Humanista radical – Semanario Brecha
La huella de un refundador del socialismo

Humanista radical

Con José Diaz desaparece una generación de dirigentes socialistas que dejaron una marca indeleble en la historia de la izquierda nacional.

Archivo Brecha

Sus compañeros de partido lo definieron como un humanista radical, y la definición hace justicia si humanismo y radicalismo implican solidaridad social, intransigencia ética, socialismo antimperialista y una entrañable calidez humana, todos rasgos que caracterizaron a José Díaz en su larga trayectoria como dirigente político y militante social. Con su fallecimiento, a los 93 años, se va el (pen)último exponente de una vieja guardia de socialistas que a fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta marcaron una impronta en el socialismo nacional: Vivian Trías, José Pedro Cardoso, Arturo Dubra (padre), Guillermo Chifflet, Raúl Sendic, Orosmán Leguizamón, María Julia Alcoba, Reinaldo Gargano, Azucena Berrutti.

Muchos de esos nombres expresan, además, una corriente ideológica en la izquierda que fluctuó, a partir de la Segunda Guerra Mundial y de la instalación de la Guerra Fría, entre el rechazo a la dictadura del proletariado y la burocracia derivada del centralismo democrático, por un lado, y el combate, por otro, al reformismo de un socialismo que diluía sus raíces en la socialdemocracia. Era notoria la calidez con que los «socialistas refundacionales» se referían a Emilio Frugoni, el fundador del Partido
Socialista (PS), al momento de dar la batalla que terminaría destronándolo de la conducción del partido; calidez que, al menos entre los socialistas, no era contradictoria con la firmeza de los cuestionamientos.

Frugoni se fue, renunció, y la refundación impulsó ideas de una izquierda nacional, latinoamericana, de patria grande, y en la polarización de la Guerra Fría optó por un tercerismo anticapitalista y antimperialista. Díaz explicó en cierta oportunidad que «el pedagogo de la postura fue Vivian Trías, fue el vocero de la refundación. Sendic fue el armador de los cambios, el que convencía a la gente», pero hay que señalar que en esa etapa convulsa del PS, la conducción, desde la secretaría general, fue responsabilidad del propio Díaz.

Permaneció en ese cargo desde 1965 hasta 1972, y de esos siete años, cinco los vivió en clandestinidad, a partir de la ilegalización de partidos decretada por Jorge Pacheco Areco a aquellos grupos políticos que tenían representantes en la dirección del diario Época, de corta vida y larga impronta.

Pero fue la opción de militantes y dirigentes que se volcaron al interior del país para organizar sindicatos rurales lo que terminó decantando una política sindical del partido que priorizaba al asalariado rural. Como consecuencia, una idea que había germinado en la Casa del Pueblo a mediados de los cincuenta con el estudio de lo que se llamó la rosca oligárquica derivó a principios de los sesenta –alimentada con la práctica de organización de los peones arroceros, los cañeros, los remolacheros, los peones de la esquila, los zafrales de la naranja– en un proyecto de reforma constitucional que proponía la limitación de la propiedad de la tierra a 2.500 hectáreas; el proyecto también incorporaba las conquistas laborales que la izquierda socialista y comunista había consagrado en leyes en la década anterior, y que sistemáticamente se violaban.

El mantenimiento casi permanente, desde diciembre de 1967, de las medidas prontas de seguridad impidió plebiscitar esa reforma. Pero la idea fue uno de los pilares programáticos del Frente Amplio (FA); Díaz, como secretario general del PS, fue uno de los firmantes de los documentos fundacionales de la coalición-movimiento aquel histórico 5 de febrero de 1971.

El retorno a la legalidad ese año duró un suspiro: después del golpe, Díaz se exilió en Argentina tras una breve prisión, consecuencia de su protagonismo como asesor legal de unos 15 sindicatos en lucha por la restitución del derecho al cobro del aguinaldo. En 1976 debió abandonar precipitadamente Buenos Aires para recalar en Barcelona, después del golpe militar de Videla y sus socios.

A mediados de 1984, José Pedro Cardoso lo conminó a retornar a Montevideo: su nombre encabezaba, sin apelación, una lista de candidatos a diputado.

Díaz ejerció como parlamentario en dos legislaturas, desde 1985 a 1995. Después regresó a la militancia interna del partido y a un proyecto muy querido, la Fundación Vivian Trías. Sin embargo, en setiembre de 2004, antes de que el FA ganara las elecciones,
Tabaré Vázquez le ofreció la titularidad del Ministerio del Interior del primer gobierno. Lo pensó detenidamente y dijo que sí, con la condición de ser relevado al cabo de dos años. Asumió el 1 de marzo de 2005 y compartió el gabinete ministerial con otros dos dirigentes de su partido: Reinaldo Gargano en la Cancillería y Azucena Berrutti en el Ministerio de Defensa.

Su ministerio fue particularmente agitado. La derecha no le perdonó tres iniciativas que expresaban aquel humanismo radical. Una, referida a evitar la represión en las manifestaciones callejeras y, fundamentalmente, a no reprimir las ocupaciones de lugares de trabajo o estudio. La segunda, la Ley de Humanización y Modernización del Sistema Carcelario, que implicó la concesión de más de 800 libertades anticipadas y que, contra todos los pronósticos, registró solo cinco reincidencias. Y la tercera, permitir el surgimiento de sindicatos policiales. Como había pactado, renunció en 2007.

Díaz mantuvo hasta el momento de su fallecimiento una actividad fértil centrada en el apoyo a la Fundación Vivian Trías, colaborando en la planificación de charlas, debates y publicaciones; una prueba de su vitalidad era su empeño para mantener el flujo de los aportes económicos de los colaboradores y simpatizantes que había reclutado a lo largo de los años. En la que quizás fuera su última intervención pública, José intimó al FA a profundizar la solidaridad con el pueblo palestino.

El viernes 4, el semanario Voces difundió una entrevista de su director, Alfredo García, realizada a Díaz con motivo del cincuentenario de la fundación del FA. Los conceptos del dirigente socialista sobre los tres primeros gobiernos frenteamplistas merecen ser asumidos como elementos de advertencia. Dijo, textual:

«El país se nos extranjerizó. No tomamos medidas contra la concentración de la riqueza. Se distribuyó mejor el ingreso, pero la riqueza siguió creciendo cada vez en menos manos, y en manos de corporaciones extranjeras. Dije que habíamos tenido un gobierno que había sido elegido por la izquierda, pero que había gobernado por el centro».

«La reforma tributaria, que fue buena, dejó gente que gana mucho dinero sin aportar una tasa del impuesto a la renta como correspondía».

«Nosotros fuimos al gobierno de manera timorata. […] Lo hicimos con mucho temor. No nos pusimos como clase gobernante, digamos. No solo porque el poder económico y mediático quedó en manos de la derecha, sino porque no supimos o no pudimos hacer un gobierno firme, implantado, […] para hacer cosas en sintonía con la gente y gobernar con el pueblo y que el pueblo gobernara con nosotros».

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