El fútbol, el barrio, la rebelión - Semanario Brecha

El fútbol, el barrio, la rebelión

Santiago “Bigote” López tiene en una pared de su coqueta casa de Villa Española un collage que le armó Agustín Lucas, que le dedicó un poema a él y al barrio. López es un referente social de la zona y un referente “político” de la Mutual de Futbolistas. Lucas es jugador de fútbol, pero también escritor. Ambos hablaron con Brecha.

Santiago “Bigote” López y Agustín Lucas en la cancha de Villa Española / Foto Juanjo Castell

Santiago “Bigote” López tiene a Villa Española en la sangre. Al barrio y al club deportivo en el que comenzó a jugar de adolescente y al que ha regresado varias veces y se ha puesto al hombro. Es también un referente social de la zona y un referente “político” de la Mutual de Futbolistas. En los últimos meses, incluso años, se lo ha visto al frente de un montón de iniciativas para “dignificar a los jugadores”, y participando en otras “que nada tienen que ver con el fútbol como deporte pero que en el fondo sí tienen que ver con que acá los futbolistas somos figuras públicas y tenemos una responsabilidad salada”. López intervino activamente, por ejemplo, en la campaña por el No a la Baja, y es un asiduo marchante del silencio los 20 de mayo.

“Uruguay es un país futbolero. Todos hablamos de fútbol, pero a nadie le importa lo que pasa realmente fuera de la cancha, ni siquiera a los jugadores”, dice a Brecha. “El individualismo terrible de esta sociedad hizo que a la mayoría de los futbolistas sólo les importe llegar a como dé lugar, compitiendo unos con otros y aspirando a poder jugar todos los fines de semana para pasar a un grande, y enseguida, en uno o dos años, irse a hacer guita afuera, o irse directamente sin jugar en un grande. Un puñadito lo logra, el resto yuga en medio de un sistema insoportable que les termina comiendo la cabeza y después dejándolos sin nada. Al jugador de fútbol le importa un huevo en general si el de al lado cobra o no, es re egoísta, quiere que todo le caiga de arriba. Y son raras las épocas en que toma conciencia de su poder y de lo que puede hacer si se junta con otros para decirles basta a los dueños del negocio. Algunos momentos de esos hubo en la historia del fútbol uruguayo.”

Ahora mismo puede ser uno de esos momentos.

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Agustín Lucas es jugador de fútbol, pero también escritor (de cuentos, de poesía, de crónicas), y hace las veces de asistente social: trabaja en las cárceles con presos, organizando talleres de rap, de huertas orgánicas –y por supuesto también de fútbol–, siempre con el programa Nada Crece a la Sombra. Dice que tiene vocación política, que le viene “del Adn familiar” (su padre, maestro, estuvo preso ocho años bajo la dictadura), como le viene del Adn familiar, también por línea paterna, la pasión futbolera. Junta todo en un par de frases: “La poesía se revuelca en el barro, en el olor a vestuario, cuando vos lográs meterte en el pozo en el que ya está metido un gurí de 17 años que se pudre en una cárcel, por ejemplo. Cuando te ensuciás las manos, literalmente, raspando una pelota o haciendo una huerta. Vos te vas nutrido de vida, hasta de belleza, por qué no, y de ahí algo sale”.

Agustín Lucas colaboró, junto a su amigo Santiago López, en la campaña del No a la Baja. Y como su bigotudo (en realidad semibarbado) colega y compinche, es parte de ese movimiento que desde abajo está revolucionando a la Mutual de Futbolistas.

RAROS. Al futbolista se lo educa, dice Lucas a Brecha en su casa de La Blanqueada. “Nos educan para ser sumisos. Cuanto menos hablemos, menos pensemos y más juguemos, mejor, la plata gira para donde tiene que girar y todo sigue su curso normal. El jugador entra a menudo en la burbuja, en una dinámica rutinaria de la que le cuesta salir, no sólo porque muchas veces no tiene formación (la mayoría abandona el liceo muy temprano) sino porque no se anima a cuestionar nada. Se ha establecido un sistema en el que todos encuentran acomodo: dirigentes, empresarios, y muchos jugadores. A los que se nos ocurre decir algo (yo escribiendo, Santiago hablando) nos miran como bichos raros, aunque no digamos nada del otro mundo.”

López dice que si tiene ascendencia sobre sus compañeros es porque al mismo tiempo lo ven y no lo ven como sapo de otro pozo. “Por un lado soy el loco que no escucha cumbia, que no manda por Whatsapp fotos de minas en bolas, que les rompe las pelotas a los compañeros hablándoles de pelear juntos por mejorar el salario, por conseguir un seguro. Pero después se dan cuenta de que me rompo todo por el club, y que cuando me tengo que parar de manos por ellos me paro. Vivo haciéndoles la cabeza a mis compañeros. Es más fuerte que yo, porque me dan bronca un montón de cosas y la bronca me motiva.” Cada vez que puede, mete la tuba, dice.

La rareza de Agustín Lucas es todavía mayor, porque escribe, porque tiene estudios terciarios (“de todo: magisterio, psicología social, filosofía, siempre terminé abandonando”). Pero el vestuario lo disfruta. “A muchos pibes el fútbol les salva la cabeza. Sobre todo a los que juegan para zafar, porque de otra manera estarían en el horno. No lo hacen por guita, se sienten parte de algo. Damián Frascarelli, en Peñarol, por ejemplo, al que conozco desde los 15. O Sebastián Fernández, en Nacional. Juegan por ilusiones y eso está bueno.”

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Dice Santiago López que la idea del “Tocan a uno tocamos todos” la propusieron él y Agustín Lucas en la Mutual, y el gremio de jugadores la hizo suya en abril pasado. Cuando comenzaban los partidos los dos equipos entraban a la cancha con pancartas y durante 30 segundos los jugadores se pasaban la pelota unos a otros. “Queríamos dejar en claro que a todos los cuadros nos interesaba lo que pasaba con nuestros colegas. Pusimos un hash-tag en Twitter #sinjugadoresnohayfútbol y salimos con banderas con la leyenda ‘Respeten nuestro laburo. Cumplan con los contratos’. Había habido cantidad de abusos y los futbolistas no habíamos reacionado colectivamente como se debía de haber hecho”, cuenta Lucas a Brecha.

Pocos meses atrás, en octubre de 2015, dos jugadores de Progreso, Mitchell Duarte y Bruno Giordano, se habían negado a aceptar que su club les pagara la mitad de los 16.200 pesos estipulados como salario mínimo para un equipo de la B en el largamente negociado estatuto del futbolista. Los dirigentes habían puesto a todos los jugadores entre la espada y la pared: o admitían cobrar 8 mil pesos (aunque en los papeles se consignaba que recibían el doble), o el club no podía seguir jugando a nivel profesional. Todos entraron en caja. “Había sobre todo en el grupo gurises que no estaban en condiciones de decir que no, porque se les rompían los sueños de un saque”, explica López. Más armados, Mitchell y Giordano se plantaron. Dijeron que no, y fueron despedidos. “Por entonces hubo una indiferencia salada. Los pibes se quedaron sin jugar y Progreso siguió en la divisional. Casi nadie reaccionó. Lo peor es que todos sabíamos que los jugadores de la B cobraban menos del mínimo y nadie hacía nada. Los dos gurises de Progreso fueron los primeros, y quedaron prácticamente solos”, lamenta López.

“Tocan a uno tocamos todos” fue la primera respuesta colectiva. “Quemado” con sus colegas, Bigote se dijo que algo había que hacer para patear el tablero, se juntó con Lucas y con otros futbolistas y acudieron a la Mutual. Después de todo es el sindicato que los jugadores se han dado, y “lo que corresponde es intentar que cambie, que nos represente verdaderamente y nos defienda”. El capitán de Villa Española y el de Miramar Misiones propusieron por entonces que se hicieran reuniones de delegados de los distintos equipos, de la A y de la B, cada 15 días. Los que más asistieron fueron los jugadores de los cuadros chicos. “Los de los grandes, que la están haciendo toda, fueron intermitentemente. Pero por lo menos logramos que hubiera movilización.”

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Lucas cree que la Mutual funciona porque hay tres, cuatro, cinco cabezas que hacen que funcione, pero que debería ser el conjunto de los jugadores o la mayor cantidad posible de ellos los que la hicieran marchar. Si no las cosas quedan a merced de esos cuatro o cinco que se mueven, y no siempre las direcciones en que lo hacen son claras. Tenfield está en todos lados, dice. Hay muchas trenzas en el fútbol, y en todas ellas hay hilos de “la empresa”.

“El papel de Tenfield es muy jodido, porque es cierto que ayuda a muchos jugadores y a algunos clubes, pero los vuelve súper dependientes de sus intereses, y si el futbolista no sabe pararse bien termina perdiendo en toda la línea, jugando para el patrón. La empresa digita todo, los campeonatos, los partidos, quién se va y quién se queda, quién gana y quién pierde.”

Durante mucho tiempo hubo miedo de enfrentarla. Un quiebre se produjo con la entrada en liza de los jugadores de la selección. Santiago López los felicitó. “¿Por qué callarnos y sólo patear la pelota? (…) Siento que dieron el puntapié inicial que nos faltaba. Y creo también que los jugadores uruguayos debemos ser solidarios y brindarles todo nuestro apoyo a este grupo de jugadores que trascendieron sus intereses individuales y hoy se preocupan y comprometen con nuestra realidad local”, escribió en una carta que hizo pública días atrás.

La movida se fue ampliando, y la semana pasada los futbolistas locales plantaron bandera y reivindicaron lo mismo que sus colegas de la selección (véase nota de Betania Núñez en páginas 9 y 10).

POR EL VINO. La primera temporada de Santiago López como jugador fue en Bella Vista, cuando tenía 15 años (hoy tiene 34). “Era una tristeza. Yo iba a entrenar en bici, pero tenía ilusión. A los tres meses me di cuenta de que era imposible. Ganaba 1.200 pesos por mes, y con los aportes me quedaba un poco más de 700. Para el vino y nada más.” Terminó abandonando. Pensaba dedicarse a otra cosa (“a la música, a lo que fuera”), cuando alguien lo convenció de probarse en Villa Española, el club del barrio. Desembarcó en el año 2000 en el plantel de tercera y a los tres meses lo pasaron al de primera. No llegaba a los 18 y ya pintaba para caudillo. Con el “Villa” subió a la A y bajó a la B casi enseguida, como ha sido una constante en la historia del club: no se mantiene más de un año en primera división. “Yo igual me enamoré del Villa y empecé a sobrevivir del fútbol. Pasé de los 1.200 a 3.700 pesos mensuales y fui subiendo.” El primer salto económico lo dio en Wanderers, en 2008, luego de pasar por Rentistas, Tacuarembó y recalar otra vez un añito en casa. Después de Wanderers, el exterior: Defensa y Justicia, de Argentina; Suchitepéquez y Municipal, de Guatemala; con pasajes por Bella Vista y Rentistas. “En Guatemala fue donde hice la famosa diferencia económica, pero nunca me dejó satisfecho. Allá tienen una infra del carajo, aunque parezca insólito para un país tan pobre. En el fútbol les sobra la guita que aquí falta, y les falta la esencia que acá llevamos en la sangre: en Montevideo vas a ver las inferiores de cualquier club, vas a la esquina de tu barrio, a los campitos que quedan –en Villa Española todavía hay en la calle Varela– y los gurises la rompen. En Guatemala parecen nenes de apartamento. No tienen sentido de pertenencia, ni con la selección ni con los propios clubes. Llevan camisetas de Suárez o Messi, nunca de un guatemalteco.”

En Suchitepéquez Bigote vivió unos años en un mismo conjunto de viviendas con otros jugadores uruguayos. Aprovechó para recorrer el país con sus amigos, su pareja y su hija. “Agarrábamos el auto y nos metíamos por donde podíamos. Es un país de paisajes maravillosos y contrastes imponentes, que te chocan: salís de las autopistas ultramodernas y te topás con la miseria más extrema, el racismo, la discriminación.”

Estando en Guatemala, López, su mujer, Natalia, y su hija de 2 años viajaron a Cuba. “Estaba cerca, queríamos conocerla hacía tiempo para verla con nuestros propios ojos. Nos quemó la cabeza. En un momento pensé en quedarme, me mató la relación de los tipos con la guita, me di cuenta allí, o capaz que reafirmé, que no importan los lujos que te imponen, que a veces con poco basta. La educación, la salud, la seguridad, qué sé yo. Te sorprende que los robos sean como de mentira. Hay problemas, claro, no tienen cantidad de cosas, pero te podés desprender de muchas de ellas sin que cambie nada de fondo en tu vida.” Cuba fue un antes y un después. Le quedaba todavía un año de contrato en Guatemala –es decir, plata relativamente fuerte por cobrar–, y entre ese viaje y que la nena estaba creciendo lejos de sus abuelos, Bigote y Natalia decidieron pegar la vuelta a Uruguay. “Me dije: me voy a jugar al Villa. Me había hartado del fútbol por guita y quería volver a hacerlo de corazón.” Y si no se daba, rumbear para otro lado.

Con lo que había ganado se compró una casa y un auto y se instaló otra vez en el barrio, a poca distancia de la sede de Villa Española.

Era 2013 y el club estaba en la C. Como le era imposible vivir de lo que ganaba, Bigote montó una rentadora de autos con su compañero de cuadro Damián Santín. Hoy tienen nueve coches y ambos dependen más de ese comercio que de lo que cobran por su profesión. Lo mismo sucede con otros jugadores del equipo: uno levanta garrafas, otros trabajan en la construcción, otros son deliverys, hay quien modeló, alguno estudia porque es muy joven y vive con sus padres. El sueldo mínimo en la A ya es de todas maneras otra cosa: 32 mil pesos, el doble que en la B. “El Villa los paga puntualmente, aunque otros clubes no. Los futbolistas que siguen apostando al fútbol se la bancan. Es muy triste.”

Apenas desembarcado López –que de pique asumió el capitanazgo–, Villa Española subió a la B. Y luego a la A. Como vienen las cosas es probable que la ley del subibaja se confirme y que en 2017 el club juegue otra vez en el ascenso. Pero para Bigote es casi seguro que poco o nada cambiará.

SEMILLAS. Tiene conciencia Santiago López de que ya no le queda mucho en el fútbol profesional. Pero él ya se imagina un destino ligado al club. Desde que asumió como presidente Fabián Umpiérrez, hace unos tres años, hay un proyecto que pasa por la recuperación de la relación con el barrio. Según Bigote, los resultados están a la vista y se evidencian en que, a diferencia de ocho años atrás, cuando el club fue desafiliado por segunda vez (la primera había sido en 2002, por deudas y por no tener cancha propia, una realidad que también afectaba a otras instituciones que sin embargo no fueron sancionadas, “acaso por su relación con Tenfield”), hoy los chiquilines del barrio se pelean por las camisetas del equipo. “En aquella época habíamos perdido generaciones de hinchas, que pasaron a Peñarol y Nacional. Ahora se arriman a la sede.”

La sede es en sí misma un centro barrial. “Era un gimnasio de boxeo, porque Villa Española nació hace como setenta años como club de box. Allí se entrenaba Alfredo Evangelista, que luego fue campeón en Europa y peleó con Mohamed Alí. Hace poco vino y se sorprendió por la relación que tenemos con el barrio. Él es re hincha de Peñarol, pero le encantó que el Villa estuviera tan ligado al barrio. A la sede le dimos nueva vida, y remodelamos la cancha”, que hoy tiene buenos vestuarios, tribunas más o menos cómodas, un césped verde y bien cuidado. López participó en las obras del estadio Obdulio Varela.

“El primer año que volvimos a la B hicimos el cumpleaños del club en la sede, cosa que nunca había sucedido.” Fue medio guerrero el cumpleaños, no había un mango –cuenta López–, pero estuvo de más porque todo el mundo se copó. “La grabación de un video con la gente de la vuelta hablando movilizó a muchos, y nos dimos cuenta de que lo debíamos explotar más, que un club de fútbol es mucho más que un club de fútbol si sabés trabajarlo, y más aun uno como el nuestro, que funciona como una banda de amigos: te permite llegar a mucha gente, hacerle la cabeza en el buen sentido.”

Del viejo paisaje industrial de Villa Española quedan algunos esqueletos. El más grande es el de Funsa, que ocupa actualmente una parte de las gigantescas instalaciones de la antigua planta de Camino Corrales. Algo menos de 150 ex trabajadores organizados en cooperativa arriendan el predio y gestionan la producción de cubiertas. “Yo viví de niño algo de la época de oro de Funsa, cuando había miles de trabajadores. Quien más quien menos laburaba para la fábrica. Mi viejo no –era carnicero–, pero sí mis tíos y muchos amigos. Este era un barrio salado, obrero y peleador”, recuerda Bigote. Villa Española –el club– está negociando con la cooperativa para que haga publicidad en las camisetas, y el sueño del pibe de la institución –“nuestra utopía”–, es montar su estadio en los enormes terrenos desocupados de Funsa. López afirma que el club quiere “arraigar en el territorio”. Y que está avanzando. “Hay cosas que recuperamos: las caravanas por el barrio cuando ganamos. Es propio de nosotros. Peñarol va a festejar a 18, no al barrio Peñarol.” Él dice tener imágenes de chico de 5 mil personas yendo a ver al cuadro a la cancha. Hoy son mil los que se desplazan sábados o domingos. “Para los tiempos que corren, de televisión y violencia en las canchas, no está mal, pero estamos lejos.”

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A Villa Española se le ha hecho una reputación de barrio violento, pero en realidad no pasa nada, dice Bigote, o pasa menos que en otros lados. “A mí este barrio me encanta. Vas para allá abajo y está la lata, como en todas partes, pero hay muchos más laburantes. Intentamos que los pibes no caigan en eso, y tenemos una banda a la que tratamos de ayudar. Los llevamos a la sede, a la cancha, les damos de comer. Les vamos mostrando el camino, pero no los comandamos. Tratamos de hacer aunque sea el mínimo para que no se pierdan”, dice, y le sale un dejo militante. Algunos quedan en banda. “O el sistema se los lleva y se te van de las manos, o terminan en cana y a veces los matan. Un pibe, el Cabeza, fumaba faso, estaba en la de él. Un día vinieron a la puerta de la sede y lo cagaron a balazos. Fue tremendo. Pero mientras el club exista y mueva al barrio tenemos chances de salvar a unos cuantos. Hay unas 500 personas en torno al Villa”, cuenta López, y se acuerda de cuando días atrás vio a un chiquilín con un tatuaje en el pie con su cara, y piensa en las banderas de la barra con su cara. “Son las cosas que generamos en estos tres años. Como semillas. Me dicen que soy un referente, y bueno, capaz que sí”.

—¿Tenés formación política?

—No. De mi familia nada, son bastante conservadores. Me viene de ver las cosas jodidas y de las ganas de cambiar. De la calle, de los amigos. Y de los Redondos.

DE LA CABEZA. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, la vieja banda roquera argentina, le quemó la cabeza a Bigote López. Él mismo lo dice: “Me quemaron la cabeza, o me la salvaron”.

Santiago conoció a los Redondos por un disco que le regaló un amigo. “Al Bang Bang lo escuché como 77 mil veces. Tremendo. Para mí fue imponente oír a un tipo, el Indio Solari, cantando y contando historias que reflejaban a tal punto mi vida y lo que sentía, siendo él mucho más viejo que yo. Pero me enloquecí por los Redondos luego de que fui por primera vez a uno de sus recitales en Argentina. Yo le estaba dando vuelta a tantas cosas…” Bigote tenía 16 años y ya jugaba en Villa Española cuando se enteró de que la banda de Solari tocaba en la cancha de Racing, en Avellaneda. Le pidió permiso a su padre, habló con el presidente del club y le dijo que se iba, que ese fin de semana no entrenaba.

—No me jodas –le respondió Víctor Duque.

—Sí que me voy, tocan los Redondos.

—¿Y eso qué es?

“Encontré mi lugar en el mundo con esos tipos, con ese ambiente de comunidad que se arma, en el que todos chupan, fuman, sin policía, y no hay peleas. Algo pasa allí, ves cosas increíbles. Volvés hecho mierda de cada recital, pero purificado. Y las letras del Indio, con los Redondos o con sus bandas de después. Ahí tenés ‘Nike es la cultura’ o el propio Bang Bang, que son como manifiestos contra la violencia de la sociedad contra los pibes de los barrios.”

“Vas corriendo con tus nikes

y las balas van detrás

(Lo que duele no es la goma sino su velocidad)

En el cagadero no hay gato más triste

sin moda de callejón

Si Nike es la cultura

Nike es tu cultura, hoy…

Almacenes coloridos a los que llamás ciudad

te envuelven con canciones indoloras como hilo musical

(…) Carroñeros que te rajan a la careta de Mtv Latina

Operarios con salarios de miseria

Dirás, ¿qué me importa eso?

Tengo trece o quince años

¡Las Jordans son para mí!

Vos gritás No Logo!

O no gritás ¡No Logo!

O gritás ¡No Logo… no!

Si Nike es la cultura

Nike es tu cultura, hoy…”1

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Después de Racing, Santiago López viajó muchas otras veces a los recitales de las bandas de Carlos Alberto Solari. A menudo mintiéndoles a los entrenadores del Villa (inventando un casamiento, simulando vómitos o dolores musculares los fines de semana de práctica que coincidían con los “toques”). “Era tan personal esa locura, no sabía si podía trasmitirla”, dice. Siempre se lo perdonaron. A Duque le picó la curiosidad por esos Redondos que no le cuadraban y se hizo fanático. Y Bigote contagió la “pasión ricotera” a todo su entorno, incluyendo la barra de Villa Española, que ideó una bandera con una leyenda que parafrasea la letra de una canción de Solari: “La vida sin el Villa es matar el tiempo a lo bobo” (“la vida sin problemas es matar el tiempo a lo bobo”, dice el tema “Luzbelito y las sirenas”).

A uno de esos viajes siempre iniciáticos –y siempre una odisea de ómnibus perdidos, combinaciones que no son tales, llegadas tarde, esperas en la ruta haciendo dedo, trenes “ricoteros” atestados de gente– Bigote fue con su compinche Agustín Lucas, su “hermano menor”.

***

“Es la misa de Santiago, los Redondos, y la verdad es que te la sabe comunicar, como sabe comunicarte tantas otras cosas: es un tipo que lleva los viejos valores del fútbol incorporados a su vida, un tipo con conciencia social”, dice Agustín Lucas a Brecha.

(López tiene en una pared de su coqueta casa de Villa Española un collage que le armó Lucas, que también le dedicó un poema, a él y al barrio. Los dos son hinchas de Nacional –ay–, pero reivindican al jugador de cuadro chico. “Cuando Nacional pierde no me quedo contento, pero si pierde con Villa Española, por ejemplo, en cierta manera me alegro. Es la rebelión”, clama Agustín.)

Lucas es roquero, fanático en su momento de Viejas Locas, Jóvenes Pordioseros y otras “bandas barriales”. Dice que en los vestuarios de varios de los equipos en los que jugó en Uruguay conectaba con los cumbieros (“el lugar común es que todos los futbolistas somos cumbieros, aunque yo no lo soy para nada”) por la “cuestión barrial”. “Lo podés resumir en el culto a la esquina, a la barra, capaz que al vino. Yo soy re de barrio”, dice, y cuenta –mientras se acerca su perrazo– que le gusta de vez en cuando “tomarse una” con los viejos parroquianos de Jueves 5, en diagonal a su casa.

Debutó en las inferiores de Miramar Misiones, jugó en Wanderers, Sud América, Cerro Largo, Liverpool, en Argentina en Comunicaciones, en Guatemala en Deportivo Jalapa, en Venezuela en Deportivo Anzoátegui. Fue capitán de Miramar Misiones hasta junio. Hoy está sin equipo. “Amo a Miramar, pero no sé si es un amor correspondido”, dijo a Brecha justo antes de que lo dejaran libre. “Fue movido, el año pasado en Miramar. Peleamos mucho, nos movimos, tuvimos actitudes autogestivas. El plantel funciona como una cooperativa, nos organizamos democráticamente, nos reunimos en el vestuario. Decidimos qué hacer, por ejemplo, si alguno de nosotros no cobra, o si el técnico no cobra, si debemos entrenar o no, y dónde.”

—¿Autogestión al estilo de lo que hacía el Corinthians brasileño en la época del “doctor” Sócrates?

—Sí, o el Sankt Pauli de Hamburgo, en Alemania.

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En los años ochenta, cuando en Brasil se estaba en plena campaña por las “elecciones directas” a la presidencia, sobre el final de la dictadura, el equipo blanquinegro del Corinthians capitaneado por el ex estudiante de medicina Sócrates (hermano de Sófocles y Sóstenes e hijo de un obrero autodidacta apasionado lector de los clásicos griegos) salía a la cancha con un brazalete amarillo que simbolizaba la campaña. Ya estaba en marcha la llamada “democracia corinthiana”, un sistema de organización autogestionario que se habían dado los propios jugadores y por el cual todo –todo– se decidía de manera colectiva, desde si se permitía o no fumar en los vestuarios o tener relaciones sexuales antes de los partidos hasta el capitanazgo, pasando por el estilo de juego o cómo y con quién reforzar al equipo. La experiencia fue apoyada por sindicatos (entre ellos el metalúrgico del entonces dirigente obrero Lula da Silva), músicos, artistas, grupos de izquierda. El escritor Jorge Amado le dedicó un libro, el músico Gilberto Gil una canción. “Yo siempre supe que estábamos haciendo política. El fútbol, creo, es el único medio que puede acelerar el proceso de transformación de nuestra sociedad, porque es nuestra mayor identidad cultural. Aquí todos entienden de fútbol y nadie de política”, escribió Sócrates en Democracia corinthiana. La utopía en juego, publicado en 2002 en coautoría con el periodista Ricardo Gozzi.

Lucas se identifica con esa manera de ver el fútbol (y la sociedad), y también con la experiencia del Sankt Pauli, un club insertado en los barrios “rojos” de la portuaria Hamburgo que en sus estatutos se define como “antifascista, antirracista y antihomofóbico, solidario y libertario”, que tiene en su escudo la calavera pirata –en homenaje a los trabajadores del puerto– y uno de cuyos referentes, Corny Liitmann, tal vez el único presidente de club de fútbol que se declara abiertamente homosexual, casado con un tenor tunecino, se reconoce también como “anticapitalista”.

“Yo conozco cómo se forja un club de barrio por ser amigo del Bigote. Pero tengo influencias”, dice Agustín Lucas. Y enumera: “La vida política de mi viejo, el cuerpo social de Villa Española, la democracia corinthiana del doctor Sócrates, los libros y la vida de Ludman”.

Kurt Ludman: un muy buen futbolista argentino de corta carrera que una tarde del año 2000, jugando en la tercera de Newell’s Old Boys de Rosario hizo un gol en una fecha cercana al 24 de marzo, aniversario del golpe de 1976. “Se sacó la camiseta y abajo, en la remera, tenía la leyenda ‘Cárcel a Videla y a todos los milicos asesinos’. Lo echaron del club, se quedó esperando a que la directiva cambiara, pero nunca fue así.” Un año antes había hecho lo mismo cuando jugaba en Atlético Tucumán y la provincia era gobernada por el general Antonio Bussi, un represor de la dictadura. Esa vez la leyenda era “Aguanten las Madres”.

Ahora Ludman se dedica a dar talleres sobre su deporte preferido y a escribir libros. Uno de ellos, El agua y el pez, de 2015, trata “sobre un fútbol distinto, que se juega en otro lado, en canchas de pueblos, barrios y patios. Son relatos y crónicas de fútbol y militancia”, según definió su autor.

Más o menos esa es la mezcla que le gusta a Agustín Lucas: jugar y escribir, casi siempre incluyendo el fútbol en sus relatos, desde No todos los dedos son prensiles, de 2007, a Lado B, del año pasado, pasando por Club, Insectario, Fóbal, Besala como sabés. Seis libros lleva Lucas. Besala como sabés lo escribió a dúo con el chileno Paco Hidalgo y cuenta cómo fue la campaña del ascenso a la A, el mismo año 2013, de Unión Española en Chile y de Sud América en Uruguay. “Fuimos escribiendo partido a partido a lo largo de todo el año, y yo, a medida que iba haciendo las crónicas se las leía a mis compañeros. Los tipos me aguantaban, a pesar de que ninguno de ellos sentía la escritura.” Lo mismo en Miramar. Cuando este año se presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires Pelota de papel, un compendio de relatos de 24 futbolistas argentinos y uruguayos en el que Lucas participó (también Sebastián Fernández y Jorge Cazulo), todo el plantel lo acompañó. “Nos bancamos con rifas. Éramos como 30: 25 jugadores, el técnico, el ayudante técnico, el utilero, y una madre, Laura, que trabaja en las inferiores y hace de todo.”

Agustín maneja también un blog, “Tapones de fierro”, y es colaborador habitual de Túnel, una “publicación gratuita sobre la identidad del fútbol uruguayo” coordinada por Pedro Cribari. “Hay un mundo boquiabierto porque un puñado de futbolistas nos pusimos a escribir cuentos, y lo logramos con esfuerzo, con inquietud, aprendiendo como niños a escribir, la pasión de ver en letras lo que pasa dentro. En las canchas del cuero. En los cánticos del alma, donde el referí mental te jode un partido, donde la roja te la saca el amor”, escribe Lucas en Túnel sobre Pelota de papel.

Antes de despedirse de Brecha, Agustín resume: “Se piensa en general que los futbolistas somos descerebrados, que sólo estamos para la selfie, el celular, la jodita, los autos, la guita. Muchos hay así, claro, pero otros intentamos pensar para que esto cambie, porque en países como estos si cambia el fútbol cambian muchas cosas.”

  1. Parte de la letra de “Nike es la cultura”.
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Soluciones

La responsabilidad de reorganizar el fútbol no tiene que ser sólo de los dirigentes, y mucho menos de la empresa que lo maneja; los jugadores tienen que decir lo suyo porque este deporte lo hacen fundamentalmente ellos, por más que sean otros los que se la llevan toda, dice Santiago López, y agrega: “Basta que nosotros decidamos parar para que nada de lo que ellos montan funcione. Así de simple. Los jugadores tienen que tomar conciencia de eso. Como cuando Agarrate Catalina cantaba ‘si vos no cambiás algo, no cambia nada’”.

Cuando habló con Brecha, semanas atrás, Bigote López quería saber cuánto dinero movía el fútbol. “Siempre se nos dijo que el fútbol uruguayo era pobre. Seguro que no es así”, decía. Desde que los futbolistas de la selección comenzaron a movilizarse se empezaron a conocer cifras. Son súper millonarias, y el dinero está pésimamente repartido, como era previsible, y de él la que se lleva la parte del león es “la empresa”, como también era previsible. “Si el fútbol uruguayo genera 45 millones de dólares y un compañero nuestro no tiene para el boleto, hay algo que está mal”, dijo Bigote la semana pasada en la radio 1010 AM.

López tiene sus propuestas. “No funciona un sistema que fija un sueldo mínimo y los clubes luego lo burlan porque dicen que no tienen plata y obligan a los jugadores a aceptar que les paguen menos. Para mí lo que se tiene que hacer es que la plata vaya directo a la Mutual, y que sea la Mutual la que se la dé a los jugadores. No vale la pena tampoco jugar de cualquier manera, con clubes que no tienen para pagarse un par de pelotas, vestuarios que dan miedo, que se atrasan tres o cuatro meses. Tenfield se las ingenia para tener a todos apretados, mientras hace la guita loca por todos los costados. Si tenés en cuenta que un par de zapatos de fútbol vale cerca de 5 mil pesos, un jugador no puede cobrar 16 mil, como en la B, ni incluso 32 mil, como en la A. Tiene que exigir más, porque la plata está y hay que ir a buscarla donde está. El capitalismo les comió la cabeza a todos, ese es el problema.”

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