.
Lo que se pregunta quien esto escribe es: ¿cómo haremos para ahorrar, además de nafta, las espirituosas bebidas que nos ayudan a olvidar la falta de trabajo y oportunidades y que todo se vende y se venderá inexorablemente al bajo precio de la necesidad? ¿Acaso el nuevo socio de lo que quede del Estado uruguayo estará dispuesto a invertir en los combustibles que mantienen con vida a los escasos boliches que subsisten en la Banda Oriental? ¿A qué mundo virtual irán a parar la caña con butiá, la grapa con limón y el aristocrático Espinillar? ¿Volverá a regir la ley seca? ¿Sí o no?

Texto y dibujo: Ombú
La noche del dóberman blanco
Una noche cualquiera, una de esas noches en que uno no se aguanta la cabeza, mientras vagaba por varios boliches sin rumbo fijo pude ver en la vereda solitaria la silueta inconfundible del dóberman blanco doblar tras una esquina. Fue como un anuncio de un futuro aciago, pero aún inexistente, donde ya no sería posible ver al dóberman albino ni reconocer la Rambla Sur de noche tratando de alcanzar la sombra propia sobre las baldosas de granito.
Di vueltas tomando algo en cada boliche al que entraba, donde conversaba con alguien conocido si es que lo encontraba, hablando de cosas banales en diálogos ahogados por el ruido de la gente.
A pesar de todos los intentos por distraerme seguía sin poder aguantarme la cabeza.
El dóberman blanco no volvió a asomar el hocico por mi camino de vueltas inciertas, pero quedó registrado en la memoria como un animal a eludir lo más posible mientras se continúa dibujando y contando alguna de esas historias algo absurdas a las que llamamos punto de vista.

Texto y dibujos: Ombú
Baño solo clientes
Últimamente se ha puesto en boga el uso de un cartel en los boliches que advierte que el baño solo puede ser utilizado por clientes del establecimiento.
El cartel choca contra la antigua costumbre impuesta de que los baños de los boliches eran baños públicos y cualquiera que anduviera por la calle los usaba, lo que evidentemente conspiraba contra la limpieza y la pulcritud de los baños de establecimientos públicos. Sin embargo, esta nueva costumbre se torna algo incómoda, pues uno debe preguntar al encargado si puede usar el baño y no siempre recibe una respuesta afirmativa. Algunos sugieren que el uso de los baños esté tarifado según la necesidad fisiológica a cumplir en el recinto, así habría precios distintos para popó, pipí, flatulencias o masturbación según cada caso.
La solución extrema es la de aquel amigo que, superado por la circunstancias y necesitando urgentemente el baño, se acercó a la barra, pidió un café y enfiló hasta el gabinete higiénico desabrochándose rápidamente los pantalones para no sufrir consecuencias peores.
Para no llegar hasta este extremo tragicómico, sería bueno que los baños de los boliches volvieran a ser de uso público, pero, eso sí, con la prolijidad necesaria exigida a los posibles clientes. Que así sea.

Dibujo y texto: Ombú

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