Al leer esta entrega
de Sclavo, uno podría sentirse
tentado a remitirla a la obra de Georg Christoph Lichtenberg, Schopenhauer y
Henri-Frédéric Amiel. Dueños de una gran capacidad de síntesis, observación e
ironía, cuando no de un humor descarado, estos tres autores clásicos de lengua
alemana hicieron de la escritura fragmentaria y aforística un amplificador de
cierta subjetividad que ponía en jaque la modernidad en cuanto entidad o
movimiento monolítico. Y también evidenciaban esa conciencia de que “hay un
zurcido invisible que une los fragmentos aparentemente dispersos y termina
formando el manto. La urdimbre alterna un recuerdo de infancia con el dato
frío, enciclopédico y memorizado, el pájaro posado en la ventana del edificio
cruzando la calle y ese camión que ahora pasa. A menudo la ...
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