En 2003, la banda lanzó Amanecer Búho, disco que significó un salto artístico y de difusión. Entre las 15 canciones que integran ese material hay una llamada «Partes del campo 2», y su desarrollo no es de canción: se trata de un arco con comienzo y fin, sin repeticiones, con distintas secciones. El tema constituyó una rareza dentro del repertorio de la banda por largo tiempo; en ese momento, consciente o inconscientemente, habían presentado su primera composición progresiva.
En 2017 lanzaron 8, el disco anterior a este nuevo lanzamiento. La luz inicial de aquella canción extraña se volvió a prender ahí, en composiciones largas cuya estructura respondía al mismo tipo de desarrollo. Ahora, Vendrás a verte morir ya no sitúa a Buenos Muchachos en la línea «aire de punk con influencias del rock alternativo de los noventa» que conocíamos, sino en un territorio más amplio donde el formato canción ya no parece ser la regla.
En una primera escucha, la estética compositiva nos remite a la escena de principios de los ochenta, esa que contaba con artistas como David Bowie, King Crimson, Brian Eno y, sobre todo, Peter Gabriel. Pero también –porque la banda mantiene su esencia sonora, y por los constantes cambios tímbricos, efectos y arreglos melódicos de corta duración– podemos contar entre sus influencias nombres como la británica Talk Talk.
De todas maneras, las referencias no alcanzan para definir este disco: se trata de un trabajo creativo y no de una reproducción estilística. Es importante no adaptarnos, al escucharlo, a un modelo previamente establecido de géneros y etiquetas, algo que sucede con demasiada frecuencia en la escucha y en la crítica de rock. Se trata de abrirse a lo diferente: lo ambiental, algo característico de la banda, ha dado un giro cualitativo. Antes dependían más de los efectos y los usaban como adorno, logrando resultados más planos y homogéneos, sin contorno; a veces lo «viajado» se volvía predecible. Pero ahora el ambiente es parte del discurso y no es un velo que se le pone encima. Hay mucha más conciencia de la composición: el velo se usa por adentro.
José Nozar, baterista de la banda, comentó a Brecha lo siguiente: «Muchas cosas se grabaron limpias y, al agregar efectos de mesa, hubo más control. De ese modo pudimos lograr efectos más notorios, acoples de vocales o guitarras que quedan resaltados gracias al espacio y a los silencios. Se cuidó el no solapar arreglos, algo que en 8 ya había comenzado. Antes de la entrada a estudio hicimos un meticuloso trabajo armónico, melódico y rítmico, así como de manejo del espacio sonoro; luego Gastón Ackermann le dio a eso una vuelta más de tuerca».
En una segunda y más detenida escucha, uno empieza a notar que el trabajo instrumental se ha profundizado sustancialmente. La música ya no es liderada por las guitarras: estas han pasado a un segundo plano y sus intervenciones son más intermitentes. Los teclados están drásticamente más presentes, tomando la conducción en varios momentos, mientras que antes funcionaban como un adorno casi prescindible; el bajo, aunque aún discreto, al ser el principal y a veces único instrumento base, pasa a ser el piso que sostiene la música. Tal vez lo más interesante del disco, desde el lugar instrumental, sean la batería –con un trabajo rítmico muy variado entre y dentro de cada tema– y la tercera guitarra, cuyo sonido cumple un rol como de «diseñador sonoro», algo así como la personificación de ese velo que ahora es constituyente.
Sin duda hay que destacar el trabajo vocal de Pedro Dalton. Siempre fue una voz controversial: o la amabas o la odiabas. Antes era una voz más al servicio de la letra –aunque siempre acompañando lo sonoro–, con un enfoque más estático y repetitivo. Pero acá Pedro es un cantante desde un lugar estrictamente musical, con diferentes personajes que acompañan ese desarrollo progresivo. Así, ya no hay pruritos para considerarlo como un músico que tiene un verdadero control de lo que hace, en un hacer para nada escueto.
En cuanto a los arreglos con relación a la formación, podríamos decir que hay una «democracia instrumental». Todos los instrumentos están claros, ninguno toma el rol de solista, pero tampoco de acompañante, y el diálogo y engranaje entre ellos es explícito. Es un disco contrapuntístico, donde cada línea juega con el resto, pero, a la vez, es también autosustentable.
Es tal vez en una tercera escucha cuando nos damos cuenta de que todo esto que hemos nombrado no son solamente estratos conviviendo en una forma horizontal y fin de la historia: son la edificación misma de una composición con desarrollo. Cada arreglo, cada intervención, cada gesto es una marca que define las diferentes secciones de cada tema. Y esto es vital en el disco: no es un disco de canciones, sino de composiciones con un comienzo y un fin, prácticamente sin repeticiones, con diferentes secciones bien delimitadas y muchas veces contrastantes, con un arco dinámico muy variante, donde los silencios tienen un rol muy importante. Es un disco en constante movimiento y eso es lo que lo acerca a la idea de progresivo.
Si hubiera que destacar un tema, sin duda sería «Hiedra de tirso», en el que todo esto es liberado de aquello que sujeta a una banda al rock y en el que cada aspecto es transportado hacia una intensidad mayor. El ambiente cinematográfico intenso recuerda los trabajos de los ochenta de Diamanda Galas, con constantes y variadas apariciones efímeras de los instrumentos y cambios de sección que se sitúan en la línea que divide lo definible de lo indefinible. Sin duda es un tema para escuchar con auriculares para que no se pierda nada y cada persona de verdad pueda sumergirse en la propuesta.
Otro punto fundamental en este disco es «Vendrás a verte morir» porque, si recorremos las letras, notamos que la muerte está presente de forma constante. El discurso musical parece cobrar sentido cuando notamos que las letras nos están proponiendo lo mismo: un principio y un fin. El título parece el único indicado hoy, cuando todos los medios de comunicación, los gobiernos, los círculos sociales, incluso el marketing de las empresas, están obsesionados con la muerte, pues aquella promesa del futuro inevitable es ahora el mismo aire que respiramos. Rogamos por más seguridad, por mayor predicción, más estadísticas, más gráficas. Todo es una amenaza porque la muerte está a nuestro lado. Y este foco ya psicótico ha dejado en las sombras todo aquello que hace que vivir, al menos por un momento, tenga cierto sentido.
«Hiedra de tirso» empieza con la frase: «Apagaron una a una las estrellas sin conseguir que se borre el firmamento». Buenos Muchachos y este disco nos dicen que la muerte es inevitable, pero que el arte nos hace comprenderla, asustarla, lidiar con ella.