En el mundo, y en particular en Uruguay, los estudiantes que se preparan para trabajar en la salud y los trabajadores del sector padecen altos niveles de estrés y burnout. Lo afirma con contundencia Humberto Correa en una publicación reciente.1
Según Correa, «alrededor del año 2020, más del 50 por ciento de los estudiantes de varios continentes manifestaban ansiedad, depresión y burnout; y se ha demostrado en numerosas especialidades de nuestro país que hasta el 50 por ciento de los médicos y los licenciados de Enfermería padecen los mismo trastornos. La frecuencia de suicidios en profesionales de la medicina supera la media de la población en algunos países, y en Uruguay médicos y médicas tienen una menor expectativa de vida que sus coetáneos». Además de los profesionales también están afectadas sus familias y, fundamentalmente, la tarea del médico, en la medida en que esta se deshumaniza e incrementa el riesgo de cometer errores.
Las causas del estrés y del burnout radican fundamentalmente en las condiciones laborales que llevan al agotamiento emocional, a la despersonalización (deshumanización del paciente), a la falta de satisfacción y de realización en el trabajo. No es raro que los afectados padezcan insomnio, depresión e incluso ideas suicidas.
La seguridad en medicina fue un tema impulsado incluso por la Organización Mundial de la Salud (OMS) a comienzos del siglo XXI. En 2000, el Instituto de Medicina estadounidense asimiló la cifra de los muertos por errores médicos al resultado del choque en el aire de dos aviones Jumbo, y propició un giro muy importante a la luz de las estadísticas que muestran que los errores corresponden en gran medida a los trastornos de burnout. Se propusieron desde entonces medidas contra el «agotamiento clínico». En 2022, por primera vez la OMS recomendó formar a los directivos para prevenir los entornos laborales estresantes y responder a las situaciones de trabajadores que sufren, lo cual es compartido con la Organización Internacional del Trabajo.
Solo la mitad de quienes padecen burnout son conscientes de ello. Se expresa –por ejemplo– en las faltas al trabajo, las llegadas tarde, la falta de adhesión y compromiso, la queja constante de la sobrecarga y la intención de abandonar el cargo (que a veces se concreta). La desmotivación, con frecuencia, vuelve el entorno conflictivo. La calidad del trabajo se deteriora por desatenciones, olvidos, errores y, sobre todo, por la falta de empatía y compasión con el paciente, que es transformado casi en una cosa. Por otra parte, los trastornos emocionales y las frecuentes conductas disruptivas potencian el aislamiento y la exclusión de quienes sufren esto dentro del equipo. El profesional trata de desprenderse de los enfermos a través de los pases a tal o cual especialidad, lo cual favorece que el paciente ingrese en una calesita, yendo de especialista en especialista o pidiendo exámenes innecesarios. A esto se suma el hecho de que, actualmente, los pacientes son mucho más demandantes y exigentes que en el pasado, lo que impide que se establezca la necesaria confianza mutua entre médico y paciente.
Es probable que la personalidad del médico sea un factor importante en la resistencia al burnout, pero la estructura y el funcionamiento del sistema asistencial tienen gran parte de la responsabilidad. Las empresas funcionan como una industria en la que se establece el tiempo destinado a cada paciente (tantos pacientes por consulta y por hora) y se le prohíbe al profesional pedir más de un determinado número de exámenes, con escasa remuneración en algunos casos y con las exigencias administrativas que ahora impone la informatización. El médico pone muy poca o ninguna atención en la forma en que atiende a los pacientes y en el funcionamiento del equipo. Al paciente no se le piden opiniones sobre cómo mejorar ni se lo premia; es un engranaje más de una maquinaria de producción, nadie se preocupa por su bienestar. Es desconsiderado como persona sensible.
El problema requiere de un abordaje profundo desde los primeros años de la carrera de Medicina. Correa cita un artículo publicado en Journal of the American Medical Association en 1982 que ponía de manifiesto el problema en Estados Unidos: «Los jovencitos alegres, ansiosos y llenos de ilusión que ingresaban esperanzados a los cursos de medicina iban sufriendo en forma progresiva una transformación gradual y muchos se volvían cínicos y abatidos, asustados, deprimidos o llenos de frustración».
El estrés y el burnout están presentes también en los estudiantes uruguayos. La evidencia señala que más del 70 por ciento de los alumnos avanzados de Clínica perdieron la capacidad de empatizar con el paciente. La exigencia académica con pruebas estresantes y programas extensos, que exigen un esfuerzo permanente, no es el único factor; se demostró también que influyen el maltrato de docentes y de estudiantes entre sí, la discriminación, el acoso e incluso la violencia sexual. Hay un currículo oculto que educa desconsiderando al estudiante, que se traslada luego a la práctica con el paciente. Muchos alumnos piensan en abandonar la carrera, abandonan o incluso presentan ideas suicidas.
Añado, aunque esto no está referido en el libro, que la educación médica fomenta un espíritu competitivo y narcisista, lo que en última instancia desemboca en la pérdida de la empatía y la compasión. Etimológicamente, la palabra médico deriva del griego medeos, que significa «cuidar», más allá de la técnica.
El libro de Correa plantea todo un abanico de soluciones posibles, basadas en parte en la experiencia del autor en la Facultad de Medicina de la Universidad CLAEH, donde es responsable del curso Humanismo Médico. Dado que el currículo de Medicina en general prioriza las materias duras basadas en la ciencia con aplicación inmediata en la práctica, tanto los docentes como los estudiantes consideran las humanidades como una formación innecesaria, por no decir una pérdida de tiempo. Esto también ocurre aquí en nuestro país. Las humanidades médicas se proponen humanizar la práctica, buscando en el goce de la tarea de curar una mayor eficacia de la práctica y una mayor satisfacción de los enfermos, tales como las vertientes médicas de la filosofía, la antropología, la historia, la sociología, la historia y las artes en general (música, baile, teatro, pintura). Se busca que el estudiante comprenda su tarea con base en quitar el dogmatismo de su aprendizaje, despertando la duda y reforzando la empatía y la compasión a través de las vivencias del arte. Este conjunto de experiencias provocadas por las humanidades permite, además, comprender mejor a las personas de carne y hueso que vienen a pedir ayuda.
En 1950 la Facultad de Medicina intentó crear una Cátedra de Cultura Médica. A propósito del contenido a enseñar, Héctor Muiños dijo: «Hay algo, en cuanto a la deontología, que no puede comunicarse con lecciones, que es el fondo moral de cada uno, el más seguro piloto en los azares de la vida profesional». Muiños ponía en evidencia la dificultad de la educación en valores, verdadera base para descubrir la otredad y el conócete a ti mismo socrático. Finalmente, no se encontró docente capaz de abarcar la materia, por lo cual se abandonó la idea.
En 2016, por iniciativa del presidente del Colegio Médico, el doctor Néstor Campos, se formó la Comisión de Bienestar Profesional, coordinada por el doctor Juan Dapueto y la magíster en Salud Mental Eloísa Klasse, que tuvo como misión implementar un programa destinado a la prevención y la posvención del burnout, además de atender el tema de la salud mental y la prevención del suicidio de integrantes del sector. En marzo de 2018, con acuerdo de diversos actores y decisores, se lanzó el BienPro (Bienestar Profesional). Funcionó hasta que por motivos desconocidos el Consejo Directivo del Colegio le quitó el apoyo económico. Hoy en día funciona de forma independiente como la fundación Bienestar en Salud, y se mantiene trabajando pese al escaso apoyo.
Carlos Vaz Ferreira, primer decano de la Facultad de Humanidades, afirmó en su Moral para intelectuales que «hay una forma de interés científica que lleva a los médicos, en un plano intelectual altísimo, a no ver más que la faz científica de las enfermedades o el interés que puedan tener para la ciencia, prescindiendo de la realidad; prescindiendo del enfermo y del dolor».
Esta frase vale hoy no porque los médicos descuiden el dolor y hayan sido educados para calmarlo, sino porque muchos están padeciendo un trastorno que les impide percibir y actuar en relación con los sentimientos del congénere. Solo una formación amplia con relación a lo que significa ser médico en la sociedad actual y a los problemas a los que se enfrenta, incluyendo sus propios sentimientos, puede prevenir las desviaciones de la práctica. Además del burnout, se deben abarcar los trastornos psicológicos que sufren los profesionales que pueden repercutir en la atención que brindan, como, por ejemplo, las adicciones. Se debería hablar entonces de «seguridad psicológica».
El libro de Correa es una lectura ineludible para el público en general, pero especialmente para los administradores de las instituciones de salud y los docentes de medicina y enfermería, para que tomen conciencia del grave problema que significa el burnout para el sistema sanitario y de la necesidad de apoyar programas destinados a estos fines.
1. Humberto Correa. Estrés y burnout en médicos y estudiantes. Un libro de humanismo médico. Fin de Siglo, 2024.