Huellas digitales - Semanario Brecha críticas de teatro
TEATRO. VACIAR CHAT

Huellas digitales

↑ DIFUSIÓN, ALEJANDRO PERSICHETTI

El Teatro Circular presentó, en octubre, la obra Mirame que nos miran, con dramaturgia de Julieta Lucena y dirección de la autora junto con Soledad Lacassy. La pieza, que habla sobre la relación de una pareja que reflexiona sobre su vínculo al intentar escribir una ficción sobre sí misma, fue un éxito de público. En el final de la temporada la dupla Lacassy-Lucena volvió a trabajar en un texto escrito a dúo y dirigido nuevamente por Lacassy. Vaciar chat vuelve a indagar sobre las relaciones de pareja, pero con otra temática: el manejo de las redes sociales. Ambas artistas comparten la característica que define a esta nueva generación de teatreros: la de desarrollarse en varios roles –como la actuación, la escritura y la dirección–. Julieta Lucena suele protagonizar sus propios textos, pero recordemos también su excelente trabajo de versión y dirección en Operación Estrella. Soledad Lacassy egresó de la escuela de Teatro El Galpón, donde protagonizó Los cumpleaños de Irina dirigida por Villanueva Cosse y participó del proyecto Rueda, que llevaba el teatro a las escuelas bajo un concepto de educación ecológica. Ambas fueron convocadas este año por la Comedia Nacional para dirigir la pieza Todo su asco del mundo, uno de los siete dramolette basados en textos de Thomas Bernhard. 

Vaciar chat presenta un argumento que parece llano, pero que pronto va tomando complejidad. Se trata de un grupo de amigas que se comunican a través de un grupo de Whatsapp. Una noche, una de ellas (Bruna, interpretada por Ana Lucía dos Santos) dispara una conversación que será el eje de toda la pieza: conoce a un chico por Internet, y al encontrarse con él se enamora y busca la opinión y el apoyo de su grupo de amigas. A partir de allí, el uso y el manejo de las redes sociales se vuelven centro de la historia. Es un acierto del montaje la construcción de cuatro espacios bien definidos (un dormitorio, un living, un comedor y una cocina) que dibujan un ámbito que parece integrado, pero que no lo es, pues este grupo de amigas nunca logra reunirse de forma presencial, sino que se encuentra en estos lugares en apariencia cercanos, pero que están distantes en el tiempo y en el espacio. El vínculo y los diálogos entre las amigas se dan a través de textos y audios de Whatsapp con chats en vivo y conversaciones paralelas. Escénicamente Lacassy desarrolla una puesta moderna al incluir una pantalla en la que algunos diálogos se hacen presentes como relatos que amplifican lo visto en la escena y en la que se presenta otras redes sociales (Twitter, Instagram), que aportan información al espectador sobre los personajes. 

Sobre el uso de las redes se deja entrever la comunicación fragmentada, la incomunicación resultante de la hiperconectividad, la realidad ficcional que se origina en ellas distinta de la vida real, las identidades virtuales, el stalkeo de personas. Pero, más allá de este asunto expuesto con lucidez, la pieza ahonda en un tema de actualidad: la violencia de género en las relaciones de pareja. Si bien el personaje masculino no aparece más que en relatos y en imágenes de sus redes sociales, las amigas –especialmente Lara (interpretada por Julieta Lucena)– ponen la mira sobre su figura, ya que creen conocerlo por haber sido la pareja de una prima, a la que sometió a una relación patológica con elementos de violencia psicológica. Teniendo ese duro dato, las amigas no saben cómo afrontar la situación con Bruna; tanto así que crean un grupo paralelo llamado Sin Bruna. Mediante estos diálogos y el intercambio de información sobre el muchacho recabada en sus redes, comienzan a dibujarse una historia sobre las posibles consecuencias de que la relación continúe. Bajo la responsabilidad de la tribu de amigas con la sororidad como bandera, el cómo accionar se vuelve el motor del argumento. 

La puesta intenta mantener un ritmo de comedia, abordando, sin embargo, un tema más que complejo que roza lo doloroso. Delinea distintas miradas sobre la condición de género, las ideologías y vertientes del feminismo, y la construcción personal de las relaciones de pareja a través de estos cuatro personajes femeninos que dibujan sus propios perfiles con puntos en común y también con diferencias. Por momentos la puesta se vuelve muy discursiva en torno a las ideas de los roles de género, con parlamentos tan racionales y académicos que cortan la dinámica escénica y se acercan a la proclama. Tal vez es un efecto buscado por la autora para apelar a una reflexión en un montaje que parece ideal para generar foros posfunción, sobre todo con público adolescente, ya que pone la mirada sobre los peligros de las relaciones abusivas. Desde la escena se aporta el punto de vista no siempre coincidente de cuatro mujeres que, en el afán de cuidarse entre sí, por momentos no se escuchan. En la escena definitoria las diferencias se liman y la decisión de enfrentar a Bruna con la información que puede salvaguardarla de una relación peligrosa se vuelca hacia un acto viral, que también tiene mucho más para reflexionar.

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