Hacé lo que puedas conmigo - Semanario Brecha
La música, las letras y el universo queer de Amigovio

Hacé lo que puedas conmigo

Flavio Lira era parte de Carmen Sandiego, y aunque la banda se disolvió, él siguió haciendo canciones. No quería perder el tiempo. Patricia Turnes le regaló un teclado Casiotone para su cumpleaños y Federico Morosini, de Julen y la Gente Sola, un Farfisa, con los que fue armando frases musicales, sonidos y atmósferas. Después de dos años de trabajo con los productores Fabrizio Rossi y Francisco Trujillo, aquí está Amigovio,1 su primer disco solista.

Jess Moncalvo

—¿Cómo es tu proceso de composición?

—Acumulo frases, partes, cositas. En algún momento sale alguna canción entera y digo: «Ah, ta, esto va por acá». Entonces encuentro una premisa, un concepto que me empieza a ayudar para avanzar y hacer lo demás. En este caso, me di cuenta de que me estaban interesando el transcurso de las estaciones en el año y narrar el fin de una relación o, más que el fin de una relación, su estancamiento. En términos narrativos, no quería que hubiese un arco ni redentivo ni de caída. Me generaba más curiosidad escribir sobre algo que empieza mal y termina igual de mal.

—¿Armás las canciones con esas partes que coleccionás?

— «El trapecista», por ejemplo, primero fue muchos fragmentos. «La canción del verano», que inicia el disco, fue la más difícil de escribir, porque los principios siempre son difíciles. Quería que esa canción fuera más de lo que es: pensaba que era una mierda, que me faltaban imágenes, que tenía que aclarar más cosas. Pero en cierto momento ella me dijo: «Ta, Flavio, soy esto y manejate. Hacé lo que puedas conmigo».

—«La canción del verano» es metalingüística: ironiza sobre el propio hecho de cantar, de tocar.

—Eso tiene que ver con la forma distanciada en la que escribo. Suelo proponerme ejercicios de taller para ver qué sale de ahí. Decidí que el disco pareciera un compilado, una banda sonora adolescente. Hay muchos tipos de adolescencia, tantos como gente, pero imaginé algo relacionado con la música de Gregg Araki, con el pop alternativo de principio de los noventa. Música que viene de Inglaterra, con esa cosa medio soñada y distanciada, triste pero bailable a la vez.

—El disco recupera una forma oscura del dance.

—Bailable en el dormitorio. No lo podés poner en una fiesta ni en una discoteca, pero lo podés poner en tu cuarto solo y lo bailás.

—Como el personaje de Hendler en Los paranoicos.

—Es un disco de persona sola, pero también es una forma de vincular diferentes habitaciones, soledades. Además, me gustan mucho las canciones de llanto en la discoteca: la catarsis de una persona sintiéndose mal a través del baile.

—¿Eso tiene alguna relación con la cultura gay?

—Sin duda. Es, claramente, algo de la cultura gay. No veo un correlato en la cultura hetero.

—¿Chavela Vargas llorando entre las copas?

—Eso es más un llanto de borrachera… Igual, Chavela Vargas es completamente queer.

—Tenés razón.

—La música disco marcó el primer momento en el que el mundo queer tuvo algo que ver con el mainstream. La discoteca no es un lugar en el que me sienta cómodo, pero me gusta su música. Es un espacio de contención para un montón de gente que se siente expuesta e insegura, y esa estética me parece muy interesante, muy hermosa.

—«Esas fiestas que son tan ajenas», dice uno de los temas que, a la vez, es una canción dance.

—Tiene que ver con buscar el equilibrio en los opuestos: una música alegre, una letra oscura. No me gusta que las cosas sean de un sólo color; me aburro muchísimo.

—¿Hay una cultura gay en el Uruguay?

—Hay exponentes. Algunos me interesan más que otros. Me parece que el padre y la madre de todos es Dani Umpi; no hubo algo antes. Esto habla mal de nuestra idiosincracia: recién en el dos mil y poco hubo un exponente explícitamente gay.

—En cierto mundo; en el candombe sí había.

—Claro, la biografía de Canela es uno de los libros más divertidos que leí en mi vida. Pero no es un mundo que conozca tanto; siempre fui más cipayo yanqui. De todos modos, creo que hay un universo de lo queer que se encuentra en guetos. Músicos que sólo tienen donde tocar en una marcha del orgullo. ¿Por qué no tienen espacio en un boliche común? No me interesa pertenecer a un gueto, y tampoco la demagogia. Me gusta poder pensar: «No sé si estoy del todo de acuerdo con el punto de vista del narrador de esta canción». No creo que mi disco se pueda poner en la marcha del orgullo gay.

—Yo hubiera dicho que sí.

—Es un disco antagónico con la idea de «soy lo que soy», «y todos me miran, me miran». Esto es más como decir: «Que nadie me mire, que nadie me toque, los odio a todos». John Waters dice que hace cosas para gente que se siente desplazada, incluso dentro de su propio sistema identitario: gays que odian a otros gays, lesbianas que odian a otras lesbianas. Gente que no se siente cómoda dentro de sus rasgos generales de pertenencia. Me siento en ese lugar.

—De todos modos, hay algo muy libertario y político en expresar el deseo, sus conflictos.

—No tengo ningún interés en participar de narrativas hetero, pero tampoco me interesa levantar una bandera. Me parece más interesante narrar lo político desde lo privado, desde el punto de vista del villano.

—Pero en tus canciones hay uno que le dice al otro: «Llevame en bicicleta y abrazame que hace frío», y otro que cuenta que ninguna crema podrá curarle el corazón. ¿No es algo demasiado honesto para ser dicho por un villano?

—Es que a la gente le parece que decir ciertas cosas es horrible. La canción «Las mascotas mueren» la pensé así: ¿cuáles son las peores cosas que le podés decir a alguien que te quiere? Tiene que ver con decidir no utilizar una narrativa heroica. Mucho de lo queer, por más disidente que se plantee, sí utiliza ese tipo de narrativa.

—Es un disco muy cinematográfico. Una capucha es metonimia de un montón de cosas.

—Una vez que una relación se terminó, lo que quedan son fragmentos más o menos tangibles: una crema, una capucha, una fotografía. Los objetos marcan ese periplo amoroso que acaba de terminar. Me interesan los objetos como disparadores; es mi educación sentimental; las películas de Wong Kar-wai de los noventa.


—¿Creés que hay algo particularmente erótico en el disco?

—No. Me parece curioso que pienses que hay carnalidad. Es un disco muy solitario.

Amigovio, de Flavio Lira. Edición física: Postpost Records. Feel de Agua, Montevideo, 2021.

—Está lleno de vínculos y personajes.

—Todos tóxicos y horribles. Aunque es imposible no ser tóxico, los sentimientos lo son. Tal vez, en una de las canciones en las que más está el deseo es en «El nadador». Esa surgió por una novela que se llama Jorge, el nadador, de Leopoldo Torre Nilsson.

—Hay otro componente sensual: casi todas las canciones están escritas en segunda persona; el disco le habla directamente al escucha.

—Eso tiene que ver con la idea del compilado, de que alguien eligió esa música exacta para explicarle a otro una situación. Es cierto que el deseo no es necesariamente explícito o luminoso, pero para mí el disco no va por ahí. En realidad, me encantaría hacer un disco medio carnal, asqueroso y porno. Tengo que pensar cómo. Creo que este no es.

—La vulnerabilidad también puede resultar sexy.

—El protagonista queda mal parado con todo lo que está diciendo: eso es lo que lo hace vulnerable, pero no en el sentido de ser una herida abierta, llena de emociones. Y hay sentido del humor, que es un arma de defensa.

—Es un disco lleno de capas, supereditado. ¿Cómo pensás tocarlo en vivo?

—Va a ser por pistas, pero también armé una banda. Estoy tocando con Karen Halty, Gabriel Ameijenda y Pablo Torres.

—¿Cómo fue trabajar con Fabrizio Rossi y Francisco Trujillo?

—Creo que ellos lo tomaron como un taller desde el cual experimentar nuevas formas de grabar y producir. Ellos van a decir que pensaban, al principio, que el disco iba a ser minimalista, pero siempre supe que no iba a ser eso. Se los dije en nuestra primera reunión: «Este disco va a tardar dos años en grabarse y va a haber un montón de capas, ténganlo claro». Ellos dicen que no, que se complicó después, pero a mí no me mienten (risas).

—Es un disco comercial, pop. ¿Cuál es tu lectura del mercado en Uruguay?

—No creo que sea un disco mainstream uruguayo, honestamente. Eso tiene que ver con las letras, porque, bueno, el mundo es homofóbico. El año pasado estábamos con una amiga en casa, pusimos la radio y estaba el bloque de música uruguaya. Todas las canciones hablaban de «crucemos la montaña, agarrémonos de las manos, vayamos hacia la luz». Yo no hago canciones de campamento y tampoco sé hacer lobby. Pero como nunca me planteé vivir de la música, eso es beneficioso, porque puedo hacer lo que se me cante. Las medidas de éxito son relativas: para otras personas puede ser llenar un Teatro de Verano; para mí es que me llamen de algún lado para hacer un cover de la Bléfari.

1Amigovio se encuentra disponible en https://open.spotify.com/artist/2k69O8nsMGZjqlXgBVjEQf . También hay una versión del álbum en Youtube, en el que la música está acompañada por videoclips basados en material de archivo, realizados por varios directores: https://www.youtube.com/watch?v=beXxgV2Taak.

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