Historias de vida, islas y buques - Semanario Brecha

Historias de vida, islas y buques

Pronto se inaugurará el Sistema Penal Adolescente, que entre otras disposiciones establece que más de trescientos muchachos del INAU estén recluidos en un mismo sitio. Pero esta crónica se centra en el relato de algunos adolescentes (y sus vivencias y percepciones) que visitaron la Isla de Flores por un día.

Foto: Tania Ferreira

Son las 8.30 del martes: comienza la maniobra que llevará al gran Sirius de la marina hacia la Isla de Flores. En el buque se trasladan 20 personas del hogar Paso a Paso –11 adolescentes y nueve adultos referentes– y 24 del hogar El Hornero, en su mayoría adolescentes. «Gurises que salieron de la tranca hace una semana», se escucha decir bajito a uno de los coordinadores del tercer viaje a la isla. También van las autoridades del Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente (Sirpa), y esta cronista en representación de los medios de comunicación.

Por un convenio entre el inau y la Armada Nacional, cada 15 días (coincidiendo con el relevo de los fareros) los jóvenes visitan la isla y la recorren juntando plásticos y vidrios, con un doble objetivo: acción ambiental y recreación.

Los adolescentes se manejan con los más perfectos códigos de conducta y amabilidad. Se saben visitantes. El paseo les permite además ampliar el esquema narrativo, cambiar el contexto, contarles algo distinto a sus familias en la visita de los domingos.

Tenemos como destino una isla cuya historia pone los pelos de punta: funcionó como lugar donde cumplir la cuarentena para los esclavos e inmigrantes que debían pasar una estadía ahí antes de llegar a Montevideo, también ofició de leprosario. Luego fue cárcel de presos políticos durante la dictadura de Terra, y se cuenta que también hubo allí detenidos del último régimen militar.

En el libro de Eduardo Langguth y Juan Antonio Varese* se cuenta que «la Isla de Flores está situada en el corazón del Río de la Plata, equidistante entre la costa uruguaya y el Banco Inglés (…). Bendecida por algunos y maldecida por otros, la isla nunca supo de términos medios». También cuenta que la luz de su faro casi nos cuesta la mitad del territorio nacional, porque Uruguay entregó las Misiones Orientales a los portugueses a cambio de su construcción, en el «tratado de la Farola», de 1819. Por eso se lo apodó el «faro mas caro del mundo».

El relato continúa: «el Hotel para Inmigrantes, en realidad un hospital para cumplir cuarentenas obligatorias, fue utilizado también como cárcel para revolucionarios políticos y presos especiales. Entre sus ruinas rondan leyendas de amor y muerte, de marinos intrépidos y fareros esforzados».

A pesar de esa historia macabra, el diputado Sebastián da Silva (Partido Nacional) anunció públicamente que propondrá en breve un proyecto de ley para crear un centro de reclusión de menores en la Isla de Flores, y agregó que «salvo que sean Aquaman, menores como el Ricky no se volverían a escapar».** A su entender, esa idea es «una respuesta sencilla y barata para finalizar con esta barbaridad que vemos todos los días». Dios santo o amén.

Esteban es «el lector» de El Hornero. Su género favorito es la ciencia ficción y en especial las novelas de Julio Verne, donde busca viajes al centro de la Tierra, a la Luna, a la isla misteriosa, en submarinos, dar la vuelta al mundo en ochenta días. Ahora está leyendo A orillas del río Piedra me senté y lloré, de Paulo Coelho, pero dice que este autor no le gusta porque es «muy religioso» y él no está de acuerdo con ninguna religión.

También se sabe de memoria el Código Penal que le regaló el procurador del hogar, sobre todo la parte de las penas y sus respectivos agravantes. Conoce al dedillo la legislación actual y los últimos cambios introducidos en el tema de minoridad infractora. Ahora tiene 19 años y termina su pena en diciembre. Él «perdió» por rapiña al igual que sus «compañeros» de andanzas, que están en la cárcel de mayores. No le preocupa ir a la cárcel, sus amigos ya están adentro y no tiene planes a futuro.

Se ríe con mis tropiezos en el manejo del «lenguaje del hogar» y amablemente me enseña el lunfardo para que mis palabras no se presten al «descanse» de los dobles sentidos: a la leche se le dice «vaca», el «alimento» es la comida, «marroco» se le llama al pan. Por eso pedir un «marroco con dulce de vaca» es de lo más común dentro de El Hornero.

Julián tiene 18 años y le faltan siete meses para salir en libertad. Antes de hacer una recorrida por la mayoría de los centros del inau trabajaba con su padre haciendo trabajos de herrería –estufas y parrilleros–, un oficio que todavía maneja. Después se juntó con sus compañeros del barrio y empezaron a «mandarse cagadas». A pesar de su notoria ansiedad y de ser bastante inquieto, las olas y el movimiento del buque no le gustan nada, por lo que decide ir agarrado a cuatro manos al asiento más cercano. A la vuelta, cerca de tierra firme, le pido que evalúe la jornada: «El agua está de menos, la isla estuvo bien. Cambiamos la rutina, salimos a hacer otra actividad. Nunca me había subido a un barco, nunca había ayudado a nacer a un pichón de gaviota de su huevo y no sabía que existían los faros».

***

Algunas coincidencias en conceptos: los chiquilines del inau no pueden estar encerrados todo el día, tienen que obtener herramientas para cuando estén afuera, «un encierro productivo», concuerdan autoridades, funcionarios, educadores, maestros, enfermeras, asistentes sociales, psicólogos. Coinciden también en que no se pueden escapar, en que faltan límites y referentes adultos, y que es necesario construir los conceptos de autoridad y de «un otro» que merezca respeto.

También están de acuerdo en que resulta impostergable «desglosar» (diferente a clasificar) a los gurises por sus características dentro del inau: si son «primarios» o cometieron delitos más graves, si tienen adicción a las drogas, desórdenes psiquiátricos, psicológicos o problemas de conducta, dificultades de aprendizaje, discapacidad intelectual, si son huérfanos o fueron abandonados por sus familias, y todas las combinaciones posibles. Actualmente están todos mezclados y son atendidos por igual.

Para el maestro Robert Alonso, subdirector del Sirpa, es necesario «ordenar el rancho». Según él, hay que cambiar el hecho de que los funcionarios profesionales trabajen como «llaveros» que sólo abren y cierran las puertas a los chiquilines. Hace falta, dice, capacitarlos, para que se conviertan en referentes de disciplina, y ver la posibilidad de que asciendan en la carrera. Y para los jóvenes: una organización que incluya etapas a superar, una diferenciación entre ellos que puede reflejarse en el nivel educativo alcanzado y un régimen basado en premios y sanciones.

«La apuesta es educación y trabajo», repiten las futuras autoridades, que están planeando explotar ese enfoque y sumar al equipo técnico varios maestros e inspectores fuera de actividad.

«Y que algún buen hábito los atrape», dicen, «hasta ingresar como marineros si es que eso los motiva». A pesar de que ese es uno de los objetivos del convenio entre el inau y la Armada, de los pocos que dieron la prueba de inscripción ninguno superó la prueba psicológica.

Hace falta educación, coinciden los denominados «adultos» o referentes de cada hogar, y piensan que el trabajo de hormiga es el más fructífero. Los actuales sistemas de educación no se adaptan a las necesidades de los chiquilines, que cada vez pasan más tiempo en la calle que en sus casas. Además, cada uno de ellos tiene una historia diferente detrás, de violencia familiar, abandono o exclusión social, y es fundamental conocerla para dedicarse a cada caso como se debe, señalan las educadoras.

Pero se agrega otro elemento: cuando la tarea de los funcionarios se considera exitosa y los chicos salen en libertad, vuelven a su entorno familiar y al barrio, centros de todos los males. Sin herramientas para enfrentar el afuera, vuelven al encierro al poco tiempo. Sin un seguimiento permanente con las familias luego del egreso, se borra con el codo lo que se escribió con la mano.

Por otro lado, las autoridades del futuro Sirpa explican la ausencia de fugas en el último mes en el inau por el siguiente combo: investigaciones administrativas más rigurosas hacia los funcionarios, cercado perimetral donado por el Ministerio del Interior para los hogares más difíciles, y los anuncios sobre el nuevo centro y sus proyectos. Algunos funcionarios se muestran optimistas (sobre todo las autoridades) frente a los cambios que traerá la instalación del futuro Sirpa, aprobado por la unanimidad de los partidos políticos: un gran complejo dividido en dos centros, con canchas de deporte, aulas y salas de lectura; todo rodeado de una protección perimetral. Según Alonso, en el Poder Ejecutivo se han mostrado interesados en proyectos presentados por países como Canadá y Brasil, con maquetas de centros con características edilicias del Primer Mundo.

Algunos prevén los riesgos: «No es lo mismo que ‘reviente’ un solo hogar –que comiencen un motín o que aprieten a los funcionarios–, a que reviente un centro con más de 300 jóvenes. No sé si Uruguay está preparado para eso», reflexiona Marina, la enfermera del hogar Paso a Paso, quien además opina que todos los diputados y senadores hablan mucho y desconocen totalmente la realidad interna del inau.

Otros no creen en la idea de cerrar todos los hogares y concentrar a todos los jóvenes en el nuevo centro Sirpa: siempre existe el temor de arruinar las buenas experiencias de los hogares modelo al incluirlos en un macroproyecto de esas dimensiones.

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Luego del almuerzo los chiquilines quieren saber de mí y yo de ellos, entonces establecemos un trato a fin de turnarnos para el intercambio de preguntas e información sobre cada uno, en el que salgo perdiendo por una obvia cuestión numérica.

«¿Vos sos de las que nos llama ‘menores infractores’?», me preguntan, y agregan: «eso no nos gusta nada». «A mí tampoco», les contesto. Tampoco están de acuerdo con su imagen en los medios. (Canal 4, también invitado a la jornada, no asistió. Claro, no estaba anunciada ninguna caída libre desde el faro ni ningún motín en la isla.)

«¿Te gustaría ser periodista?», le pregunto a uno de ellos muy interesado en ver mi libreta de apuntes. Me contesta que sí, pero dice que hay que estudiar «como cinco años», y eso le parece una eternidad. A él le gusta pensar los títulos de las notas, me dice, porque ya lo tuvo que hacer para uno de los periódicos institucionales del inau. Cuando le pregunto cómo titularía la crónica del día, me promete pensarlo durante el viaje de vuelta. Antes de bajar me dice: «Un viaje para recordar». Les prometo visitar ambos hogares y armar con ellos un periódico sobre las «historias de vida y las buenas noticias del hogar».

Durante el día, los adolescentes siguen jugando a ser «reporteros», a la vuelta le preguntan al teniente González –encargado del Sirius– si el radar percibe submarinos, y cuál sería la maniobra del buque en el caso de chocar con una roca o un iceberg.

El subgerente del Sirpa se llevó todos los aplausos como asador. Esta periodista fue confundida por los demás, durante todo el viaje, con una funcionaria. «¿Cómo está tu hogar?», me pregunta un educador; «Muy bien, gracias», bromeo un poco cansada después de la quinta aclaración. Pero nos bajamos del buque y se termina el juego de roles.

Todos regresamos a casa. Los chicos de Paso a Paso y El Hornero vuelven a sus hogares para hacer la llamada telefónica a la familia, lavar su ropa y asearse; y después a la cama hasta que otro día comience, sin barcos, ni islas, ni submarinos. n

* Historias y leyendas de la Isla de Flores. Eduardo Langguth, Juan Antonio Varese. Editorial Torre del Vigía, Montevideo, 2000.

** Véase artículo en: www.montevideo.com.uy/notnoticias_139531_1.htm

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