Desde España se ha reivindicado la tradicional influencia en América Latina como un valor de peso a la hora de promover la cooperación con terceros países. Esa triangulación, no obstante, de uso frecuente en la interlocución con China, acaba de recibir un significativo varapalo. Según se desprende de la nueva política del gigante asiático hacia América Latina y el Caribe, en adelante los proyectos orientados a la región y concertados con países u organizaciones internacionales extrarregionales deberán ser “presentados, consentidos y patrocinados” por los países latinoamericanos y caribeños.
El desplazamiento del vértice de referencia de dicha triangulación, si bien no impide que ésta siga celebrándose, atribuye un reconocimiento privilegiado a la voluntad y decisión de los países de América Latina y el Caribe, supeditándola a su conformidad, lo cual sin duda le confiere una posición de mayor fuerza. Aunque “no apunta contra nadie ni se excluye a ninguna tercera parte”, el énfasis chino en la dimensión bilateral de la relación y su profundización gana consistencia frente a cualquier otra variable complementaria.
Por otra parte, en este documento, el segundo de su tipo desde 2008, China no sólo hace un balance de lo actuado sino que introduce elementos de corrección sustanciales de su política, objeto en estos años de no pocas críticas (concentración en las materias primas, desprecio de los impactos ambientales, consecuencias laborales negativas, objetivos estratégicos oblicuos, etcétera). En este sentido, el modelo de cooperación ahora propuesto sugiere pasar la página del binomio exportación de materias primas-importación de productos elaborados, para integrar más factores a fin de complejizar y ensanchar la relación.
El desarrollo y la soberanía son las dos claves que vertebran la nueva hoja de ruta. China asume compromisos en cuanto al fomento del progreso en asuntos esenciales de la región, como la industrialización, las infraestructuras, el intercambio tecnológico y la cooperación financiera, e incluso la justicia social, el intercambio cultural y humanístico, entre otros. Igualmente, la apuesta por la integración regional dirige su mirada a la Celac, si bien persistirá la vía bilateral como un complemento destacado. La nueva estrategia apunta a un salto cualitativo que rubrica la disposición de China a participar de forma activa en la transformación de la región sumando no sólo oportunidades de desarrollo sino también sellando una alianza para catapultar su proyección política global.
La primacía del enfoque regional sugiere que China considera llegado el momento de atender las demandas trasmitidas fundamentalmente por los gobiernos progresistas de América Latina y el Caribe respecto de un trato adulto y directo, sin más intermediaciones que las libremente consentidas y dando prioridad a los intereses de la región. De todo ello se debiera tomar buena nota. Esa supeditación exige también de España repensar su enfoque trazando una política que tenga en cuenta la nueva realidad, sin esperar a que el simple paso del tiempo confirme el supuesto cambio de ciclo que asoma en la política latinoamericana. Incluso con gobiernos ideológicamente más próximos, las cosas tendrán que cambiar.