Donald Trump acaba de firmar el acta de defunción del derecho internacional. Reconocer a Jerusalén como la capital de Israel significa dar el último adiós a la tan mentada solución de dos estados, como varios diplomáticos palestinos lo reconocieron. En los casi setenta años que siguieron a la creación de la entidad nacional sionista, ningún gobierno estadounidense se había atrevido a una acción tan temeraria.
El anuncio es sin lugar a dudas un acontecimiento histórico. Pero sólo eso. Parafraseando a Fernand Braudel, se trata apenas de una perturbación superficial, la espuma de la marea histórica. Con su show del miércoles, Trump simplemente certificó algo consumado hace largo tiempo, ya que en Jerusalén la legalidad internacional es vapuleada todos los días con la mayor impunidad. A pes...
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