Genealogías - Semanario Brecha

Genealogías

Entre ellos. Recuerdo de mis padres, de Richard Ford. Traducción de Jesús Zulaika. Anagrama, Barcelona, 2018. 168 págs.

Entre ellos. Recuerdo de mis padres, de Richard Ford. Traducción de Jesús Zulaika. Anagrama, Barcelona, 2018. 168 págs.

Todavía no nos recuperábamos del sacudón. Si las fechas de mis ejemplares no me engañan (la memoria es de una imprecisión pasmosa), en 1986 Anagrama acercaba a los lectores en español Catedral de Raymond Carver. En los tres años siguientes nos permitiría leer De qué hablamos cuando hablamos de amor, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? y Tres rosas amarillas. A esa altura, en 1988, Carver ya se había muerto a los 50 años, como diciéndonos “arréglense como puedan, esto es todo”. Y los lectores, un poco huérfanos y desconcertados, debíamos esperar un año más para que apareciera, también en Anagrama, Rock Springs, un conjunto de relatos de un tal (hablo por mí) Richard Ford, que seguramente los más informados conocieran por sus ediciones en inglés, pero que los lectores de a pie saludábamos por primera vez: no había Internet. Poco después, con El periodista deportivo, Ford se recortaba en el horizonte y prometía ser “el gran escritor americano”, un título por el que competían y compiten no pocos narradores en la historia de Estados Unidos. Si se siguen las fotos de las solapas, se verá que desde las primeras hasta hoy, Ford siempre se pareció a Clint Estwood, otro aspirante a “gran americano”. En los años noventa, en las ferias del libro, podíamos encontrar estos títulos en oferta.

Me resisto un poco, aún, a sacar a Ford del aura de Carver. Tal vez uno de los últimos textos que Carver escribió (creo que no llegó a verlo publicado) se tradujo al español como “Amistad”. En él Carver mira una foto en la que los tres “realistas sucios”, como dice que los llaman –él, Richard Ford y Tobías Wolff–, comparten una invitación en Londres para hablar sobre su obra. En español conocimos ese artículo en un libro que se tituló La vida de mi padre (1995) y que reunía algunos ensayos de Carver.

Es ahora Ford quien escribe “Su muerte. El recuerdo de mi padre” y lo junta con un homenaje a su madre publicado hace tres décadas: “Mi madre, in memoriam”. Enmarcados entre una nota del autor y un epílogo dan por resultado un libro de título exacto: Entre ellos. Recuerdos de mis padres. En la tapa se ve, efectivamente, un Richard Ford de poco más de un año, en brazos de su progenitor, posando para la foto entre éste y su madre, el Día de la Victoria, el 9 de mayo de 1945.

Parejos en tamaño, son dos textos dispares. El de la madre, seguramente retocado para esta reedición, fue escrito urgido por su muerte en 1981. El padre había quedado congelado en 1960, año de su muerte, y fue recuperado ahora, más de medio siglo después. Por cierto que el padre habitaba, sordamente, el relato sobre la madre, pero no tenía ese protagonismo de blanda ausencia que iba a adquirir en el texto que su hijo le dedica. Los padres demoraron en tenerlo. Cuando Richard es pequeño su padre trabaja como viajante de comercio. Vende almidón, casi una metáfora de dureza y fragilidad. El matrimonio funciona a su manera: la madre “era gritona, pegona, ceñuda y malhumorada”; el padre nos trae a la memoria un verso de Vallejo en “Los pasos lejanos”: “si hay algo en él de lejos, seré yo”. Son grandes y él será el único hijo, por eso Richard piensa que lo querían pero ya no lo necesitaban. Richard Ford, el hijo único que no tendría hijos, advierte que su experiencia con hijos, que tanto aparece en sus libros, sólo es posible mirándose a sí mismo. Ford no evita en sus ficciones las coincidencias autobiográficas y es a partir de ellas que nutre su imaginación. Sabemos ahora que los pequeños robos de Paul Bascombe, el hijo quinceañero del “periodista deportivo” que protagonizará con su padre momentos impresionantes en la novela El día de la independencia, o el Joe de Incendios, que se recuerda teenager en 1960 cuando el matrimonio de sus padres entra en crisis, se inspiran en la propia vida de Ford, afantasmada y novelada. Es imposible no leer como parte de sus relatos ficticios una escena magnífica que incluye en la memoria de su madre: una vez muerto su padre, que se ausenta entonces en forma definitiva, su madre comienza otra relación. Una noche que su madre no llega a casa, Richard sale a buscarla y la encuentra en la casa de su amante: “No sabía dónde estabas. Eso es todo”, cree haberle dicho, en ese tono rotundo y demoledor con el que piensan, hablan y actúan los personajes de Ford.

No se trata de perseguir, en estos fragmentos de una posible autobiografía, los insumos de su narrativa. Pero estos textos nos permiten observar la frontera lábil entre la novela familiar y la vasta saga novelesca que Ford ha ido haciendo crecer en su obra. Tal vez haber transfigurado de esa manera su vida en literatura provee a sus memorias de un carácter en exceso “literario”. En este sentido el lector de otros testimonios sobre padres extrañará el recuerdo conmovedor de Cheever, que llevaba consigo los conflictos de su padre. Ford no esconde sus conflictos con la paternidad, pero los expresa con su conocida y algo chejoviana (cuándo no) contención. Son estilos, genealogías.

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